El único trabajo de dirección del actor de
carácter Charles Laughton supone un singular golpe de fortuna para la historia
del cine. Lo perturbador y lo fascinante casi nunca han estado tan
estrechamente unidos como en este cuento hipnótico para adultos, una película
traumática repleta de poesía negra. Con destreza morbosa, el cuadro fílmico de
Laughton concentra miedos infantiles tradicionales en una fábula terriblemente
hermosa sobre dos niños que huyen de un predicador demoníaco. La piel de
gallina está garantizada, ya que ningún otro tema exacerba durante más tiempo
ni procura una tensión más crispante que la amenaza de un adulto impredecible y
violento sobre unos niños indefensos. La película está ambientada en EE.UU.
Durante la gran depresión; en el país desmoralizado y entregado a la locura
piadosa. El pequeño John (Billy Chapin) y su hermana menor Pearl (Sally Jane
Bruce) se ven obligados a presenciar cómo la policía detiene a su padre por
haber matado a dos personas para conseguir dinero con que mantener a la familia.
Poco antes de que la policía pueda arrestarlo, el hombre consigue confiarle el
botín a su hijo John. En esa situación de apuro, John tiene que prometerle a su
padre que protegerá a la hermana con su propia vida y que nunca hablará del dinero.
Esto constituye una promesa demasiado titánica para un alma infantil y el
inicio de una odisea de pesadilla, ya que poco después de la ejecución del
padre por los asesinatos cometidos, un sombrío predicador ambulante, que ha
puesto sus miras en el dinero, acosará a los niños.
Una vez más, el “chico malo” de Hollywood,
Robert Mitchum, brilla en el papel de Harry Powell, un hombre misterioso y
lúgubre que merodea por el país cometiendo asesinatos camuflado de predicador.
En los dedos de la mano se ha tatuado las palabras “hate” y “love”: para él,
“amor” y “odio” son la expresión de la lucha eterna entre el bien y el mal. Con
la ayuda de perspectivas y enfoques de cámara inusuales, desde el principio
queda amenazadoramente claro que Harry Powell domina todos los espacios y
lugares. Salva sin esfuerzo las distancias, en coche, en tren o a caballo.
Harry Powell es omnipresente, no se puede escapar de él. Ese ángel de la muerte
penetra con facilidad, como una oscura sombra omnipotente en espacios que
parecen cerrados a cal y canto; una mala situación de partida para John y
Pearl.
Y pasa lo que tiene que pasar: Harry Powell
se casa con la madre viuda (Shelley Winters), la convierte en su esclava con
promesas religiosas de salvación y para acercarse mejor a los niños, la asesina
a sangre fría. Para que parezca un accidente, hunde en el río el coche de la
viuda, con su cadáver en el asiento del conductor. En este punto de la película
vemos la legendaria imagen dentro del agua de la asesinada con el pelo suelto meciéndose
suavemente en la corriente como las algas; una visión poética de la muerte,
romanticismo negro filmado en un fotograma que reúne el horror y la belleza, el
asesinato violento y el encanto en una expresión cinematográfica de infinita
melancolía. Es magnífico cómo la película asocia recursos creativos de
expresión amanerada y elementos oníricos (o de pesadilla), encontrando así un
lenguaje fílmico inconfundible, casi surrealista, para plasmar lo inquietante y
un horror sutil que no estropea su efectismo sugerente.
En este escenario estéticamente extrovertido,
parece que las sombras y la oscuridad acabarán cubriéndolo todo. Sin embargo,
John y Pearl pueden escapar de las garras del predicador en el momento más
apurado huyendo por el río en un pequeño bote. Finalmente, encuentran refugio y
amparo en la casa de la señora Cooper, una mujer resuelta de entereza
victoriana, que se ocupa de los huérfanos. En este punto, la película consigue
otro golpe de fortuna: nada menos que la gran estrella del cine mudo Lillian
Gish aparece en el papel de Rachel Cooper, dándole la réplica al predicador.
