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miércoles, 28 de marzo de 2018

Los estrenos en Sevilla de 28-03-2018


5 películas se estrenan el 28 de marzo de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Dos producciones estadounidenses, una  francesa, una sueca y una española. Esta semana se queda sin editar en Sevilla la comedia francesa “Cosas de la edad” (Guillaume Canet, 2017), interpretada por el propio  Guillaume Canet y su esposa en la vida real, Marion Cotillard. Tampoco se estrena en Sevilla otra producción francesa titulada “Barbara” (Mathieu Amalric, 2017), que recibió en el último Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF 2017) el premio al Mejor Director. Tampoco encuentra sitio en Sevilla la producción “Veloz como el viento” (Matteo Rovere, 2016), que obtuvo 6 premios David di Donatello en Italia en 2016 (incluido al Mejor Actor: Stefano Accorsi). Reivindicadas las usencias de estas producciones en la cartelera sevillana, vamos con nuestro repaso semanal a los estrenos en nuestra ciudad.      

 

 

El Cairo Confidencial. (Suecia, 2017). Dir. Tarik Saleh.

Ganadora de la Espiga de Oro, Mejor director y Mejor guion en la Seminci 2017 y Mejor película internacional en el Festival de Sundance 2017.

Thriller sueco interpretado por  Fares Fares, Tareq Abdalla, Yasser Ali Maher, Nael Ali, Hania Amar y Slimane Dazi.

“¿Alguien ha pedido mango?”, pregunta un empleado del servicio de habitaciones del Nile Hilton de El Cairo al entrar en una estancia especialmente concurrida. Una estancia que es una escena del crimen, con un cadáver manchando la moqueta de sangre. Quien ha pedido ese refrigerio es el jefe del equipo forense llegado al lugar, que, en un impulso que revela toda la sordidez del universo que captura Tarik Saleh en “El Cairo Confidencial”, ha decidido aprovechar el momento para tomarse un refrigerio a cuenta de la difunta.

Proyectando la memoria del cine negro de corte más clásico sobre la olla a presión, política y social, que era Egipto en los días previos al estallido de la Primavera Árabe, la película no contiene un plano o corte de montaje que, además de servir al relato con la mayor funcionalidad, no esté aportando valiosa información adicional sobre un contexto de corrupción generalizada, precariedad económica y miseria moral. Incluso el mismo protagonista, inspector de policía al que se le impondrá la exigencia ética de encontrar la verdad, es mostrado sisando unos cuantos billetes de la cartera de la muerta. Con el rostro limpio, Fares Fares aporta un aire a lo Robert Mitchum a este héroe a su pesar que se apaña mal con el manejo de Facebook y que deberá enfrentarse incluso a su propio tío, que garantizó su posición profesional, para desentrañar la madeja de podredumbre que atraviesa todos los estamentos de una sociedad en caída libre.

En “El Cairo Confidencial” la trama juega a revivir situaciones y arquetipos que remiten a la esencia de lo noir como instrumento cuestionador de la ciudad corrupta: aquí hay un asesinato en un hotel, fotos comprometedoras, extorsiones, políticos con trastienda y desclasados que intentarán sacar precarias ganancias del río revuelto. Al mismo tiempo, nada parece manido, porque el modo en que Tarik Saleh saca oro al relacionar un código tradicional con una realidad viva y tangible es modélico y aleja el discurso de lo puramente referencial para colocarlo en el ámbito de lo pertinente y revelador. Grafitero de referencia que, tras su paso al cine, ha recorrido los códigos de la animación distópica, el documental incómodo y el thriller, el sueco Tarik Saleh emprende aquí un viaje al origen de sus raíces culturales que, con total dominio del tono, reivindica la eterna vigencia de la serie negra como discurso y no como mera textura nostálgica. Recomendada.

 

 

Un razón brillante. (Francia, 2017). Dir. Yvan Attal.

Ganadora del César 2017  la Mejor Actriz Revelación: Camélia Jordana.

Comedia dramática francesa ubicada en el mundo de la enseñanza interpretada por Daniel Auteuil, Camélia Jordana, Jacques Brel, Serge Gainsbourg y Romain Gary.

