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sábado, 24 de febrero de 2018

Los estrenos en Sevilla de 23-02-2018



6 películas se estrenan el 23 de febrero de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cinco interesantes películas que no deben perderse y una nuevo bodrio de animación que deben olvidar. Tres son producciones estadounidenses, dos alemanas y una española. Vamos con nuestro repaso semanal a los estrenos en Sevilla.      


En la sombra. (Alemania, 2017). Dir. Fatih Akin.   
12ª película que se estrena en nuestra ciudad de la Sección Oficial del Festival de Cannes 2017. Gana el Premio a la Mejor Actriz (Diane Kruger) en Cannes y consigue el Globo de Oro a Mejor Película de habla no inglesa.
Drama en clave de venganza interpretado por Diane Kruger, Numan Acar,  lrich Tukur, Johannes Krisch, Siir Eloglu.
El score está compuesto por Josh Homme.
Es difícil imaginar algo más doloroso que perder a tus seres queridos inesperadamente, como le ocurre a la protagonista del nuevo trabajo de Fatih Akin, cuya vida queda destrozada cuando su marido y su hijo mueren en un atentado con bomba en la oficina del negocio familiar. Diane Kruger constata su grandeza como actriz asumiendo el peso de un durísimo relato estructurado en tres partes claramente diferenciadas: una primera en la que se expone el trágico detonante y los antecedentes personales de la protagonista; una segunda que desarrolla meticulosamente el juicio contra una pareja de más que presuntos asesinos y una tercera en la que esta mujer emocionalmente inconsolable parece aferrarse al Antiguo Testamento para reparar lo que la justicia ha sido incapaz de resolver.
El cineasta transita por esa sucesión de géneros con la ambición de escapar a las convenciones en la medida de lo posible e imprimir a su discurso un aliento humanista, incluso se diría que por momentos populista, para analizar desde la perspectiva de la víctima el fenómeno del terrorismo indiscriminado y en concreto del resurgir de los movimientos intolerantes cercanos al nazismo que se prodigan sobre todo en Alemania, pero presentes también en otros países europeos. En la sombra tiene visos de melodrama y por tanto su mirada está más cerca de los sentimientos individuales que de un análisis más panorámico o sociológico, pero ilustra convincentemente la impotencia y la perplejidad de una sociedad que no sabe cómo afrontar asuntos tan espinosos. Recomendada.



Yo, Tonya. (USA, 2017). Dir. Craig Gillespie.
3 nominaciones a los Oscars 2017.
Drama biográfico ambientado en el mundo del deporte, interpretado por Margot Robbie, Sebastian Stan, Allison Janney, Caitlin Carver y Julianne Nicholson.
El score está compuesto por Peter Nashel.
Tonya Harding fue la primera patinadora estadounidense en completar, en 1991, un triple salto axel en competición. La que fuera patinadora olímpica Tonya Harding es sobre todo recordada por el escándalo que acabó con su carrera: la agresión que en 1994 sufrió su rival Nancy Kerrigan, oficialmente orquestada por el exmarido de Harding, y de la que nadie llegará nunca a tener claro qué grado de implicación tuvo ella misma.
“Yo, Tonya” no pretende exonerar a su protagonista, pero sí matizar la imagen que el público tiene de ella recordando la miserable vida que tuvo: los abusos físicos y psicológicos que sufrió de su madre y su pareja; el desprecio que recibió del mundo del patinaje artístico, que la consideraba demasiado pobre y vulgar; la explotación a la que fue sometida por un público hambriento de carnaza sensacionalista.
En el proceso, eso sí, neutraliza los intentos de Harding de erigirse en heroína trágica, de dos maneras. En primer lugar, no trata de imponernos su versión sino que pone en duda todo cuanto ella y el resto de personajes de su historia tienen que decir, y mientras lo hace nos invita a cuestionar cómo se fabrican las narrativas oficiales de los acontecimientos. En segundo lugar, echa mano de un humor corrosivo como el flúor que, es cierto, por momentos está peligrosamente cerca de considerar a su protagonista como un gran chiste. Habrá quienes digan que el director Craig Gillespie llega a caer en el mismo sensacionalismo que los periodistas carroñeros que en su día esperaban a la patinadora en la puerta de su casa, y no les faltará razón. Por otro lado, eso solo significa que “Yo, Tonya” es tan marrullera y tan poco de fiar como su heroína. ¿Existe mejor forma de hacerle justicia? Recomendada.



