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viernes, 23 de marzo de 2018

Los estrenos en Sevilla de 23-03-2018


8 películas se estrenan el 23 de marzo de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cuatro producciones son estadounidense, una  francesa, una italiana, una noruega y una española. Películas mediocres en su mayoría, resaltando entre todas la propuesta noruega para los Oscars. Además, se queda sin editar en Sevilla la comedia española “Paella Today” (César Sabater, 2017). Vamos con nuestro repaso semanal a los estrenos en Sevilla.      

 

 

Thelma. (Noruega, 2017). Dir. Joachim Trier.

Seleccionada por Noruega como su candidata a los Oscars.

Ganadora del Mejor Guión y el Premio Especial del Jurado en el Festival de Sitges 2017.

Drama psicológico de temática sobrenatural y homosexual interpretado por Eili Harboe, Ellen Dorrit Petersen, Okay Kaya y Henrik Rafaelsen.

La aparición en el año 2006 del noruego Joachim Trier fue una bendición para el cine europeo, principalmente para los que aman no ya las historias, que también, sino sobre todo el cine puro, la conjunción de ideas visuales y sonoras, la experimentación con los formatos y las texturas, con el tempo, con las estructuras generales y secuenciales, la provocación de emociones a partir de una brillante utilización del lenguaje cinematográfico, hasta llevarlo a una nueva dimensión.

Doce años después, y con tres películas formidables detrás, “Reprise” (2006), “Oslo, 31 de agosto” (2011) y “El amor es más fuerte que las bombas” (2015), Trier sigue fiel a su búsqueda constante con la notabilísima “Thelma”, su primer acercamiento a lo sobrenatural, aunque siendo fiel al tema que domina toda su carrera: la desesperación juvenil, el desencanto vital, la explosividad de la turbación y la sublime visualización de esos momentos que hielan la sangre, por lo bendito o por lo terrible, a lo largo de una vida aún en sus primeros tiempos.

El concepto al que se ha agarrado Trier esta vez, para llevarlo a su propio terreno, es el de los ataques psicogénicos: unas convulsiones en principio similares a las de la epilepsia, provocadas por algún tipo de trauma o experiencia emocional del pasado, y por tanto más relacionadas con lo psicológico que con lo físico. A partir de ahí, y adentrándose en el territorio de un terror de autor que nunca deja de lado lo social y lo afectivo, el director noruego relata tanto una gran historia de amor como un doloroso relato de locura. Allí donde la indefensión adolescente ante lo incierto de la vida moderna se hace carne, principalmente cuando no se han ofrecido herramientas educativas que ejerzan de freno a los miedos y a los choques.

Con ciertos paralelismos con “Carrie” (Brian de Palma, 1976), pero también con “Camino” (Javier Fesser, 2008), y su protagonista adolescente derrotada por la imponente presencia de un fervor religioso llevado al extremismo, “Thelma” se hace grande en ese soberbio sentido del espacio de Trier, y en su maestría para jugar con los sonidos, la luz y el color, y solo plantea dudas en un desenlace en el que el autor debe elegir entre el componente científico o el sobrenatural, o jugar ambiguamente a ambos, y su elección final no parece la más convincente.

Eso sí, como ya ocurría en sus anteriores películas, Trier lega un puñado de imágenes imborrables, de esas de erizar la piel, al tiempo que reflexiona sobre la perdurabilidad de lo ultrarreligioso en sociedades supuestamente avanzadas, capaces de convertir en brujas del siglo XXI a chicas no tan distintas de aquellas a las que quemaban en la hoguera. Recomendada.

 

 

La casa junto al mar. (Francia, 2017). Dir. Robert Guédiguian.

Presentada en la sección oficial del Festival de Venecia 2017.

Drama familiar ambientado en una pequeña cala cerca de Marsella, interpretado por Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin, Gérard Meylan, Jacques Boudet y Anaïs Demoustier.

