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miércoles, 31 de octubre de 2018

Los estrenos en Sevilla de 31-10-2018



10 películas se estrenan el 31 de octubre de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Una de ellas corresponde a un reestreno mundial del prestigioso director estadounidense Tim Burton y las 9 películas restantes son tres producciones estadounidenses, tres españolas, una británica, una argentina y una de Singapur. No obstante, a pesar del aluvión de estrenos de esta semana, se queda sin editar en Sevilla la cinta española “El último fracaso” (Antonio Aguilar Vicente, 2018). Repasemos los estrenos de la semana para acertar en la elección.  



Infiltrado en el KKKlan. (USA, 2018). Dir. Spike Lee.
Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes 2018.
Comedia negra, basada en hechos reales, interpretada por John David Washington, Adam Driver, Topher Grace, Laura Harrier y Ryan Eggold.
El score está compuesto por Terence Blanchard.
Donald Trump se lo ha puesto fácil a directores como Spike Lee y Michael Moore, que no por casualidad tienen nuevas películas de activismo cinematográfico, y ambas habitarán las salas españolas en este mes de noviembre. “America First”, jalea el presidente en sus mítines ante un público enfervorizado, fidelísimo. Pero no es un eslogan nuevo. “America First”, gritaba también uno de los mandos del Ku Klux Klan en los Estados Unidos de los años setenta, en la época de los asesinatos políticos, de la guerra de Vietnam, de los movimientos por los derechos civiles.
Por eso, cuando el lema suena en “Infiltrado en el KKKlan”, último trabajo de Lee, no hace falta subrayar más. Y, sin embargo, el director de películas tan formidables como “Malcolm X” y “La última noche”, creyente en su habitual esquema de cine en blanco y negro, sobre blancos y negros, sin gama de grises, lo acentúa con otras que quieren sonar clarividentes, pero que en 2018 solo son ventajistas. Como esa en la que se afirma que “en este país” nunca llegará a presidente alguien “con esas ideas y esas palabras” de confrontación. Ahora es fácil ponerlo en boca de personajes de los setenta. Lo difícil, como hizo Sinclair Lewis, era escribirlo en 1935, en la novela “Eso no puede pasar aquí”.
Tiene dos aspectos la nueva obra de Lee que la acogota durante buena parte de su relato: primero, la baja calidad de sus diálogos, quizá aposta, como un irónico remedo del cine “blaxplotation” de la época; y segundo, la inverosimilitud de las situaciones, intragables si no fuera porque… están basadas en hechos reales. Por eso hace bien el director afroamericano en otorgar a su historia ese tono de comedia negra, al estilo “Haz lo que debas”, obra maestra de su mejor época, en la que todo parece risible si no fuera porque realmente es trágico y terrorífico.
Estereotipada y maniquea, como tantas veces ocurre en el cine de Lee, “Infiltrado en el KKKlan” pretende ser el reverso de “El nacimiento de una nación”, mito cinematográfico y racista de David Wark Griffith, y se aplica en ello con explicitud y una visión que suena incluso vengativa (y seguramente justa). Pero lo que al final eleva un conjunto tan desigual como interesante es una decisión en apariencia complementaria que, sin embargo, se convierte en fundamental porque las sensaciones que estaba dejando la película quedan trastocadas de plano. Es muy probable que muchas críticas y artículos las comenten expresamente; aquí, en pro de una cierta virginidad en cuanto a la información, no lo haremos. Pero sí digamos que esas imágenes tras su desenlace son las que hielan la mueca de la risa, las que mutan el aparente delirio en algo siniestro, las que transforman una provocación en una obra realmente seria. Recomendada.



Bitelchús. (USA, 1988). Dir. Tim Burton. 
Reestreno en España, 30 años después, del clásico de Burton.
Interpretada por Michael Keaton, Alec Baldwin, Geena Davis, Winona Ryder y Jeffrey Jones.
El score está compuesto por Danny Elfman.
Una de esas películas que todos hemos visto en la infancia y que, años después, miramos con cierto cariño incluso a estar un poco oxidada en el plano de efectos especiales. Los actores cumplen su papel, donde destaca especialmente Michael Keaton como Beetlejuice, y cuenta con unos impresionantes efectos especiales. En su época era una maravilla en ese aspecto e, incluso hoy, sorprende la ambientación que logró crear Burton, ese universo que nos regalaría años después en su gran Obra Maestra, “Pesadilla Antes de Navidad”.
Humor negro, una historia divertida y buenos ratos en una cinta que, sin ser imprescindible, engancha de principio a fin y entretiene como pocas lo hacen. Atentos a los múltiples detalles de Burton repetiría en "Pesadilla", como los gusanos, los efectos especiales e incluso una cabecita de Jack Skellington en cierto momento de la película. Recomendada.



El ángel. (Argentina, 2018). Dir. Luis Ortega.
Presentada en la sección “Un Certain Regard” del Festival de Cannes 2018.
Thriller ambientado en los años setenta, basado en hechos reales. Interpretado por Lorenzo Ferro, Chino Darín, Mercedes Morán, Daniel Fanego y Luis Gnecco.
Tomarse la vida como un juego, transgredir cualquier norma, robar por puro impulso o matar como reflejo, y quién sabe si por placer, son los patrones de conducta del personaje central de esta coproducción hispanoargentina de desbordante vocación comercial. Él es un adolescente de familia de clase media sin antecedentes delictivos que se mantiene ajeno a cualquier atisbo de reflexión, se diría que amoral de nacimiento y que está inspirado en un personaje real que se hizo famoso a principios de los años 70 y que continúa siendo el mayor asesino en serie de la historia de su país.
Eso es lo que cuenta la película de Luis Ortega, que opta por un tratamiento distendido, por momentos al borde de la comedia, contemplando al protagonista con algo parecido a la fascinación, la admiración o la empatía, sin disquisiciones psicológicas, envolviéndolo en una estupenda ambientación de fotografía colorista y en una banda sonora repleta de pegadizos éxitos pop de la época, y apoyándose en el buen hacer del desconocido Lorenzo Ferro, que rentabiliza su físico para dotar de una sugerente ambigüedad sexual a su inclasificable personaje.
En realidad, la elección y el trabajo del reparto resultan esenciales en el engrasado funcionamiento de esta entretenida narración que se beneficia de la inclinación generalizada a contemplar con benevolencia el mal en estado puro. A destacar la solidez creciente de Chino Darín pero también la probada solvencia de las veteranas Mercedes Morán y Cecilia Roth o el chileno Luis Gnecco, que engrandecen sus respectivos secundarios. Recomendada.