“Es un gozo ver que (…) una novela pueda levantar unas polémicas profundas, animadversión, ira, rencores y amenazas (…) Creo que es el único país del mundo y, obviamente, es el país más bello precisamente por eso”, afirmaba Romain Gary en el espacio televisivo “Lectures pour tous”, a propósito de la controversia generada por su novela “Las raíces del cielo”, galardonada con el Goncourt en 1956. Sus declaraciones aparecen en el montaje de archivo que abre “Una razón brillante”. Junto a las palabras de Gary, una reflexión elegíaca de Claude Levi-Strauss, una insolencia de Serge Gainsbourg y la definición de Jacques Brel de la estupidez como el estado de conformidad de quien ya no siente curiosidad por nada. Todos los fragmentos sirven al mismo propósito: ofrecer una imagen de la cultura francesa como territorio ilustrado, donde toda disidencia y disensión puede ser razonada y argumentada. “Una razón brillante” no es la comedia francesa al uso para quien va a la sala de cine como quien va al salón de té. Con todo, algo traiciona la ambición de sus propósitos.

En la película, una estudiante universitaria de origen argelino (vital, estupenda Camélia Jordana) es humillada por un arrogante profesor (Daniel Auteuil, entre lo odioso y lo desvalido) en el primer día de clase. La dirección de la universidad decidirá unirles para su participación en un concurso de oratoria. Yvan Attal se planta, así, en un estimulante territorio, afín al teatro de ideas, donde la corrección política y el lenguaje ofensivo y excluyente podrían batirse en apasionante duelo. Lástima que, finalmente, prevalezca la plantilla de la comedia de contrarios que, obligados a un objetivo común, aprenderán a comprenderse. “Una razón brillante” es una película supuestamente ebria de alta cultura que sucumbe a las fórmulas de la cultura de multisalas. Y al chovinismo. No Recomendada.



Ready Player One. (USA, 2018). Dir. Steven Spielberg.

Aventuras, acción y ciencia-ficción en esta nueva película de Spielberg interpretada por Tye Sheridan, Olivia Cooke, Ben Mendelsohn y Mark Rylance.

El score está compuesto por Alan Silvestri.

Solo unas semanas después de mostrarnos su perfil más serio y políticamente comprometido en “Los archivos del Pentágono”, Steven Spielberg nos recuerda ahora que en el fondo sigue siendo un niño hiperactivo gracias a “Ready player one”, su película más vocacionalmente lúdica en años: un deslumbrante espectáculo visual ambientado mayormente en el interior de un videojuego de realidad virtual, donde un héroe y sus secuaces emprenden una trepidante aventura en busca de un tesoro mientras se enfrentan a una oscura corporación.

Nuestra primera toma de contacto con ese hiperespacio es una persecución por una camaleónica ciudad de Nueva York, en la que el DeLorean de “Regreso al futuro” es perseguido no solo por el “Batmóvil” y la furgoneta de “El equipo A” y una motocicleta salida de “Akira” -entre otros vehículos-, sino también por “King Kong” y el T-Rex de “Parque Jurásico”. Y a partir de entonces la película va ofreciendo tantas referencias a iconos de la cultura pop -Michael Jackson, Alien, Chucky, Duran Duran, las Tortugas Ninja, Freddy Krueger, Fiebre del sábado noche- que por momentos funciona como una versión gigante del “Pokémon Go”. Para cazarlas todas harían falta varios visionados con un control remoto en mano.

Para vehicularlas, Spielberg nos ofrece una sucesión de enormes tiroteos y carreras capturadas por una cámara que desafía las leyes de la física y asombrosas secuencias de acción detrás de las que, en realidad, no hay gran cosa. Los mensajes sobre los peligros de nuestra obsesión por la tecnología y las redes sociales son obvios; sus personajes ni tienen fondo ni verdadero atractivo; y la hondura emocional que en el pasado elevó sus mejores incursiones en el terreno del blockbuster -escenas como las bicicletas voladoras de E.T. (1982)- es sustituida por simples fuegos artificiales. Y en parte es por eso que, por mucha que sea su obsesión por la nostalgia, es poco probable que “Ready player one” logre jamás entrar a formar parte del panteón de la cultura pop que con tanto detalle retrata. No Recomendada.



