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miércoles, 10 de octubre de 2018

Ascensor para el cadalso (Louis Malle, 1958)


“Te he estado buscando toda la noche, pero no te he encontrado”



Florence (Jeanne Moreau) y su amante Julien (Maurice Ronet) han planeado hasta el último detalle el asesinato del marido de Florence. Pero el plan se desbarata apenas perpetrado el sangriento crimen, encubierto de suicidio. Julien se queda encerrado en el ascensor del lugar del delito y, por si eso no bastara, una pareja de jóvenes le roba el coche. Cuando el cabriolé pasa por delante de Florence, que espera sin sospechar nada, la mujer empieza a dudar del amor de Julien. Mientras ella vaga por el París nocturno en busca de su amado y éste intenta liberarse en vano, el destino sigue su curso. Los dos jóvenes ladrones matan a una pareja de turistas alemanes. Y cuando, acto seguido, la policía inicia diligencias a gran escala, Julien está en lo más alto de la lista por ser el propietario del automóvil.

Los amantes, el marido fastidioso, un asesinato planeado minuciosamente y el poder destructivo del destino: no cabe duda de que se trata de un argumento cinematográfico viejo y conocido. Pero, en su época, sí pareció nuevo y excitante que Louis Malle modelara un drama existencial a partir de esos ingredientes clásicos del género policíaco. Ascensor para el cadalso fue el debut en el cine del director, que entonces tenía veinticinco años. Él mismo comentó en una ocasión que, en su ópera prima, había dudado entre realizar un thriller al estilo de Hitchcock o rendir homenaje a las películas impregnadas de filosofía de Robert Bresson, con el que había trabajado anteriormente de ayudante en Un condenado a muerte se ha escapado (1956). En realidad, ambas influencias se condensan en el film de Malle.



Después de un comienzo lleno de suspense, poco a poco la acción llega casi a estancarse. El director observa con  mirada fría y distanciada a sus protagonistas que, a medida que progresan los trabajos de investigación de la policía, parecen cada vez más recluidos en su soledad y desesperación existenciales. Igual que Bresson, Malle recurre una y otra vez a las metáforas correspondientes. Julien está encerrado en su ascensor-prisión y Florence, como si para ella tampoco hubiera escapatoria, vaga por las calles mojadas por la lluvia de un París laberíntico. La gran ciudad como símbolo del mundo moderno no promete ninguna libertad en la película de Malle. El brillo superficial de los escaparates resplandecientes remite de forma tanto más dolorosa al vacío emocional de los habitantes.



Si bien Malle remarcó  una y otra vez su distanciamiento del cine de la nouvelle vague, no puede desestimarse la importancia de Ascensor para el cadalso como modelo y fuente de inspiración del cine francés de finales de los años cincuenta. Puede que el tono de su película sea mucho más melancólico, pero manifiesta el mismo entusiasmo por las películas de serie B americanas que después mostrarían Al final de la escapada (1959) de Jean-Luc Godard o Tirad al pianista (1960) de François Truffaut.



El director de fotografía Henry Decaë plasmó el mundo sombrío del cine negro en inmensas imágenes en blanco y negro de Paris. Iluminada únicamente por las luces chillonas de neón de los cafés nocturnos y por faros deslumbrantes, la metrópoli se convierte en un paisaje difuso de almas, en el que Florence amenaza con perderse cada vez más.

El trabajo de dirección de Louis Malle nos impide tomar partido, pero nos permite participar del estado anímico excepcional de Florence, puesto que coloca sus pensamientos como monólogo interior en el rostro de Jeanne Moreau, marcado por el cansancio y la tensión. Su inseguridad se experimenta de forma francamente física gracias a la célebre banda sonora de Miles Davis. La agresividad agotadora de su trompeta de jazz traslada el nerviosismo del personaje a la sala de cine. El sonido estridente del instrumento es capaz de plasmar la concepción pesimista de Malle.



No cabe duda de que si Orson Welles dijo de Jeanne Moreau que era “la mejor actriz del mundo” no fue únicamente por su sorprendente capacidad de pasar de forma convincente en un instante, de una seriedad discreta a una alegría fascinante. De hecho, la actriz marcó como nadie el cine de autor.

Jeanne Moreau (Paris, 1928-2017) ya era una celebridad en los teatros antes de triunfar en el cine con “Ascensor para el cadalso” (1957). Su segundo trabajo con Louis Malle, “Los amantes” (1958), una película que supuso un escándalo en la época, le reportó la fama internacional y provocó que, a partir de ese momento, tuviera cierta reputación de libertina en el amor. Desde entonces, Moreau, que influyó de forma determinante en el cambio de imagen de la mujer en el cine de los años sesenta, también demostró su independencia al escoger sus proyectos. Moderato cantabile (1960), de Peter Brook, le supuso su primer gran premio, la Palma de oro a la mejor actriz, antes de convertirse en el icono de la nouvelle vague, gracias a su papel, quizás el más famoso, de la amante de dos amigos, tan liberal como enérgica, en Jules y Jim (1961) de François Truffaut.


La actriz despertó un gran interés en los medios de comunicación al actuar junto a Brigitte Bardot en “Viva María” (1965), una parodia del western dirigida por Malle. Otros directores importantes con los que trabajó fueron Michelangelo Antonioni (La noche), Joseph Losey (Eva), Luis Buñuel (Diario de una camarera), Jacques Demy (La bahía de los ángeles), Tony Richardson (El marino de Gibraltar), Elia Kazan (El último magnate), Margueritte Duras (Nathalie Grange), Rainer Werner Fassbinder (Querelle), Wim Wenders (Más allá de las nubes), François Ozon (El tiempo que queda), Agnes Varda (Las cien y una noches de Simón Cinema), Jean-Jacques Annaud (El amante), o Theo Angelopoulos (El paso suspendido de la cigüeña) entre otros. La actriz también ha dirigido varias películas: Lumière (1976) y El adolescente (1979) con Simone Signoret; rodó un documental sobre la actriz Lillian Gish y dirigió varias óperas. Paralelamente a su trabajo en el cine, Jeanne Moreau ha seguido una carrera de cantante plagada de éxitos, grabó discos y en 1984 cantó junto a Frank Sinatra en el Carnegie Hall.


VIRGINIA RIVAS ROSA



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