Desenterrando Sad Hill. (España, 2018). Dir. Guillermo de Oliveira. 
Mejor Película en la sección “Noves Visions” del Festival de Sitges 2018.
Documental sobre la reconstrucción del cementerio construido en España hace 50 años para la secuencia final de la película "El bueno, el feo y el malo".
Con su forma circular, el imaginario cementerio de Sad Hill fue algo más que un camposanto: coliseo romano, plaza de toros, anfiteatro habilitado para la representación de una tragedia, pista de baile, tablao flamenco donde ejecutar una danza de la muerte, altar sacrificial… O, también, un espacio para lo sagrado, un territorio ritual, como subraya Joe Dante en una de las entrevistas recogidas en el documental “Desenterrando Sad Hill”, de Guillermo de Oliveira.
El cementerio de Sad Hill es el espacio mítico donde se desarrolla el imponente clímax final de “El bueno, el feo y el malo” (1966), una de las obras catedralicias del spaghetti western, barroca culminación de la Trilogía del Dólar de Sergio Leone: allí, la cámara del cineasta abrazaba la abstracción siguiendo los pasos de Tuco (Eli Wallach) a los sones de “El éxtasis del oro” de Ennio Morricone. Y, de hecho, de éxtasis iba toda esa virtuosa coreografía formal que alcanzaba su paroxismo en ese enfrentamiento a tres bandas que petrificaba el tiempo.
Levantado para el rodaje en una zona silvestre cercana a Santo Domingo de Silos y abandonado a su suerte una vez finalizó la producción, el cementerio fue sepultado por el tiempo. Lo que documenta “Desenterrando Sad Hill” es el esfuerzo por la recuperación de ese espacio mítico por parte de un grupo de apasionados cinéfilos que cayeron bajo el embrujo de la obra maestra de Leone. Un trabajo de amor en nombre de una variante mitómana de la psicogeografía: un lugar no es solo su historia o su memoria geológica, sino también las ficciones que ha generado y los sueños que ha engendrado. El documental abusa de las entrevistas y se acerca peligrosamente al reportaje, pero su grupo de arqueólogos del mito, con su heterodoxa cinefilia de pico y pala, seduce y conmueve. Recomendada.



El árbol de la sangre. (España, 2018). Dir. Julio Médem. 
Drama e intrigan se concentran en esta nueva apuesta del realizador vasco Julio Médem.
El score compuesto por Lucas Vidal.
En “Aquí Kubrick”, Frederic Raphael, guionista de “Eyes Wide Shut” (1999), mostraba su perplejidad ante la fascinación que el director de Barry Lyndon (1975) sentía por una película española llamada “La ardilla roja” (1993). La observación pasaba por alto hasta qué punto Kubrick, celebrado orfebre de la perfección, fue, ante todo, un artista del riesgo, capaz de socavar su camino hacia la excelencia con decisiones tan temerarias como confiar un papel dramático a Peter Sellers, depositar toda la hondura filosófica de un discurso en el poder, esencialmente ambiguo, del símbolo o combinar contrastados registros dramatúrgicos en una misma escena. No es difícil entender qué vio Kubrick en “La ardilla roja”: la obra de un creador capaz de transgredir los límites del control.
Tras revelarse como portador de una mirada inédita con “Vacas” (1992) -película que conciliaba la herencia autoral del nuevo cine español con las estéticas de la posmodernidad-, Julio Medem avanzó siempre en la cuerda floja hasta llegar a lo que parecía el punto límite de su poética con la desbordada “Caótica Ana” (2007). Con “El árbol de la sangre”, Medem cierra una etapa de tentativa, en busca de una reformulación de sí mismo que no llegó a encontrar, para proponer la atrevida declaración de principios de quien está dispuesto a ir más allá de la ruta del exceso de “Caótica Ana”.
Dos amantes se reúnen en un caserío para reconstruir la historia de unos orígenes que se entrelazan en un tronco común de dolor y sangre. El relato no conoce otro tono que el de ese sublime/ridículo que Zizek asociaba a la sensibilidad lynchiana, pero Medem maneja la arborescente trama con un seductor dominio narrativo: resulta imposible despegar los ojos de la pantalla en esta historia donde conviven la mafia rusa, el terrorismo, los juguetes rotos de la Movida, toros bravíos (literales y metafóricos) y un cuantioso surtido de otros elementos dispares. En ocasiones, el énfasis formal flirtea con lo publicitario y hay momentos de una marcada opacidad ética –el modo en que el personaje de Úrsula Corberó responde al secreto de su padrastro-, pero la fuerza de este tsunami melodramático que habla de la posibilidad de afirmar una cierta pureza frente a los pecados de los padres –y de la historia colectiva- viene impulsada por algo muy infrecuente: la osadía de un creador dispuesto a reconciliarse con las zonas más irracionales –y gratificantes- de su propia identidad. Recomendada (con reservas).