Lady Bird. (USA, 2017). Dir. Greta Gerwig.
5 nominaciones a los Oscars 2017 (incluida Mejor Película).
Mejor Película Comedia/Musical en los Globos de Oro 2017.
Comedia dramática interpretada por Saoirse Ronan, Laurie Metcalf, Lucas Hedges, John Karna y Beanie Feldstein.
El score está compuesto por Jon Brion.
En “Merrily We Roll Along”, ambicioso musical de Stephen Sondheim recibido con frialdad en su estreno de 1981 y elevado a obra de culto en sus posteriores montajes, se narra, en cronología inversa, la distancia entre un éxito apoteósico –el del productor de Hollywood Franklin Shepard- y unos incontenibles sueños de juventud –los que compartía con sus amigos Charley y Mary -. Es un musical amargo, en el que cada salto en el tiempo da la medida de una renuncia personal, un sueño roto o una traición a los principios. No es casual que “Merrily We Roll Along” sea la obra de fin de curso que ensayan los estudiantes de la escuela superior religiosa que centra buena parte de la acción de “Lady Bird”: es la escuela donde la protagonista, la hija de diecisiete años de una familia de clase media de Sacramento, aguarda para dar el salto a una universidad que le permita abandonar la vida de suburbio y caer en un entorno donde la cultura sea tan vital como el oxígeno. “Lady Bird” está, pues, en un punto estratégico de su vida: la atalaya desde la que proyectar sueños, pero, también, el punto de referencia que servirá para medir renuncias y autoengaños futuros. “Merrily We Roll Along” no sólo proporciona muy buenas canciones a la heterogénea y nada obvia banda sonora de esta película sobresaliente: también le aporta un correlato simbólico.
Primera película que escribe y dirige en solitario Greta Gerwig. “Lady Bird” es, fundamentalmente, una película de Greta Gerwig: es decir, la aportación más afinada, equilibrada y precisa a esa suerte de autoficción por entregas que la autora ha ido construyendo -¿también en cronología inversa?- en algunos de sus trabajos en calidad de actriz-guionista, como “Frances Ha” (2012) o “Mistress America” (2015). Siguiendo una estrategia parecida a la del Woody Allen crepuscular, Gerwig confía el papel de su yo más joven a otra actriz, una Saoirse Ronan cuya aparente fragilidad no neutraliza la ferocidad, ni las periódicas ingratitudes de una identidad en proceso de afirmación. En su apariencia, esta es una película muy fácil de codificar: una comedia de instituto con todas sus convenciones. En su especificidad, este un triunfo muy difícil de lograr: pura verdad sublimando líneas pre-trazadas, con atención al detalle (la precariedad económica captada sin dramatismos), amor a los personajes (de la madre al cura emotivo) y la honestidad de no negar los claroscuros. Recomendada.



Todo el dinero del mundo. (USA, 2017). Dir. Ridley Scott.
Nominada a Mejor actor de reparto (Christopher Plummer) en los Oscars 2017.
Drama basado en hechos reales sobre el secuestro en Italia en 1973 de John Paul Getty III, interpretado por Michelle Williams, Mark Wahlberg, Christopher Plummer y Timothy Hutton.
El score está compuesto por Daniel Pemberton.
Aunque no pasará a la historia como la mejor película de Ridley Scott (lo cual no es significativo, pues ha hecho media docena larga de obras maestras), sí lo hará, tal vez, como la más ilustrativa de su enorme talento, pues ha convertido lo invisible en intrascendente: habiéndola rodado con Kevin Spacey en el papel, crucial, del multimillonario Paul Getty, lo «borró» y lo «reconstruyó» con prisas y con Christopher Plummer, y es tan perfecto el cosido que no se podría entender lo sustancial de este drama sin el relleno completo del gran actor canadiense, candidato al Oscar por su acuarela terrible y sin una gota de agua del cómo, el porqué y el para qué se apuntala un imperio en la jungla del dinero y el poder. Y hay tanta crítica como «admiración» en el modo en que Ridley Scott le alisa el lienzo al notable actor para que lo componga.
La historia es, en sí misma, historia, y la imagen de la oreja cortada por sus raptores al joven John Paul Getty III es una de las imágenes del siglo XX. Scott le abre una puerta a la ficción para convertirla en una película de intriga, acción y sentimientos que rechinan, con personajes tan retocados como el ex agente de la CIA que interpreta Wahlberg o el secuestrador compasivo de Romain Duris, y hay que suponer que también está muy afilada la cuchillería entre el clan Getty (es decir, solo el viejo, despiadado y avaro magnate) y la nuera del poderoso y madre del secuestrado, una Michelle Williams que consigue con fuerza y con los sentimientos más comprensibles de la función colocarse como punto principal de esa línea borrosa que separa el poder del mal.
En una película de titulares (Kevin Spacey, John Paul Getty…) lo importante está en la letra pequeña, en los pormenores, en lo que susurra, en lo que no teníamos por qué saber. Otro tipo de lágrimas que se pierden en la lluvia. Recomendada.