El justiciero. (USA, 2018). Dir. Eli Roth.

Remake de una novela de acción y crímenes de Brian Garfield interpretada por Bruce Willis, Vincent D'Onofrio, Elisabeth Shue, Dean Norris y Kimberly Elise.

El score está compuesto por Ludwig Göransson.

Cuando, en 2007, James Wan adaptó en “Sentencia de muerte” la novela que Brian Garfield escribió en 1975 como secuela del libro que inspiró “El justiciero de la ciudad” (1974) de Michael Winner, no era complicado adivinar sus propósitos: en pleno hype generado por el “Grindhouse” (2007) de Quentin Tarantino y Robert Rodríguez, el cineasta se lanzaba a elaborar un seco y extemporáneo ejercicio de estilo en torno a uno de los subgéneros –el thriller con vigilante- que nutrían esas salas consagradas al goce pulsional del espectador. Once años más tarde, uno de los directores invitados al proyecto Grindhouse, Eli Roth, se descuelga con una adaptación de la primera novela protagonizada por Paul Benjamín, aquí rebautizado Paul Kersey y reconvertido en acomodado cirujano. Once años que alteran profundamente el contexto: ahora, el gesto que Roth reivindicará como políticamente incorrecto tiene lugar en un país cuyo presidente propone armar al profesorado para atajar la violencia en institutos.

Al igual que hizo Wan, Roth evita la distancia postmoderna, pero enriquece la acción con abundantes detalles que ofrecen una precisa visión de una sociedad donde la violencia se ha infiltrado en todos los aspectos de lo cotidiano: los tutoriales de Internet sobre manejo de armas, la publicidad de una tienda armamentística, la amabilidad de la vendedora de esa tienda y la reacción de un personaje ante unos cazadores furtivos demuestran que, tras el gesto de niño malote, hay humor e inteligencia en la aproximación de Roth a un material de partida tan abrasivo.

Con una violencia seca y en absoluto tibia, Roth cumple con la satisfacción de los bajos instintos de sus espectadores, pero el hecho de que la película asocie la criminalidad a las comunidades latina y afroamericana coloca su modulación de la incorrección política del lado de lo que, ahora mismo, son los discursos del poder en la sociedad norteamericana. Su película funciona, pero malinterpreta a Garfield del mismo modo en que lo hizo Winner. Y quizá no estaría de más que, a la hora de ser incorrecto, un director como Roth se preguntara quién le va a reír las gracias. No Recomendada.



El club de los buenos infieles. (España, 2017). Dir. Luis Segura.

Comedia española interpretada por Fele Martínez, Jordi Vilches, Hovik Keuchkerian, Raúl Fernández y Eszter Tompa. 

En tiempos del #MeToo, de manifestaciones multitudinarias de mujeres, de transversales y justas reivindicaciones feministas, aquí llega una comedia sobre un grupo de amigos cuarentones que monta una asociación secreta para ser infieles a sus esposas y así recuperar la pasión perdida, porque igual es que no hay otro modo. La idea, que parece salida de un filósofo de forocoches, es, desde luego, valiente. Quizá resultona, dependiendo del tono utilizado y del desarrollo que se le otorgue a la historia y a los personajes. Culminada la película, eso sí, se puede decir que no solo es suicida sino también profundamente machista.

Muy bien construida en su estructura, alzándose por encima de sus dificultades presupuestarias con un formato de falso documental, entrevistas a cámara, infografías, ralentís, cambios de formato, buena música, interpretaciones notables y excelente montaje, “El club de los buenos infieles” parece la fusión entre “El club de la lucha” y “Resacón en Las Vegas”, con ecos del gurú de la autoayuda que interpretaba Tom Cruise en “Magnolia”. Sin embargo, aquí lo que acaba decidiendo es el tono. Y el impuesto por el debutante en la dirección Lluís Segura, compañero de escritura de J. A. Bayona en sus inicios como cortometrajista —Mis vacaciones, Los perros de Pavlov, El Hombre Esponja—, y sus tres compañeros de guion —Sara Alquézar, Ingride Santos y Enric Pardo—, acaba teniendo una simpatía excesiva por sus patéticos personajes.