Bohemian Rhapsody. (USA, 2018). Dir. Bryan Singer.
'Bohemian Rhapsody' es una celebración de Queen, de su música y de su extraordinario cantante Freddie Mercury, que desafió estereotipos e hizo añicos tradiciones para convertirse en uno de los showmans más queridos del mundo.
Interpretada por Rami Malek, Joseph Mazzello, Ben Hardy, Gwilym Lee, Lucy Boynton y Aidan Gillen.
Ante una biografía tan imponente como la de Freddie Mercury, con tantas esquinas y hasta esquinazos, vertientes musicales, vitales, emocionales, sexuales y sociales, caben múltiples posibles películas. Los autores de “Bohemian Rhapsody” han elegido la más obvia, y quizá la más comercial y menos artística: la inspirada en el mito sin recovecos, solo con facetas, que no es lo mismo, pues lo primero supone una indagación compleja, y lo segundo, un simple recorrido.
Queen fue un grupo con millones de fanáticos acérrimos que nunca fue santo de la devoción de los especialistas, sobre todo a partir de su etapa disco, desde “Hot space”. Y esa vertiente musical quizá sea lo mejor de la película de Bryan Singer, que logra un itinerario comprensible y detallado desde sus enérgicos inicios, con la rabia efervescente de “Keep yourself alive”, cuando podían acercarse tanto al hard rock de Led Zeppelin como al glam de David Bowie, quizá sin mucha coherencia, pero con las ansias de experimentación que culminaron en la gloria del álbum “A Night at the Opera”. En una película que en su fase de preproducción ha sufrido tantos cambios (de guion, de protagonista y de director), la labor final de Singer en este aspecto musical se intuye primordial, y el director de “Sospechosos habituales” demuestra ser un notable narrador.
Asunto distinto es el de la personalidad de Mercury y la exposición de sus contradicciones. Tiene a favor la interpretación de Rami Malek, un portento físico en el escenario y también en la mirada de la desolación, el cariño y el extravío. Y tiene en contra el relato de dos aspectos fundamentales en la vida del cantante: las drogas y el sexo. Que sean las elipsis las que dominen ambos andamios narrativos ya lo dice todo. A Freddie nunca se le ve en acción, y el sexo se limita a besos románticos con su amor platónico femenino, Mary Austin, y con su última pareja, Jim Huttton, pero sin polvos, ni de los unos ni de los otros, salvo los restos del naufragio de la coca y el billete enrollado sobre una mesa tras una noche de farra. Y además se nota que no han querido hurgar en el dolor de la fase final de la enfermedad, dejando impoluta la imagen del mito: los únicos rastros del sida son de otro joven enfermo, en el que Mercury, recién diagnosticado, se mira como quien observa un espejo del futuro.
Los guionistas, Anthony McCarten y Peter Morgan, ambos de peso, saben encontrar su Yoko Ono particular, su estereotipado malvado revientagrupos, en la figura de Paul Prenter, mano derecha y asistente durante buena parte de su vida artística. Pero, al mismo tiempo, sorprende cómo ponen en boca del villano la frase quizá más certera sobre la personalidad de Mercury, sobre su soledad constante, sus complejos y la apostasía de sus orígenes familiares.
Así que en demasiados aspectos el recorrido no pasa de lo superficial y lo sentencioso, culminando con una larga secuencia final que se configura como el paradigma de la película para fans que es “Bohemian Rhapsody”. Los 20 minutos reales de Queen en el escenario de Wembley, durante el concierto “Live Aid”, se reproducen casi al completo. Pero solo es la imposible reconstrucción digital e interpretativa de un momento irrepetible, en el que ni los efectos de multiplicación de la masa en el estadio ni las reacciones del público alcanzan la autenticidad necesaria para tan extenso clímax musical y emocional. Recomendada (con reservas).



El cascanueces y los cuatro reinos. (Reino Unido, 2018). Dir. Lasse Hallström y Joe Johnston.
Cine familiar que adapta una obra de E.T.A. Hoffmann.
Interpretada por Mackenzie Foy, Keira Knightley, Helen Mirren, Morgan Freeman y Eugenio Derbez.
El score está compuesto por James Newton Howard-
El estreno en el año 1940 de “Fantasía”, tercer largometraje animado de Walt Disney, tras “Blancanieves y los 7 enanitos” y “Pinocho”, supuso un considerable paso en la ambición de la factoría por variados motivos: por el lenguaje exclusivamente musical que acompañaba a los relatos; por el carácter elevado, culto y clásico de las piezas elegidas (Bach, Stravinski, Mussorgski, Beethoven…), y por el indeterminado, casi suicida objetivo de la película en cuanto a sus espectadores, tan apta para los adultos con ciertas inquietudes como refractaria al gusto de la mayoría de los niños por otro tipo de ritmos, tanto musicales como narrativos.
Con la llegada de “El cascanueces y los cuatro reinos perdidos”, libre adaptación del cuento de E. T. A. Hoffman, ciertos aspectos de aquella mítica producción, fracaso en su día, parecen renacer. Y la comparación no es baladí: en “Fantasía” ya existía un segmento, el baile de los champiñones, al ritmo de “El cascanueces” y, además, en la película de Lasse Hallström y Joe Johnston hay un guiño directo a uno de los mitos fundacionales de Disney con un plano exacto al de su inicio, con el director de orquesta de espaldas (en este caso Gustavo Dudamel), y en sombra sobre fondo rojo, quizá conscientes de que las dificultades comerciales de aquella ambiciosa obra rebrotan ahora con un nuevo producto de confusa comercialidad, que puede aterrar de miedo a los críos más pequeños y de aburrimiento a los más cercanos a la adolescencia. Algo nada habitual en la todopoderosa y (casi) infalible Disney contemporánea.
De todos modos, y pese a su innegable valentía, hay aspectos que la separan de “Fantasía”: aquí hay una mezcla de acción real con personajes digitales, un relato unitario casi a la manera de “Alicia en el país de las maravillas”, y, a pesar de su constante música, una banda sonora creada especialmente para la película por James Newton Howard, con muy puntuales extractos de “El cascanueces”, de Stravinski.
Con un magnífico diseño de producción, una Keira Knightley tan desatada como divertida, una niña protagonista con belleza y carisma (Mackenzie Foy), y un compañero de aventuras que parece recién salido de una función de instituto por culpa de su tono declamatorio (Jayden Fowora-Knight), la película tiene momentos de brillantez junto a otros tantos de evidente caída, mustios, sin ritmo, plomizos. Quizá inevitables en una película con más virtudes que defectos, pero que ha sufrido un complicadísimo proceso de producción, con cambios de director (Lasse Hallström, por Joe Johnston) y, desde luego, con un resbaladizo y cojitranco desarrollo a consecuencia de algo que, eso sí, siempre es necesario encuadrar en el apartado de la capacidad: el riesgo. No Recomendada.