La enfermedad del domingo. (España, 2017). Dir. Ramón Salazar.
Drama familiar interpretado por Bárbara Lennie, Susi Sánchez, Miguel Ángel Solá y Greta Fernández.
Dos árboles en pleno bosque, uno dominante, el otro a la sombra. Sobre ellos, justo en su tronco, se sobreimpresionan los nombres de las actrices protagonistas. Tras una imagen que se alarga en el tiempo con calma y exactitud, con deseos de marcar una pauta rítmica y de ofrecer un estilo, otra figura emblemática: una pequeña entrada a una cueva que no es sino la de la maternidad, forma de vagina, inquietante, secreta, enigmática, misteriosa. Detrás de estos primeros minutos de película hay un director con pulso, también con las ideas claras de lo que quiere contar y, sobre todo, de cómo lo quiere contar. Ramón Salazar y “La enfermedad del domingo”: simbolismo, atavismo, color, pausa, gusto, búsqueda. El arrebato del silencio. El grito del escarmiento y de la redención.
En su cuarto largometraje, carrera desigual desde “Piedras” (2002), su notable y ambicioso debut, Salazar, también guionista, muestra una madurez de fondo y forma otorgada quizá por el tiempo, pero también por el aprieto y la perseverancia. En su duelo entre madre e hija, obra de cámara, pocas localizaciones, aún menos personajes, apenas dos y las sombras de los demás, hay infinidad de valores, empezando por su singularidad. “La enfermedad del domingo” no se parece a nada en el cine español. Es una película muy trabajada en la que cada detalle sirve para algo, en la que hay una intención dramática en cada palabra y una voluntad formal en cada movimiento de cámara, en cada encuadre, en cada escenario, haz de luz o nota musical.
Sin prisas, sobre todo en su primer tercio, en la que se acumulan ambientaciones —el palacio, el restaurante— que trasladan su relato, quizá consciente de su propio artificio, a un tiempo indeterminado, casi improbable, entre lo remoto y lo futuro. Y con unos diálogos que se alejan de lo obvio, donde sus dos mujeres pueden escupir cualquier línea inesperada que, de pronto, provoca el traslado del relato dramático hasta una descacharrante digresión tonal que la separa de la desdicha con puntuales sarpullidos de humor negro.
Melodrama paradójico plagado de silencios, hasta bien entrado su metraje apenas posee banda sonora musical. Sin embargo, con la soledad de las mujeres en la cabaña de la catarsis, las notas desgarradas punzan la piel e incluso dos canciones suenan desde dentro de la acción para romper la calma con la vehemencia del descontrol. Es el desorden emocional de una madre y una hija que hace tanto tiempo que no ejercen de ello, y que se retan desde su contradictorio estilo: el ropaje insolente del personaje de Bárbara Lennie y el vestido de soberbia y aparente seguridad del de Susi Sánchez. Dos interpretaciones formidables que, desde estos días en la sección Panorama del Festival de Berlín hasta los Goya del año que viene, ocuparán escritos laudatorios. Recomendada.



Una familia feliz. (Alemania, 2017). Dir. Holger Tappe.
Película de animación sobre “monstruos”, basada en un libro de David Safier.
El alemán David Safier es uno de esos escritores que parecen haber llegado a la pragmática conclusión de que, a día de hoy, resulta más rentable pensar en términos de marca y posicionamiento en el mercado que entregarse a la consistencia y perdurabilidad de una voz literaria. Desde su debut en 2007 con “Maldito Karma”, ha proporcionado a sus lectores, con metódica regularidad, una serie de novelas de humor sujetas a una misma fórmula: una premisa chocante capaz de activar un relato que, entre chascarrillos de observación costumbrista y abundantes referencias a iconos de actualidad, avanza en dirección a un desenlace aliviador no ajeno a los discursos dominantes en la cultura del crecimiento personal. Es irrelevante que el protagonismo recaiga sobre una presentadora de televisión reencarnada en hormiga, o una consciencia escondida entre una mujer contemporánea y William Shakespeare, o una vaca con ganas de alcanzar lo sagrado viajando a la India… porque el patrón siempre se impone sobre la singularidad de cada punto de partida. 
En “Una familia feliz”, sus antihéroes eran una familia disfuncional e instalada en la rutina, cuyos miembros mutaban, por intercesión de arbitrario hechizo, en los monstruos del panteón clásico de la Universal. En su adaptación animada, Holger Tappe, con la colaboración en el guion del propio Safier, elimina algunos de esos rasgos que emparentaban la novela a la obra de un monologuista ingenioso –aquí no se menta a Stephenie Meyer-, lo acerca todo más a una aventura con villano (Drácula) que a una sátira a través de una lente deformante y no necesita tocar el convencional canto a la unidad familiar que ya estaba ahí. La animación confía más en la espectacularidad de los espacios que en la expresividad de los personajes, e intenta suplir con empaque de producción la mediocridad de las formas. No Recomendada.


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