Robert Guédiguian sigue siendo un irreductible. Casi 40 años después de su primera película, “Último verano” (1980), el director continúa, a machamartillo, con su espíritu revolucionario, voz de la conciencia de la clase obrera de una Francia que, en estas cuatro décadas, ha cambiado mucho. Y seguramente no hacia su lugar soñado.

Sin embargo, a los 64 años, junto a sus modos batalladores, consciente de la ruta política hacia la que se ha dirigido buena parte de su país en los últimos tiempos, Guédiguian parece expeler una cierta desesperanza. Y el año 2017 es una muestra de esa ambivalencia: fue uno de los productores de “El joven Karl Marx”, didáctica de sus ideales, de sus orígenes, y dirigió la cautivadora “La casa junto al mar”, donde una sombra de abatimiento apunta a que las grandes ilusiones quizá hayan alcanzado la categoría de utopía. Una obra en la que el peso de la conciencia adquiere protagonismo, y en un tiempo en el que sus personajes —encarnados por los de siempre, los maravillosos Ariane Ascaride, Gérard Meylan y Jean-Pierre Darroussin — parecen casi más predispuestos para la armonía que para la contienda.

Por supuesto que aún hay motivos para la lucha —la inmigración, los refugiados, los despidos, los desmanes inmobiliarios, la tiranía del turismo…—, pero al mismo tiempo surge la búsqueda de una calma interior que desvela una pizca de cansancio. Así, esos afanes de sosiego llegan por el camino de la bondad, lo que en cierto modo no deja de ser ideológico. Sobre todo porque no se trata de una bondad natural, sino de una bondad elegida, buscada, trabajada y, al fin, lograda.

Con reminiscencias explícitas de “El alma buena de Sezuán”, de Bertolt Brecht, “La casa junto al mar” encuentra su momento cumbre en un flashback tan emocionante como amargo, en el que el director utiliza una secuencia de “¿Quién sabe?”, su tercera película, de 1985, para mostrar el brío juvenil de un grupo de personajes de ficción que también eran combatientes artísticos, y aún pretendían cambiar el mundo. Una época puede que irrecuperable; para sus personajes, y para su cine. Recomendada (con reservas).



El aviso (España, 2018). Dir. Daniel Calparsoro.

Thriller español con guión de Chris Sparling, Jorge Guerricaechevarría y Patxi Amezcua, basado en la novela de Paul Pen. La cinta está interpretada por Raúl Arévalo, Aura Garrido, Hugo Arbués, Belén Cuesta, Antonio Dechent, Aitor Luna, Luis Callejo, Sergio Mur, Julieta Serrano y Juan López-Tagle. 

“Centré mi mirada en la palabra fin que se veía a lo lejos. Muy muy lejos”, subrayaba Paul Pen en un artículo que resumía sus primeros seis años como escritor. Y añadía, más adelante: “Solo el hecho de escribir la palabra fin, el sencillo acto de presionar tres teclas tras haber presionado otro millón durante la creación de la historia —como si fueran los tres últimos pasos de un viaje a pie de un año de duración— diferencia a los que de verdad quieren ser escritores de quienes fantasean con la idea de serlo”. Habrá a quien le sorprenda encontrarse con un escritor que habla como un coach de sí mismo. No debería llamar tanto la atención a quien entienda que estas palabras se desgranan al amparo de la misma lógica de mercado que, por ejemplo, lleva a otra editorial a publicar un best-seller instantáneo –Escrito en el agua de Paula Hawkins- con una contraportada cubierta de valoraciones críticas, elogiosas y entrecomilladas, no atribuidas a nadie.

“El aviso” de Daniel Calparsoro adapta –en un proceso que, en su fase de guion, ha recorrido demasiados (e imprudentes) viajes de ida y vuelta- la primera novela del madrileño Pen, un autor que, de manera totalmente legítima, se inscribe en la tradición de la literatura popular de aeropuerto, pero que, en un deje algo frívolo, se enorgullece de que su escritura se intoxique con los modos de la nueva ficción televisiva. Su historia parece una característica paradoja (temporal) concebida para ensamblar dos capítulos de “Perdidos”, pero hinchada contra su propia naturaleza. Dos temporalidades se alternan en este relato paranoico sobre un lugar maldito regido por patrones matemáticos.