Que sus protagonistas son siete cafres, a los que van siguiendo otros cuantos cafres, y así hasta acabar conformando una verdadera legión de cabrones, no hay quien lo niegue. Que la película es una alegoría, con sus dosis de exageración, tampoco. Pero el cariño por sus criaturas es palmario y el desenlace debería haber inclinado la balanza en lugar de ser, en cierto modo, peligrosamente equidistante. Y basta con analizar el comportamiento de las (pocas) mujeres que salen en la historia. 

“El club de los buenos infieles” apunta maneras en los momentos contados en los que se acerca a la ridiculización —“yo es que no lo entendía mucho, porque hablaba muchas partes en inglés, pero luego se notaba que era… como de Jaén”—, y es nefasta cuando se deja llevar por la chanza zafia que contarían sus personajes: esos dos chistes cuarteleros seguidos, que parecen incluidos para la provocar la risa de sus espectadores objetivos, justo los que se parecen a sus personajes. De modo que, como reza la canción generacional que mueve a la pandilla, En el límite del bien y del mal, de La Frontera, solo queda que cada cual asuma sus compromisos: artísticos, cómicos y éticos. No Recomendada.

viernes, 23 de marzo de 2018

Los estrenos en Sevilla de 23-03-2018


8 películas se estrenan el 23 de marzo de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cuatro producciones son estadounidense, una  francesa, una italiana, una noruega y una española. Películas mediocres en su mayoría, resaltando entre todas la propuesta noruega para los Oscars. Además, se queda sin editar en Sevilla la comedia española “Paella Today” (César Sabater, 2017). Vamos con nuestro repaso semanal a los estrenos en Sevilla.      

 

 

Thelma. (Noruega, 2017). Dir. Joachim Trier.

Seleccionada por Noruega como su candidata a los Oscars.

Ganadora del Mejor Guión y el Premio Especial del Jurado en el Festival de Sitges 2017.

Drama psicológico de temática sobrenatural y homosexual interpretado por Eili Harboe, Ellen Dorrit Petersen, Okay Kaya y Henrik Rafaelsen.

La aparición en el año 2006 del noruego Joachim Trier fue una bendición para el cine europeo, principalmente para los que aman no ya las historias, que también, sino sobre todo el cine puro, la conjunción de ideas visuales y sonoras, la experimentación con los formatos y las texturas, con el tempo, con las estructuras generales y secuenciales, la provocación de emociones a partir de una brillante utilización del lenguaje cinematográfico, hasta llevarlo a una nueva dimensión.

Doce años después, y con tres películas formidables detrás, “Reprise” (2006), “Oslo, 31 de agosto” (2011) y “El amor es más fuerte que las bombas” (2015), Trier sigue fiel a su búsqueda constante con la notabilísima “Thelma”, su primer acercamiento a lo sobrenatural, aunque siendo fiel al tema que domina toda su carrera: la desesperación juvenil, el desencanto vital, la explosividad de la turbación y la sublime visualización de esos momentos que hielan la sangre, por lo bendito o por lo terrible, a lo largo de una vida aún en sus primeros tiempos.

El concepto al que se ha agarrado Trier esta vez, para llevarlo a su propio terreno, es el de los ataques psicogénicos: unas convulsiones en principio similares a las de la epilepsia, provocadas por algún tipo de trauma o experiencia emocional del pasado, y por tanto más relacionadas con lo psicológico que con lo físico. A partir de ahí, y adentrándose en el territorio de un terror de autor que nunca deja de lado lo social y lo afectivo, el director noruego relata tanto una gran historia de amor como un doloroso relato de locura. Allí donde la indefensión adolescente ante lo incierto de la vida moderna se hace carne, principalmente cuando no se han ofrecido herramientas educativas que ejerzan de freno a los miedos y a los choques.

Con ciertos paralelismos con “Carrie” (Brian de Palma, 1976), pero también con “Camino” (Javier Fesser, 2008), y su protagonista adolescente derrotada por la imponente presencia de un fervor religioso llevado al extremismo, “Thelma” se hace grande en ese soberbio sentido del espacio de Trier, y en su maestría para jugar con los sonidos, la luz y el color, y solo plantea dudas en un desenlace en el que el autor debe elegir entre el componente científico o el sobrenatural, o jugar ambiguamente a ambos, y su elección final no parece la más convincente.