Esta figura maternal luminosa se da cuenta del peligroso juego y acaba
entregando al malvado a la policía. El círculo se cierra cuando John se libera
por fin de su misión sobrehumana y revela el escondite del dinero: la muñeca de
Pearl que, después de todo, simboliza mucho más que una infancia robada.
Unas frases que pasarán a la historia como
pocas: “Puedo oiros murmurar, niños; sé que estáis ahí abajo. Me estoy enfureciendo.
Estoy perdiendo la paciencia, niños. Salgo a buscaros”. Y “sueña, pequeño, sueña.
Aunque el cazador de la noche llene de temor tu corazón infantil, el miedo es
solo un sueño. Así que sueña, pequeño, sueña…”
Sobre el director de esta pequeña obra de
arte quiero contaros que se trata de nada más y nada menos que del gran actor Charles Laughton, inglés de nacimiento y nacionalizado americano. A
los 55 años, decide ponerse detrás de la cámara. Él y Paul Gregory escogen la
novela de Davis Grupp “The night of the hunter” en 1955. Laughton trabaja
febrilmente en los preliminares con el novelista, los hermanos Sanders
(directores de la segunda unidad) y el diseñador de escenarios Hillyard Brown,
creando una atmósfera altamente participativa, creativa y democrática con
actores y técnicos. Cuenta con colaboradores de altura, como el fotógrafo
Stanley Cortez o el músico Walter Schumann. El equipo de actores: Robert
Mitchum, Shelley Winters o Lilian Gish producen interpretaciones excelentes. La
película posee lenguaje propio y bebe tanto de las fuentes de Griffith como del
expresionismo alemán.Pero la crítica no la comprende y fracasa en taquilla. Laughton
no vuelve a dirigir más y regresa al cine y al teatro.
Sobre los actores principales, Robert Mitchum
y Shelley Winters ya os hablo próximamente, en una nueva entrada. Os doy unas
pinceladas sobre Lilian Gish, nacida en 1893, se la sigue
considerando la “primera dama del cine mudo”. Lillian Gish se hizo famosa
cuando otra gran estrella de la época, Mary Pickford, la puso en contacto con
el pionero del séptimo arte David W, Griffith, con el que debutaría en 1912 en
el drama policiaco “An Unseen Enemy”. En aquellos años, ya prestaba a sus
personajes una fragilidad engañosa, con una fuerza espiritual que podía
transformarse de improviso en fortaleza física y que encajaba a la perfección
en el sentimiento victoriano de las historias de Griffith. A sus órdenes se
convirtió en la que quizás fuera la mejor actriz de su tiempo, en clásicos como
“El nacimiento de una nación” (1915), “Intolerancia” (1916) y “La culpa ajena” (1919).
Al separarse de Griffith a principios de la década de 1920 comenzó su lento
declive. Sin embargo, continuó gozando de fama.Así, la productora MGM le
reconoció el derecho a intervenir en la creación de las prestigiosas películas
“La letra escarlata” y “La Boheme”, ambas del año 1926. En 1928, después de
quedar relegada en la MGM por Greta Garbo, la actriz le dio la espalda a
Hollywood; volvió a dedicarse al teatro y trabajó en la radio y la televisión.
Posteriormente, se le rendirían honores por su trayectoria profesional, por la
que recibió en Oscar en 1971 y una mención honorífica del American Film
Institut. Lillian Gish murió el 27 de febrero de 1993 a causa de un fallo cardíaco.
VIRGINIA RIVAS ROSA
Estupenda reseña Virginia; creo que es la película que más miedo me ha dado. Miedo y angustia por los niños. Un Robert Mitchum portentoso.
ResponderEliminarGracias querida amiga Ana.A mi tambien me da miedo la historia y su desarrollo. Robert Mitchum esta genial.
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