Calparsoro pone su profesionalidad al servicio de un relato que no crea los suficientes asideros de fe en lo inverosímil para que al espectador le imante el misterio. Da la impresión de que incluso buena parte del reparto tiene serias dificultades para creer en esta historia donde la preservación del enigma no está al servicio de la ambigüedad, sino de una maniobra de distracción para no evidenciar que aquí no hay más que un conjunto vacío. No Recomendada.



El viaje de sus vidas. (Italia, 2017). Dir. Paolo Virzì.

Road movie presentada en la sección oficial del Festival de Venecia 2017 y nominada al Globo de Oro a la Mejor Actriz de Comedia (Helen Mirren).

Interpretada por Helen Mirren, Donald Sutherland, Kirsty Mitchell y Robert Walker Branchaud.

El score está compuesto por Carlo Virzì.

Si James Joyce logró dar forma literaria a la síntesis entre pensamiento y lenguaje que conforma la identidad, desarrollando esa metáfora de la corriente de conciencia que acuñó William James, el funcionamiento de una mente devastada por el alzhéimer invita a pensar en otro símil bajo el signo de lo acuático: una identidad abandonada en la orilla de una playa en plena marea baja, pero periódicamente reactivada con la llegada de tímidas olas, que devuelven una efímera conciencia de todo lo perdido. En “El viaje de sus vidas” se habla bastante de lenguaje e identidad: John Spencer (Donald Sutherland), el profesor de literatura que, en compañía de su esposa Ella (Helen Mirren), emprende un viaje por carretera para visitar la casa de Ernest Hemingway -ese escritor que desnudó la prosa hasta encontrar el hueso de la poesía-, ya no puede iniciar la lectura de una frase sin perder la orientación, y el sentido, antes de llegar al punto final. Ante su mirada vacía, Ella no puede evitar sentirle como un extraño que ha reemplazado a quien fue su compañero de vida. De vez en cuando, llega la ola a la orilla, y John reaparece durante unos pocos minutos, recordando con total precisión minucias o presencias secundarias de su vida. Para volver a irse.

En “El viaje de sus vidas”, Paolo Virzì adapta la novela homónima del estadounidense Michael Zadoorian que alcanzó la condición de best-seller en el mercado editorial italiano. Con ello, se lanza a su particular aventura americana y, sin pretenderlo, cae en un claro problema de lenguaje, alejándose de una trayectoria creativa que, en su último tramo, había reforzado su parentesco con la gran tradición de la comedia dramática italiana que tuvo en cineastas como Dino Risi y Ettore Scola a algunas de sus figuras tutelares. Su nueva película no avanza en tierra de nadie, pero los modelos que evoca quizá resulten bastante menos estimulantes: las modulaciones más sentimentales de la tradición de la road-movie americana. Unas claves que el cineasta maneja como un idioma mal asimilado.

Virzì es plenamente consciente del excedente de carisma que le va a proporcionar su pareja de actores y parece despreocuparse de la mecánica previsible que lo rige todo o de lo superficiales que resultan sus someras pinceladas añadidas sobre la América de Trump. En su desenlace, lo potencialmente perturbador se sirve convenientemente expurgado de todo matiz desafiante. Otro problema de lenguaje. No Recomendada.



Gringo: Se busca vivo o muerto. (USA, 2018). Dir. Nash Edgerton.

Comedia negra interpretado por David Oyelowo, Joel Edgerton, Charlize Theron, Amanda Seyfried, Thandie Newton, Sharlto Copley.