Eso sí, como ya ocurría en sus anteriores películas, Trier lega un puñado de imágenes imborrables, de esas de erizar la piel, al tiempo que reflexiona sobre la perdurabilidad de lo ultrarreligioso en sociedades supuestamente avanzadas, capaces de convertir en brujas del siglo XXI a chicas no tan distintas de aquellas a las que quemaban en la hoguera. Recomendada.

 

 

La casa junto al mar. (Francia, 2017). Dir. Robert Guédiguian.

Presentada en la sección oficial del Festival de Venecia 2017.

Drama familiar ambientado en una pequeña cala cerca de Marsella, interpretado por Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin, Gérard Meylan, Jacques Boudet y Anaïs Demoustier.

Robert Guédiguian sigue siendo un irreductible. Casi 40 años después de su primera película, “Último verano” (1980), el director continúa, a machamartillo, con su espíritu revolucionario, voz de la conciencia de la clase obrera de una Francia que, en estas cuatro décadas, ha cambiado mucho. Y seguramente no hacia su lugar soñado.

Sin embargo, a los 64 años, junto a sus modos batalladores, consciente de la ruta política hacia la que se ha dirigido buena parte de su país en los últimos tiempos, Guédiguian parece expeler una cierta desesperanza. Y el año 2017 es una muestra de esa ambivalencia: fue uno de los productores de “El joven Karl Marx”, didáctica de sus ideales, de sus orígenes, y dirigió la cautivadora “La casa junto al mar”, donde una sombra de abatimiento apunta a que las grandes ilusiones quizá hayan alcanzado la categoría de utopía. Una obra en la que el peso de la conciencia adquiere protagonismo, y en un tiempo en el que sus personajes —encarnados por los de siempre, los maravillosos Ariane Ascaride, Gérard Meylan y Jean-Pierre Darroussin — parecen casi más predispuestos para la armonía que para la contienda.

Por supuesto que aún hay motivos para la lucha —la inmigración, los refugiados, los despidos, los desmanes inmobiliarios, la tiranía del turismo…—, pero al mismo tiempo surge la búsqueda de una calma interior que desvela una pizca de cansancio. Así, esos afanes de sosiego llegan por el camino de la bondad, lo que en cierto modo no deja de ser ideológico. Sobre todo porque no se trata de una bondad natural, sino de una bondad elegida, buscada, trabajada y, al fin, lograda.

Con reminiscencias explícitas de “El alma buena de Sezuán”, de Bertolt Brecht, “La casa junto al mar” encuentra su momento cumbre en un flashback tan emocionante como amargo, en el que el director utiliza una secuencia de “¿Quién sabe?”, su tercera película, de 1985, para mostrar el brío juvenil de un grupo de personajes de ficción que también eran combatientes artísticos, y aún pretendían cambiar el mundo. Una época puede que irrecuperable; para sus personajes, y para su cine. Recomendada (con reservas).



El aviso (España, 2018). Dir. Daniel Calparsoro.

Thriller español con guión de Chris Sparling, Jorge Guerricaechevarría y Patxi Amezcua, basado en la novela de Paul Pen. La cinta está interpretada por Raúl Arévalo, Aura Garrido, Hugo Arbués, Belén Cuesta, Antonio Dechent, Aitor Luna, Luis Callejo, Sergio Mur, Julieta Serrano y Juan López-Tagle. 

“Centré mi mirada en la palabra fin que se veía a lo lejos. Muy muy lejos”, subrayaba Paul Pen en un artículo que resumía sus primeros seis años como escritor. Y añadía, más adelante: “Solo el hecho de escribir la palabra fin, el sencillo acto de presionar tres teclas tras haber presionado otro millón durante la creación de la historia —como si fueran los tres últimos pasos de un viaje a pie de un año de duración— diferencia a los que de verdad quieren ser escritores de quienes fantasean con la idea de serlo”. Habrá a quien le sorprenda encontrarse con un escritor que habla como un coach de sí mismo. No debería llamar tanto la atención a quien entienda que estas palabras se desgranan al amparo de la misma lógica de mercado que, por ejemplo, lleva a otra editorial a publicar un best-seller instantáneo –Escrito en el agua de Paula Hawkins- con una contraportada cubierta de valoraciones críticas, elogiosas y entrecomilladas, no atribuidas a nadie.