Hunter Killer. Caza en las profundidades. (USA, 2018). Dir. Donovan Marsh.
Película de acción estadounidense, interpretada por Drama ambientado en los años 40, interpretado por Gerard Butler, Gary Oldman, Common, Michael Nyqvist, Michael Trucco.
El cine estadounidense, incluso el más convencional, siempre ha tenido los dones de la oportunidad y de la actualidad, la virtud de ser reflejo en cada momento de su historia de las intenciones políticas de sus gobernantes, de saber convertirse en espejo de su estrategia global. Y a la pregunta sobre quiénes han sido los enemigos para el país de las barras y las estrellas, y quiénes sus posibles aliados, sobre todo en tiempos de paz o de guerra fría, siempre podría sucederle una posible película como respuesta.
Algo que reluce una vez más en la insustancial en lo cinematográfico “Hunter Killer”, prototípica película de submarinos con apuntes bélicos y políticos, de evidente corto alcance, que, sin embargo, sorprende por la elección de los villanos y de los posibles aliados en una nueva etapa de las relaciones internacionales entre Estados Unidos y Rusia, con Donald Trump y Vladímir Putin como gobernantes, en una inquietante relación de complicado pronóstico.
Así, en un momento del relato se define al presidente de Rusia como “un mal menor ante lo que pueda venir en su contra”, y su trama general, que pasa por ser un aparente delirio, acaba diciendo mucho como radiografía de una posible entente Rusia-EE.UU.: el jefe del Kremlin es secuestrado por un grupo de militares con aparentes maneras soviéticas, y es el ejército estadounidense, único conocedor del rapto, el que debe impedir un golpe de estado fatal para el mundo y para sus intereses.
Producida por los responsables de “Objetivo: Londres” (2013) y “Objetivo: la Casa Blanca” (2016), como “Hunter Killer”, productos de acción nacidos a partir de tramas gruesas y disparatadas, pero con evidentes connotaciones con la política y el miedo contemporáneos (el terrorismo cibernético, Corea del Norte, los daños colaterales del ejército estadounidense en su salvaguarda del mundo…), la película va a mostrar la honorabilidad conjunta de dos capitanes de sendos submarinos, uno de cada lado, trabajando conjuntamente para evitar el desastre mundial.
De este modo, lo que podría haber sido una más de las penosas presencias gritonas de un actor tan mayúsculo como es Gary Oldman (cuando selecciona sus trabajos), o una simpleza de acción comandada con cierto fuste por un director con ganas de currículo y oportunidades en Hollywood, en este caso, el sudafricano Donovan Marsh, se convierte en, al menos, una curiosa muestra de la habitual interpretación del cine estadounidense de la realidad nacional en torno a su poder. No Recomendada.



Sin fin. (España, 2018). Dir. César Esteban Alenda y José Esteban Alenda.
Mejor Ópera Prima en el Festival de Cine Español de Málaga 2018.
El reparto está compuesto por Javier Rey, María León, Juan Carlos Sánchez y Mari Paz Sayago.
Drama romántico con elementos del cine fantástico.
Desde el momento en que toda historia de amor parece llevar consigo el germen de su propia desintegración, lo que en principio podría parecer una relación contranatura se ha convertido en un terreno fértil para la creatividad: el matrimonio entre el melodrama romántico y la ciencia-ficción, a través del socorrido tema del viaje en el tiempo. La tradición cuenta con ejemplos tan ilustres como “La Jetée” (1963), de Chris Marker, y “Je T’Aime, Je T’Aime” (1967), dos propuestas que invitaban a pensar hasta qué punto una película tan influyente como “Vértigo” (1958) ya era eso sin necesidad de recurrir a la ciencia-ficción. Tentativas tan diversas como “Más allá del tiempo” (2009), de Robert Schwentke, y “Una cuestión de tiempo” (2013), de Richard Curtis, parecen corroborar que esta hibridación ha tenido poco de moda efímera. En un presente marcado por la caducidad de los relatos unitarios y seducido por las posibilidades de las bifurcaciones narrativas, el maridaje cuántico-romántico ofrece la posibilidad de retorcer el relato sin necesidad de recurrir a aparatosos modos de producción.
Después de una productiva carrera en el corto, los hermanos César y José Esteben Alenda han decidido probar su versión personal de la fórmula en su debut en el largo: “Sin fin”, la melancólica historia de un viajero en el tiempo dispuesto a rescatar a su mujer amada del pozo depresivo al que él mismo, con su obsesivo compromiso con la investigación, la ha precipitado. La acción se desarrolla en dos tiempos: el del deslumbramiento, con esa primera cita que se convierte en un viaje de modesta épica sentimental, y el de la reconstrucción, donde el mismo trayecto se repite como pulso con las sombras.
El montaje sabe hilvanar muy bien esas dos líneas temporales, pero a ratos se diluye la frontera entre lo sensible y lo cursi. Tanto María León como Javier Rey conjugan eficazmente la erosión del tiempo sobre sus respectivas identidades, aunque a este último le toque bregar con un personaje improbable que parece una mala idea desechada en un guion de aprendizaje de Amenábar. La elegancia del desenlace compensa en parte los titubeos. No Recomendada.