Especialista de acción, actor, cortometrajista y director de vídeos musicales para Bob Dylan, Nash Edgerton, hermano del también actor, guionista y director Joel Edgerton, imparte en “Gringo: se busca vivo o muerto”, su segundo largometraje, una lección magistral sobre las inconveniencias de recurrir a un modelo de historia, tan gastado por el uso y el abuso, que la presencia de esta película en la cartelera sólo puede compararse, si es que puede compararse a algo, a la sorpresa de encontrar una fecha de caducidad de hace diez (o veinte) años en un producto recién adquirido en el supermercado de la esquina. Su trabajo también invita a preguntarse si habría que pedir responsabilidades a algunos cineastas de referencia –en este caso, Tarantino y los hermanos Coen-, cuando el rastro de su influencia en el cine contemporáneo empieza a adquirir la forma de un montón de metralla no solo redundante, sino especialmente caracterizada por malinterpretar la esencia de sus fuentes de inspiración.

El lanzamiento al mercado farmacéutico de un medicamento basado en las virtudes de la marihuana da pie a una comedia negra sostenida sobre los cruces del azar, donde el íntegro empleado de una corporación se verá abocado a un juego de supervivencia entre neoliberales irredimibles, mercenarios sin moral, torpes buscavidas y capos de la droga aficionados a la última etapa de los Beatles. El mayor (por un año) de los Edgerton maneja su película como si creyera que el slapstick cruel, el sarcasmo sin fundamento y el cinismo como complemento supuestamente cool fueran, todavía, valores al alza. Si, pongamos por caso, esta película se hubiese estrenado el mismo año en que se rodó “Love & a .45” (1994) de C. M. Talkington, una de las primeras subtarantinadas, ¿hubiese parecido mejor de lo que parece hoy? Quizá hubiese caído más simpática. No Recomendada.



Pacific Rim: Insurrección. (USA, 2018). Dir. Steven S. DeKnight.

Cine de ciencia ficción plagado de robots y monstruos. En esta secuela de “Pacific Rim” (2013) su reparto queda compuesto por John Boyega, Scott Eastwood, Cailee Spaeny, Tian Jing, Adria Arjona, Levi Meaden, Charlie Day, Rinko Kikuchi, Burn Gorman y Ivanna Sakhno.

Buena parte de la gracia que pueden tener las películas de bestias de otro mundo, las englobadas en el término japonés kaiju, está en el espectáculo de la destrucción, en ese espíritu casi elevado que puede tener un edificio derrumbándose o la tierra resquebrajándose desde sus entrañas. Sin embargo, la devastación en el cine también puede ser anodina, y no por unos efectos especiales de baja calidad sino por un equivocado manejo de las imágenes, de su intensidad, de su tiempo en pantalla.

En “Pacific Rim: Insurrección” hay un plano paradigmático: el villano de turno, asomado al precipicio del cataclismo, con la mirada fija en su criatura y la de ésta en él, al borde del fin del mundo. Es una imagen con posibilidades, quizá la única con una estética de la puesta en escena que se salga de lo convencional y con una intención simbólica en un producto de usar y tirar. Pero su director, el novel en cine aunque ya bregado en la televisión Steven S. DeKnight, la desperdicia en menos de un segundo, con apenas unos fotogramas que, al contrario que la película, pasan como una exhalación.

Secuela un tanto tardía de “Pacific Rim” (2013), de Guillermo del Toro, “Pacific Rim: Insurrección” es una suerte de juguete globalizado en una época en la que ya ni siquiera se adivina el origen oriental del subgénero, mezclado, como en la primera entrega, con el de las películas de robots o vehículos gigantes, el llamado mecha. Con una trama general que los guionistas no han logrado estructurar, lo que la hace casi incomprensible en sus objetivos más básicos, la película es un volcán de nadería en medio de los destructores fuegos de artificio, y de un par de subtextos clásicos en las películas de academia militar: la estratificación en clases sociales, y el complejo del hijo del héroe muerto al que se le resulta imposible alcanzar el mito paterno. No Recomendada.



Pablo, el apóstol de Cristo. (USA,  2018). Dir. Andrew Hyatt.

Drama de temática religiosa interpretada por Jim Caviezel, James Faulkner, Olivier Martínez, Joanne Whalley-Kilmer y John Lynch.