“El aviso” de Daniel Calparsoro adapta –en un proceso que, en su fase de guion, ha recorrido demasiados (e imprudentes) viajes de ida y vuelta- la primera novela del madrileño Pen, un autor que, de manera totalmente legítima, se inscribe en la tradición de la literatura popular de aeropuerto, pero que, en un deje algo frívolo, se enorgullece de que su escritura se intoxique con los modos de la nueva ficción televisiva. Su historia parece una característica paradoja (temporal) concebida para ensamblar dos capítulos de “Perdidos”, pero hinchada contra su propia naturaleza. Dos temporalidades se alternan en este relato paranoico sobre un lugar maldito regido por patrones matemáticos.

Calparsoro pone su profesionalidad al servicio de un relato que no crea los suficientes asideros de fe en lo inverosímil para que al espectador le imante el misterio. Da la impresión de que incluso buena parte del reparto tiene serias dificultades para creer en esta historia donde la preservación del enigma no está al servicio de la ambigüedad, sino de una maniobra de distracción para no evidenciar que aquí no hay más que un conjunto vacío. No Recomendada.



El viaje de sus vidas. (Italia, 2017). Dir. Paolo Virzì.

Road movie presentada en la sección oficial del Festival de Venecia 2017 y nominada al Globo de Oro a la Mejor Actriz de Comedia (Helen Mirren).

Interpretada por Helen Mirren, Donald Sutherland, Kirsty Mitchell y Robert Walker Branchaud.

El score está compuesto por Carlo Virzì.

Si James Joyce logró dar forma literaria a la síntesis entre pensamiento y lenguaje que conforma la identidad, desarrollando esa metáfora de la corriente de conciencia que acuñó William James, el funcionamiento de una mente devastada por el alzhéimer invita a pensar en otro símil bajo el signo de lo acuático: una identidad abandonada en la orilla de una playa en plena marea baja, pero periódicamente reactivada con la llegada de tímidas olas, que devuelven una efímera conciencia de todo lo perdido. En “El viaje de sus vidas” se habla bastante de lenguaje e identidad: John Spencer (Donald Sutherland), el profesor de literatura que, en compañía de su esposa Ella (Helen Mirren), emprende un viaje por carretera para visitar la casa de Ernest Hemingway -ese escritor que desnudó la prosa hasta encontrar el hueso de la poesía-, ya no puede iniciar la lectura de una frase sin perder la orientación, y el sentido, antes de llegar al punto final. Ante su mirada vacía, Ella no puede evitar sentirle como un extraño que ha reemplazado a quien fue su compañero de vida. De vez en cuando, llega la ola a la orilla, y John reaparece durante unos pocos minutos, recordando con total precisión minucias o presencias secundarias de su vida. Para volver a irse.

En “El viaje de sus vidas”, Paolo Virzì adapta la novela homónima del estadounidense Michael Zadoorian que alcanzó la condición de best-seller en el mercado editorial italiano. Con ello, se lanza a su particular aventura americana y, sin pretenderlo, cae en un claro problema de lenguaje, alejándose de una trayectoria creativa que, en su último tramo, había reforzado su parentesco con la gran tradición de la comedia dramática italiana que tuvo en cineastas como Dino Risi y Ettore Scola a algunas de sus figuras tutelares. Su nueva película no avanza en tierra de nadie, pero los modelos que evoca quizá resulten bastante menos estimulantes: las modulaciones más sentimentales de la tradición de la road-movie americana. Unas claves que el cineasta maneja como un idioma mal asimilado.

Virzì es plenamente consciente del excedente de carisma que le va a proporcionar su pareja de actores y parece despreocuparse de la mecánica previsible que lo rige todo o de lo superficiales que resultan sus someras pinceladas añadidas sobre la América de Trump. En su desenlace, lo potencialmente perturbador se sirve convenientemente expurgado de todo matiz desafiante. Otro problema de lenguaje. No Recomendada.



Gringo: Se busca vivo o muerto. (USA, 2018). Dir. Nash Edgerton.