Una receta familiar. (Singapur, 2018). Dir. Eric Khoo. 
Drama interpretado por Tsuyoshi Ihara, Seiko Matsuda, Takumi Saito, Jeanette Aw, Tetsuya Bessho, Mark Lee y Beatrice Chien.
El melodrama y las películas de cocina siempre han conformado un tándem eficaz. De hecho, programas televisivos como “MasterChef”, e incluso “Pesadilla en la cocina”, no dejan de ser melodramas que, con sus héroes y sus villanos prefabricados, y sus impostados desarrollos dramáticos, quedan articulados a través de músicas de apoyo que ayudan a elevar la emoción y el suspense del conjunto.
Sin embargo, la moda está llegando a cotas quizá extremas, con secciones para el cine culinario en festivales tan prestigiosos como Berlín y San Sebastián, donde parece que igual cabe una buena película que un producto sin más valores que el exotismo de la comida. Y uno de estos casos es la producción de Singapur “Una receta familiar”, presente en ambos certámenes, que llega a las salas amparada por una magnífica distribuidora, (casi) siempre arriesgada e interesante, y por una imagen en su póster y en su estilo que hace pensar inmediatamente en las películas familiares de Hirokazu Kore-eda. Nada más lejos.
“Una receta familiar” (Ramen shop, en su título original) es, con toda probabilidad, una de las películas más espantosas que se hayan estrenado en los últimos años en los cines españoles de versión original. Pedestre en su narración a varios tiempos, cursi en su búsqueda de los afectos de la sangre y de los secretos del pasado, infame en su tratamiento y en su calidad musical y visual, y enormemente básica en su reflexión sobre la aceptación y el perdón, la culpa y la redención, la película de Eric Khoo había nacido como un proyecto de celebración del 50ª aniversario de las relaciones diplomáticas entre Japón y Singapur, de convulso pasado. Y quizá en esas cotas locales se tendría que haber quedado. No Recomendada.

viernes, 26 de octubre de 2018

Los estrenos en Sevilla de 26-10-2018



9 películas se estrenan el 26 de octubre de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cuatro producciones son españolas, dos estadounidenses, una británica, una francesa, una polaca y una austriaca. Esta semana se queda sin editar en nuestra ciudad “La leyenda de Redbad” (Roel Reiné, 2018), una película de aventuras holandesa. Tampoco se estrena en Sevilla “Director Z, el vendedor de ilusiones” (Oskar Tejedor, 2018), un documental sobre José María Zabalza, cineasta irunés que durante la década de los sesenta y setenta trabajó con los artistas más importantes de la época. Lamentamos estas ausencias de la cartelera sevillana y nos vamos a nuestro repaso semanal sobre los estrenos.  



Quién te cantará. (España, 2018). Dir. Carlos Vermut.
Premio Feroz Zinemaldia de la Crítica en el Festival de Cine de San Sebastián 2018.
Melodrama musical interpretado por Najwa Nimri, Eva Llorach, Carme Elías, Natalia de Molina, Julián Villagrán, Vicenta N'Dongo, Inma Cuevas, Ignacio Mateos y Catalina Sopelana.
El score corre a cargo de Alberto Iglesias.
A pesar de la elegancia, finura y serenidad de su puesta en escena, nada hay tan alejado de lo «zen» como el cine de Carlos Vermut: ¡Cuánta intranquilidad produce este cineasta! En «Magical Girl» cruzaba tres hilos argumentales y eléctricos entre chisporroteos, y en «Quién te cantará» pone a sudar la historia de una cantante sin voz, sin memoria, ante la imagen falsa de un espejo.
Vermut trenza la relación de una estrella del pop que ha renunciado a su ego con la de una admiradora e imitadora, es decir otra mujer sin voz propia, que tiene el encargo de hacerle recordar su estilo, sus canciones, y lo hace mediante la mecánica del melodrama y con una duplicidad evidente en la puesta en escena.
El misterio de Lila Cassen (Najwa Nimri) se empieza a resolver en el espejo de Violeta (Eva Llorach), mujer de karaoke y madre de una especie de «niña de exorcista» (Natalia de Molina), y el relato entre ellas contiene un fuerte olor a pasado traumático y la carga explosiva de un presente tormentoso, todo ello con un aroma trufado de carga almodovariana, con la tensión entre un pasado perturbador y el estilo frío y estético de un director que conduce el misterio por pasillos siempre imprevistos: los planos, las escenas, la historia provocan la sensación íntima de estar como bajo vigilancia, y crean incomodidad con esa fusión de lo hierático y lo cordial en esos dos personajes en busca de una copia original. Recomendada.