Si en una de romanos se abren las compuertas de acceso a la arena del Coliseo para que los cristianos vayan desfilando y, al otro lado, se contempla el terreno de juegos que pronto será lugar de sacrificio, lo más probable es que uno esté ante eso que se llamaba péplum. Si en otra de romanos ocurre lo mismo, pero, al otro lado, lo que aparece es la luz cegadora, celestial de la trascendencia, quizá uno esté ante ese subgénero que fundó Mel Gibson allá por el 2004 con “La pasión de Cristo”: el cine de Guerra Santa.

La presencia de Jim Caviezel, portavoz del integrismo cristiano, feroz opositor a la investigación con células madre y actor que le exige a sus partenaires ponerse ropa interior al rodar escenas de sexo –que él asocia con el pecado- sirve de nexo de unión entre el fundacional trabajo de Gibson y este “Pablo, el apóstol de Cristo” que reduce el sensual vocabulario de los viejos péplums de toga y cartón-piedra a dos registros igualmente mortificantes: el viaje inmersivo a una mazmorra romana y el flash-back enfático al servicio de la crueldad pretérita de un Pablo precaída de Damasco. El cine de Semana Santa no tiene por qué ser necesariamente un cilicio para los ojos, pero esta película lo es y con saña. El único alivio que proporciona es el de descubrir que Olivier Martínez se está convirtiendo, contra todo pronóstico, en el actor más adecuado para protagonizar un biopic de José Mourinho. No Recomendada.



Peter Rabbit. (USA, 2018). Dir. Will Gluck.

Comedia familiar con elementos de animación que adapta un cuento de Beatrix Potter. La película cuenta con Domhnall Gleeson, Rose Byrne, Sam Neill, Sia, Bernardo Santos, Deborah Rock, Jill Buchanan, Vauxhall Jermaine, Ty Hurley.

En un momento temprano de “Peter Rabbit”, el conejo del título intenta introducir una zanahoria en la hendidura glútea de su antagónico vecino, que momentos después sufre un ataque al corazón. Entonces el animal pincha el ojo de la víctima para asegurarse de que está muerta y, tras confirmarlo, se pavonea. Y, mientras lo relata, la película no solo asume inequívocamente que el incidente es adorable e hilarante por igual. También deja clara su actitud frente a su bestia protagonista, basada en el personaje popularizado por la escritora de libros infantiles Beatrix Potter y aquí reconvertido en un psicópata aquejado por un afán vengativo contra los humanos y una atracción malsana por su vecina.

En su quinta película, el director Will Gluck parece tratar de recuperar la sensibilidad anárquica e hiperactiva de creadores como “Tex Avery y Chuck Jones”, que en los años 40 y 50 se sirvieron de personajes como Correcaminos y el Coyote o como Bugs Bunny y Elmer para comprobar cuánta violencia podía llegar a incluir el slapstick sin dejar de ser cómico. La diferencia es que aquello eran dibujos animados, y Peter Rabbit no. Y contemplar una versión de acción real de esa anárquica brutalidad inicialmente satisface cierta curiosidad morbosa pero no tarda en resultar desagradable y perturbador.

Gluck, asimismo, muestra una voluntad casi desesperada de hacer cuanto sea necesario por provocarnos la risa, y hasta trufa las escenas de pausas que intentan subrayar los gags y dejarlos respirar pero que en realidad acaban sirviendo sobre todo para evidenciar cuántos de ellos no funcionan. Pese a ello, la película está tan segura de su propio ingenio que no duda en poner el foco sobre todos los clichés que su narrativa refríe, quizá confiando en que esa autoconsciencia funcione a modo de excusa por su falta de creatividad. Difícil decidir si eso resulta más o menos molesto que su decisión de resolver el relato con una ola de lágrimas y abrazos y demás muestras de sentimentalismo, en un cínico intento final de vampirizar la ternura y el espíritu humanista de los libros en los que se inspira. No Recomendada.

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