Comedia negra interpretado por David Oyelowo, Joel Edgerton, Charlize Theron, Amanda Seyfried, Thandie Newton, Sharlto Copley.

Especialista de acción, actor, cortometrajista y director de vídeos musicales para Bob Dylan, Nash Edgerton, hermano del también actor, guionista y director Joel Edgerton, imparte en “Gringo: se busca vivo o muerto”, su segundo largometraje, una lección magistral sobre las inconveniencias de recurrir a un modelo de historia, tan gastado por el uso y el abuso, que la presencia de esta película en la cartelera sólo puede compararse, si es que puede compararse a algo, a la sorpresa de encontrar una fecha de caducidad de hace diez (o veinte) años en un producto recién adquirido en el supermercado de la esquina. Su trabajo también invita a preguntarse si habría que pedir responsabilidades a algunos cineastas de referencia –en este caso, Tarantino y los hermanos Coen-, cuando el rastro de su influencia en el cine contemporáneo empieza a adquirir la forma de un montón de metralla no solo redundante, sino especialmente caracterizada por malinterpretar la esencia de sus fuentes de inspiración.

El lanzamiento al mercado farmacéutico de un medicamento basado en las virtudes de la marihuana da pie a una comedia negra sostenida sobre los cruces del azar, donde el íntegro empleado de una corporación se verá abocado a un juego de supervivencia entre neoliberales irredimibles, mercenarios sin moral, torpes buscavidas y capos de la droga aficionados a la última etapa de los Beatles. El mayor (por un año) de los Edgerton maneja su película como si creyera que el slapstick cruel, el sarcasmo sin fundamento y el cinismo como complemento supuestamente cool fueran, todavía, valores al alza. Si, pongamos por caso, esta película se hubiese estrenado el mismo año en que se rodó “Love & a .45” (1994) de C. M. Talkington, una de las primeras subtarantinadas, ¿hubiese parecido mejor de lo que parece hoy? Quizá hubiese caído más simpática. No Recomendada.



Pacific Rim: Insurrección. (USA, 2018). Dir. Steven S. DeKnight.

Cine de ciencia ficción plagado de robots y monstruos. En esta secuela de “Pacific Rim” (2013) su reparto queda compuesto por John Boyega, Scott Eastwood, Cailee Spaeny, Tian Jing, Adria Arjona, Levi Meaden, Charlie Day, Rinko Kikuchi, Burn Gorman y Ivanna Sakhno.

Buena parte de la gracia que pueden tener las películas de bestias de otro mundo, las englobadas en el término japonés kaiju, está en el espectáculo de la destrucción, en ese espíritu casi elevado que puede tener un edificio derrumbándose o la tierra resquebrajándose desde sus entrañas. Sin embargo, la devastación en el cine también puede ser anodina, y no por unos efectos especiales de baja calidad sino por un equivocado manejo de las imágenes, de su intensidad, de su tiempo en pantalla.

En “Pacific Rim: Insurrección” hay un plano paradigmático: el villano de turno, asomado al precipicio del cataclismo, con la mirada fija en su criatura y la de ésta en él, al borde del fin del mundo. Es una imagen con posibilidades, quizá la única con una estética de la puesta en escena que se salga de lo convencional y con una intención simbólica en un producto de usar y tirar. Pero su director, el novel en cine aunque ya bregado en la televisión Steven S. DeKnight, la desperdicia en menos de un segundo, con apenas unos fotogramas que, al contrario que la película, pasan como una exhalación.

Secuela un tanto tardía de “Pacific Rim” (2013), de Guillermo del Toro, “Pacific Rim: Insurrección” es una suerte de juguete globalizado en una época en la que ya ni siquiera se adivina el origen oriental del subgénero, mezclado, como en la primera entrega, con el de las películas de robots o vehículos gigantes, el llamado mecha. Con una trama general que los guionistas no han logrado estructurar, lo que la hace casi incomprensible en sus objetivos más básicos, la película es un volcán de nadería en medio de los destructores fuegos de artificio, y de un par de subtextos clásicos en las películas de academia militar: la estratificación en clases sociales, y el complejo del hijo del héroe muerto al que se le resulta imposible alcanzar el mito paterno. No Recomendada.