La noche de Halloween. (USA, 2018). Dir. David Gordon Green.
Sección oficial (fuera de concurso) del Festival de Sitges 2018.
Película de terror de la franquicia “Halloween” y secuela de “La noche de Halloween” (1978) de John Carpenter. Esta nueva edición está interpretada por Jamie Lee Curtis, Nick Castle, Judy Greer, Miles Robbins y Virginia Gardner.
El score corre a cargo de John Carpenter, Cody Carpenter y Daniel A. Davies.
En una secuencia de “30 minutos o menos” (2011) de Ruben Fleischer, los cómicos Danny McBride y Nick Swardson, bajo la piel de dos holgazanes inmaduros, contemplan en un apañado home cinema la versión 3D de “Viernes 13, parte III” (1982). Su entusiasmo les lleva, en un momento climático, a levantarse del sofá y dialogar, mediante gestos obscenos, con el Jason Voorhees que ocupa la pantalla. Resulta sencillo imaginarse al mismo Danny McBride, esta vez acompañado del director David Gordon Green, entregado a la proyección en bucle de una copia doméstica de “La noche de Halloween” (1978), el fundacional clásico de John Carpenter que ahora han versionado ambos en calidad de coguionistas y productores con el segundo al mando de la dirección. Eso sí, a la vista de los resultados, parece claro que la figura de Michael Myers les infunde mayor respeto que el pobre Voorhees.
Frente a las relecturas que hizo Rob Zombie en clave de poeta maldito del horror, desplazando el foco del relato de la víctima al psicópata reinterpretado como figura trágica, “La noche de Halloween” de David Gordon Green tiene, de principio a fin, la naturaleza de un devoto homenaje a las fuentes rubricado con la pasión de un obsesivo ratón de videoclub. La película no quiere ser transgresora, ni radical, pero tanto el afecto como la inteligencia apartan el resultado de lo impersonal. La película reactiva la saga en clave de secuela postraumática, convirtiendo a Myers y a una Laurie Strode ermitaña y fanática de las armas y la autodefensa en casi igualitarios litigantes de un combate épico.
Tan lejos de la poética indie de “George Washington” (2000) como de sus incursiones en la comedia, Gordon Green sabe imprimir originalidad a situaciones como la entrevista en el patio del psiquiátrico, el acoso en el lavabo o el encuentro en la carretera con el autobús accidentado. Por otra parte, el guion cuida la caracterización de personajes a través del diálogo incluso en las figuras más episódicas: la niñera y el crío a su cuidado, el padre cazador y su hijo bailarín, los policías y sus bocadillos vietnamitas... No obstante, es el primer paseo de Myers durante la velada de Halloween, con su control de la continuidad del plano y su preciso manejo del fuera de campo, lo que revela no solo el alto compromiso con el original, sino una comprensión profunda de las claves del género. Recomendada (con reservas).



Un día más con vida. (Polonia, 2018). Dir. Raúl de la Fuente y Damian Nenow.
Premio del público de Festival de San Sebastián 2018.
Película de animación polaca-española para adultos que realiza un relato autobiográfico de Ryszard Kapuściński, narrando los últimos días de Angola como colonia portuguesa en 1975, y las terribles consecuencias de esta descolonización: una guerra civil que asoló la región hasta hace muy poco.
La libertad de actuación, la singularidad, la huida de lo ya trillado, el salto mortal creativo respecto de géneros y formatos, suele ser la mejor virtud de determinadas películas. Aunque luego sus resultados no acaben de convencer, aunque esas mismas virtudes de inicio, al fin, se conviertan en el principal de sus defectos.
¿En qué quedamos entonces? En que hay que valorar la valentía por encima de sus cojeras. Al menos en el caso del documental de animación (la categoría ya rechina tanto como fascina) Un día más con vida, producción hispano-polaca dirigida por Raúl de la Fuente y Damien Nenow, inspirada en la crónica periodística homónimo del mítico reportero Ryszard Kapuscinski, y ambientada en la Guerra de Angola.
Con la magnífica “Vals con Bashir” como referente, el trabajo de De la Fuente y Nenow amplifica la fórmula narrativa de la película israelí de Ari Folman. Si ésta contaba en formato animado flash, muy semejante a la antigua rotoscopia, la matanza de refugiados palestinos en Sabra y Chatila durante la Guerra del Líbano, en 1982, con un leve apunte final con imágenes reales de la masacre, aquilatando así su verdad, y volando libre tanto en el formato como en la narrativa, Un día más con vida da un paso más. Varios pasos más. Porque va mezclando a lo largo de todo el metraje los días de Kapuscinski en el caos angoleño de 1975 y su guerra civil, relatados en formato animado, creando varias capas a través del CGI, y consiguiendo un efecto a medio camino entre la rotoscopia y la motion-capture, junto a entrevistas actuales con los protagonistas aún vivos de aquellos acontecimientos, a imágenes reales de la Angola actual, rodadas ad hoc, y a fotografías de algunos de los personajes, completando de este modo un panorama formal ciertamente peculiar.
He ahí su grandeza, y quizá también su sombra. Porque la fusión de elementos tan distintos no termina de cuajar en la estética, más parecida a un amasijo que a un todo orgánico. Además, las declaraciones de los personajes en la actualidad completan, sí, pero también redundan, repiten información y desvelan innecesariamente actitudes, interioridades y subtextos que ya habían quedado claros con las partes animadas, sin duda las mejores. Sobre todo, cuando se salen de la hagiografía de Kapuscinski y explotan la lírica de un hombre atrapado entre su oficio y sus ideales, con dibujos animados de un bellísimo onirismo. Recomendada (con reservas).



El fotógrafo de Mauthausen. (España, 2018). Dir. Mar Targarona. 
Thriller español basado en hechos reales, interpretado por Mario Casas, Richard van Weyden, Alain Hernández, Adrià Salazar y Stefan Weinert.
Francesc Boix fue un exiliado republicano español que, tras dejar atrás la Guerra Civil, cayó prisionero de los alemanes en Francia y pasó la II Guerra Mundial recluido junto a otros 7.000 españoles en el campo de concentración de Mauthausen, donde logró colocarse en el servicio fotográfico y documentar gráficamente los horrores del Holocausto. Esta película se enfrenta a la intrépida tarea de reconstruir la peripecia heroica de poner a salvo los negativos de sus fotos con la ayuda solidaria de un grupo de prisioneros, la mayoría españoles, que arriesgaron su vida en el empeño.
El relato se mantiene en el terreno de lo novelesco, volviendo con más voluntad que inspiración sobre las crueles vejaciones que los carceleros infligieron con proverbial insistencia a sus prisioneros, sobradamente ilustradas en los mejores clásicos del género. Los intérpretes, con Mario Casas a la cabeza, ponen su mejor empeño en dar credibilidad, física al menos, a unos personajes de escaso relieve que se mueven como guiñoles en situaciones carentes de atmósfera. Recomendada (con reservas).