Pablo, el apóstol de Cristo. (USA,  2018). Dir. Andrew Hyatt.

Drama de temática religiosa interpretada por Jim Caviezel, James Faulkner, Olivier Martínez, Joanne Whalley-Kilmer y John Lynch.

Si en una de romanos se abren las compuertas de acceso a la arena del Coliseo para que los cristianos vayan desfilando y, al otro lado, se contempla el terreno de juegos que pronto será lugar de sacrificio, lo más probable es que uno esté ante eso que se llamaba péplum. Si en otra de romanos ocurre lo mismo, pero, al otro lado, lo que aparece es la luz cegadora, celestial de la trascendencia, quizá uno esté ante ese subgénero que fundó Mel Gibson allá por el 2004 con “La pasión de Cristo”: el cine de Guerra Santa.

La presencia de Jim Caviezel, portavoz del integrismo cristiano, feroz opositor a la investigación con células madre y actor que le exige a sus partenaires ponerse ropa interior al rodar escenas de sexo –que él asocia con el pecado- sirve de nexo de unión entre el fundacional trabajo de Gibson y este “Pablo, el apóstol de Cristo” que reduce el sensual vocabulario de los viejos péplums de toga y cartón-piedra a dos registros igualmente mortificantes: el viaje inmersivo a una mazmorra romana y el flash-back enfático al servicio de la crueldad pretérita de un Pablo precaída de Damasco. El cine de Semana Santa no tiene por qué ser necesariamente un cilicio para los ojos, pero esta película lo es y con saña. El único alivio que proporciona es el de descubrir que Olivier Martínez se está convirtiendo, contra todo pronóstico, en el actor más adecuado para protagonizar un biopic de José Mourinho. No Recomendada.



Peter Rabbit. (USA, 2018). Dir. Will Gluck.

Comedia familiar con elementos de animación que adapta un cuento de Beatrix Potter. La película cuenta con Domhnall Gleeson, Rose Byrne, Sam Neill, Sia, Bernardo Santos, Deborah Rock, Jill Buchanan, Vauxhall Jermaine, Ty Hurley.

En un momento temprano de “Peter Rabbit”, el conejo del título intenta introducir una zanahoria en la hendidura glútea de su antagónico vecino, que momentos después sufre un ataque al corazón. Entonces el animal pincha el ojo de la víctima para asegurarse de que está muerta y, tras confirmarlo, se pavonea. Y, mientras lo relata, la película no solo asume inequívocamente que el incidente es adorable e hilarante por igual. También deja clara su actitud frente a su bestia protagonista, basada en el personaje popularizado por la escritora de libros infantiles Beatrix Potter y aquí reconvertido en un psicópata aquejado por un afán vengativo contra los humanos y una atracción malsana por su vecina.

En su quinta película, el director Will Gluck parece tratar de recuperar la sensibilidad anárquica e hiperactiva de creadores como “Tex Avery y Chuck Jones”, que en los años 40 y 50 se sirvieron de personajes como Correcaminos y el Coyote o como Bugs Bunny y Elmer para comprobar cuánta violencia podía llegar a incluir el slapstick sin dejar de ser cómico. La diferencia es que aquello eran dibujos animados, y Peter Rabbit no. Y contemplar una versión de acción real de esa anárquica brutalidad inicialmente satisface cierta curiosidad morbosa pero no tarda en resultar desagradable y perturbador.

Gluck, asimismo, muestra una voluntad casi desesperada de hacer cuanto sea necesario por provocarnos la risa, y hasta trufa las escenas de pausas que intentan subrayar los gags y dejarlos respirar pero que en realidad acaban sirviendo sobre todo para evidenciar cuántos de ellos no funcionan. Pese a ello, la película está tan segura de su propio ingenio que no duda en poner el foco sobre todos los clichés que su narrativa refríe, quizá confiando en que esa autoconsciencia funcione a modo de excusa por su falta de creatividad. Difícil decidir si eso resulta más o menos molesto que su decisión de resolver el relato con una ola de lágrimas y abrazos y demás muestras de sentimentalismo, en un cínico intento final de vampirizar la ternura y el espíritu humanista de los libros en los que se inspira. No Recomendada.