Egon Schiele. (Austria, 2016). Dir. Dieter Berner.
Drama biográfico sobre el pintor Egon Schiele, uno de los artistas más provocadores de Viena en los inicios del siglo XX.
Coproducción entre Austria y Luxemburgo, interpretada por Noah Saavedra, Maresi Riegner, Valerie Pachner, Marie Jung y Larissa Breidbach.
Con un retorcido trazo que anticipa la estética tortuosa del expresionismo, dos cuerpos se abrazan sobre lo que podría ser sábana o sudario, en medio de un paisaje árido que quizás evoque una trinchera de la Primera Guerra Mundial. La figura masculina, vestida de negro, luce una mirada perdida en la que fluctúa el brillo obsesivo de la locura. La figura femenina, con los brazos esqueléticos propios de una futura víctima del Holocausto, se abraza al amante que parece estar sorbiendo hasta el último aliento de su esencia vital. Así es “La muerte y la doncella”, el óleo con el que el austríaco Egon Schiele selló el final de su historia de amor con Wally Neuzil, modelo de Gustav Klimt, mentor del artista. Si en el imaginario del pintor de “El beso” la sensualidad bañaba de oro la mirada del receptor, en la obra de Schiele el sexo siempre reveló su inquietante proximidad con lo thanático.
“La muerte y la doncella” sirve en bandeja su subtítulo a este biopic del artista que no se ha planteado dialogar, a través del estilo, con las aristas de un legado que, a día de hoy, ha seguido activando miradas censoras: las del nuevo puritanismo de la hipervisibilidad digital. La agonía de Schiele va pautando aquí un recorrido narrativo que centra cada uno de sus capítulos en una figura femenina: desde la hermana Gertie, foco de una atracción incestuosa, hasta esa Edith Harms que cumplió el ingrato papel de apaño una vez el pintor no pudo seguir esquivando sus deberes militares, pasando por la exótica e independiente Moa Mandu y la central Wally Neuzil, el amor de su vida. Dieter Berner recurre a un estilo grandilocuente para contar una historia que pasa de puntillas sobre lo conflictivo –la pederastia- y evita hablar de arte. No Recomendada.



La sociedad literaria y el pastel de piel de patata. (Reino Unido, 2018). Dir. Mike Newell.
Drama ambientado en los años 40, interpretado por Lily James, Michiel Huisman, Glen Powell, Jessica Brown Findlay y Matthew Goode.
Según transcurre de forma agradable pero sin sobresaltos esta película es imposible no acordarse de «I Know Where I’m Going», una de las joyas menos conocidas del inmenso Michael Powell. Hasta el marco temporal es el mismo: Powell rodó en 1945, nada más acabar una guerra que dejó muchas heridas por curar, un mundo que recobraba vacilante su pulso y que ahora le toca recrear a Mike Newell y su equipo. Y al igual que allí Wendy Hiller, aquí Lily James es una chica desenvuelta e independiente, un paradigma natural de un feminismo que no pide permiso pero tampoco ataca al varón, que cree saber a dónde va: es una escritora de éxito, su editor la adora y tiene un novio americano que al principio le regala un anillo de pedida con un pedazo de diamante.
¿Qué puede torcer su camino? Pues algo tan inesperado y literario como recibir una carta de un admirador, un granjero de la remota isla de Guernsey, en el canal de la Mancha, ocupada durante la contienda por los nazis. Como le cuenta que tienen un club de lectura (de ahí el prolijo título de la película), la arrojada escritora decide hacerles una visita. Lo que se encuentra al llegar es imbatible: una historia oscura que nadie acaba de contarle, lo que excita su mente de escritora. Y algo que parece excitarle bastante menos, en un principio: el granjero de diseño Michiel Huisman, tan guapo y bondadoso, que es como una parodia de fantasía femenina de regreso al campo con derecho a romance.
La historia de esta pareja (habría que decir eso de que falta química…) resulta predecible y poco inspirada, como de hecho le pasa a toda la película. Un par de actores secundarios y el resplandeciente rostro de miss James mantienen nuestro interés; pero uno tiene tiempo de pensar en lo poco estimulante que es el trabajo de Newell (mira que tiene títulos famosos) y el recuerdo del filme de Powell añade nostalgia por esas películas que reflejan su época y no, como esta, se limitan a recrear vagamente un pasado más o menos ensoñado. No Recomendada.



Pesadillas 2: Noche de Hallowen. (USA, 2018). Dir. Ari Sandel.
Secuela de “Pesadillas” (Rob Letterman, 2015). Adaptaciones de una novela de R.L. Stine, con música de Danny Elfman.
Comedia de aventuras y terror interpretada por Dylan Minnette, Odeya Rush, Amy Ryan, Jillian Bell, Jack Black y Ryan Lee.
“No hay terror más imponente que el de la página en blanco”, afirma Jack Black en la piel del prolífico escritor R. L. Stine en “Pesadillas 2: Noche de Halloween”, y seguro que la némesis del popular autor, Stephen King, no le quitaría la razón en esto, toda vez que el bloqueo del literato ha recorrido como un tema obsesivo buena parte de su también cuantiosa producción. Stephen King y R. L. Stine, el maestro de la literatura de terror contemporánea y su contrapartida en el ámbito de la ficción juvenil, son dos estajonivistas escapando del horror vacui que, en su huida hacia adelante, no han dejado ni arquetipo, ni tema heredado de la tradición sin abordar.
Con “Pesadillas” (2015), de Rob Letterman, la fundación de una nueva franquicia basada en la popular serie de libros de Stine adoptó una interesante estrategia autorreflexiva; convertir el escritor en un personaje más, atravesado de narcisismo, golpeado por su complejo de inferioridad con respecto a King, mientras la producción revivía en clave nostálgica el espíritu del cine Amblin de los ochenta. En esta competente, pero muy inferior secuela, el toque Amblin sigue ahí, reforzado con ecos de Stranger Things, aunque aquí Jack Black/Stine se ve condenado a una aparición meramente testimonial. Una araña gigante construida con globos y una legión de feroces ositos de gominola aportan a esta entrega sus imágenes más representativas. En el fondo, el espíritu de la serie Pesadillas –y del propio Halloween- fue siempre ese: acaramelar el miedo, neutralizarlo. No Recomendada.



Bernarda. (España, 2018). Dir. Emilio Ruiz Barrachina. 
Drama sobre el tema de la prostitución que adapta una obra de Federico García Lorca.
Interpretada por Assumpta Serna, Victoria Abril, Elisa Mouliaá, Miriam Díaz Aroca y Will Shephard.
Cuando el director Emilio Ruiz Barrachina decidió acercarse a la figura de Jesucristo en su polémica “El discípulo” (2010), su discurso creció y se desarrolló en los intersticios que separaban a una figura histórica de un icono religioso. Su película, áspera e imperfecta, partía de la confrontación entre la herencia y la contemporaneidad para abrir un diálogo orientado a cuestionar todo pensamiento dogmático. Desde entonces, la obra de ficción de este realizador formado en el ámbito del documental ha abordado la adaptación de imaginarios propios arraigados en un cierto realismo poético –La venta del paraíso (2012)- y ha tanteado lo que, en cierto sentido, también puede considerarse como una de las expresiones de lo sagrado: el teatro lorquiano. Tras trasladar “Yerma” a escenarios londinenses en una metaficcional versión del drama que tuvo un limitado recorrido en salas, el cineasta aplica ahora su particular estrategia cuestionadora a “La casa de Bernarda Alba”.
Rodada en la granadina fábrica de la Azucarera de Guadalfeo, en la Caleta de Salobreña, Bernarda toma la bastante temeraria decisión de extirpar su relato del claustrofóbico universo familiar para trasplantarlo a los bastidores de un moderno, aunque un tanto pintoresco, negocio de trata de blancas. Entre las intenciones de ese cambio de contexto quizá esté la de subrayar algo obvio –la vigencia de la opresión sobre la identidad femenina que retrataba Lorca- y la de ampliar el campo de batalla del simbolismo original, pero el conflicto gana gratuidad y pierde verosimilitud: ¿era necesario meter con calzador un flashback con ablación de clítoris para que el espectador entendiese que en ese enlutado grupo humano imaginado por el poeta granadino estaban sintetizadas todas las agresiones pasadas, presentes y futuras sobre el deseo femenino?
Con violentos desniveles en la dramaturgia, un marcado desaliño general que delata la inexistencia de una puesta en escena y el ingenuo empeño de mimetizar referentes como la orgía de Eyes Wide Shut (1999) en clave demasiado precaria, Bernarda parece rodada y montada contra el texto y contra sus intérpretes, asfixiando la musicalidad lorquiana entre acentos inarmónicos, un confuso tratamiento del espacio y abruptos cortes de plano. No Recomendada.



Un seductor a la francesa. (Francia, 2018). Dir. Laurent Tirard. 
Comedia francesa ambientada en el siglo XIX, interpretada por Jean Dujardin, Noémie Merlant, Mélanie Laurent y Christophe Montenez.
Subvertir los códigos del clásico producto francés de qualité, con ambientación de época, exquisito diseño de producción y cierto toque político y social, a través de un tono paródico con el que autoflagelarse desde la risa. Contar exactamente lo mismo de siempre, una historia de amor entre clases durante la época napoleónica, con venganzas, adulterios, sofocos, rencillas, batallas y asaltos al poder, pero de cachondeo.
No es fácil lo que pretende Laurent Tirard en “Un seductor a la francesa”, fiándolo casi todo a que sus intérpretes alcancen los matices exactos. Sin pasarse en el histrionismo, porque la película tampoco pretende ser una parodia descacharrante, pero sin quedarse cortos, porque el guion tiene los suficientes elementos burlescos como para perder su imagen impoluta de brillo y elegancia en cuanto las actuaciones se pasen de rosca. La dificultad, y la clave, por tanto, están en tomárselo todo a risa manteniendo la imagen de seriedad. Y le sale relativamente bien.
Tirard, también coguionista junto a Grégoire Vigneron, compone el divertido retrato de un estafador de batalla y alcoba, un falso héroe tan cobarde en las guerras napoleónicas como hábil en el guiño chulesco y el fornicio. Y ahí Jean Dujardin, encasillado desde el éxito mundial de “The artista”, y que quizá no tenga muchos más registros, encaja como un candado. Pero no solo él. También su contraria, una especie de heroína feminista de novela de Jane Austen, a la que interpreta Mélanie Laurent, además de las formidables Noémie Merlant, desternillante como hermana zumbona y sadomaso, y Evelyne Buyle, vieja dama del teatro francés, acostumbrada a Molière y Pirandello, que estalla en cada réplica y cada segundo plano como madre en la inopia.
Comedia de enredo de amor y lujo, con jocosos ecos de “El regreso de Martin Guerre” (1982) y hasta de “Barry Lyndon” (1975), junto a divertidos anacronismos (las estafas piramidales nacieron en la Francia de 1812), “Un seductor a la francesa” tiene aspecto de bobada de corto alcance y de poca entidad. Pero sorprende de principio a fin. No Recomendada.