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viernes, 8 de septiembre de 2017

Los estrenos en Sevilla de 08-09-2017



5 películas se estrenan el 8 de septiembre 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Dos películas tienen producción francesa, una estadounidense, una británica y una mexicana. Advertir una vez más la carencia de estrenos españoles y agradecer el reestreno en salas de la interesante película argentina “El otro lado del corazón” (Eliseo Subiela, 1992), basada en un poema de Mario Benedetti. Seguimos recomendando poco, no queremos mojarnos para luego recibir rapapolvos.   
 
It. (USA, 2017). Dir. Andrés Muschietti.
Lo que hace de 'It' una de las novelas esenciales de Stephen King no es tanto que hable de un payaso asesino llamado Pennywise, que también, como que explora a conciencia las ansiedades universales consustanciales a la pubertad. Es lógico, pues, que aquí el director Andy Muschietti no se centre solo en el villano de la cara pintada sino en el tormento que para los niños protagonistas encarnan otros niños, padres abusivos, hormonas desatadas y hermanos fallecidos. Son esos traumas lo que allana el terreno para la llegada de Pennywise, aunque por otra parte Muschietti rechace considerarla una mera representación física de aquellos.
'It' es destacable por varias razones: es una aventura juvenil excitante y conmovedora, que se toma su tiempo dotando a sus personajes de carne y de hueso y que no solo da miedo sino que resulta genuinamente perturbadora, al tiempo que va amplificando la tensión hasta su espectacular final (cuya aparatosidad, es cierto, no casa con la modestia del resto de la película). Muschietti en todo caso mantiene el tono sorprendentemente ligero y travieso, filtrando la depravación alojada en los rincones más oscuros de la película a través de la mentalidad de los chavales que la experimentan, cuyas dinámicas de grupo evocan las de los Goonies o de los héroes de 'Stranger Things'.
Cierto que 'It' carece de la complejidad temática necesaria para unirse a títulos como 'Carrie' y 'El resplandor' en el panteón de las pocas adaptaciones mayúsculas de la obra de King. No es el tipo de película capaz de provocar incontables noches sin dormir (excepto, quizás, para quienes realmente tengan miedo de los payasos). Pero captura con asombrosa precisión la combinación de arrogancia, ternura e inocencia propia de la adolescencia, y conmueve como retrato de un grupo de muchachos dispuestos a hacer cuanto sea necesario para tomar el control de su propio destino. Recomendada (con reservas).
 
El amante doble. (Francia, 2017). Dir. François Ozon.
Segunda película que se estrena en Sevilla (la primera fue la de Sofia Coppola) perteneciente a la sección oficial del Festival de Cannes 2017.
"Se le erizó el cabello y se desplomó exánime del horror que sentía. ¿Y cómo no? El señor Goliadkin había reconocido enteramente a su amigo nocturno. Su amigo nocturno no era otro que él mismo...". Es el terror ante uno mismo, o quizá el terror de uno mismo. El ruso F. M. Dostoyevski, en su novela de 1846 El doble, fue uno de los primeros autores en acercarse desde una perspectiva plenamente psicológica a la figura de lo que los alemanes llaman doppelgänger, nuestro gemelo fantasmagórico, ahora de moda, siempre presente desde la mitología griega a la literatura de muy diferentes épocas. Y esas dos preposiciones escritas en cursiva, ante y de, son de nuevo la clave en el pen(último) acercamiento a la figura del gemelo malvado: "El amante doble", intriga de François Ozon basada en un relato de Joyce Carol Oates, que abarca no solo un juego de espejos interior sino también una duplicación exterior de múltiples referencias literarias y cinematográficas. Seguramente demasiadas.
En la nueva película del francés, de filmografía tan interesante como desigual, el combate entre el sueño y la razón, entre lo que se muestra y lo que existe, entre lo que vemos y lo que creemos ver, presente en obras como "Swimming pool" (2003) y "En la casa" (2012), resurge con potencia en ciertos aspectos. La carga de erotismo de "El amante doble", el desafío interior de su personaje protagonista, una joven perdida entre la represión y el deseo, y la inquietante belleza exterior de su intérprete, Marine Vacth, llevan a la película hasta lo inapelable. Ozon, cada vez más preocupado por la forma, despliega una imagen visual de tonos pardos, apesadumbrados, sin llegar a la fascinante grisura ocre de Enemy, de Denis Villeneuve, el mejor acercamiento al tema del doble de los últimos tiempos, pero con el estilo de quien arriesga incluso con la duplicación de imágenes en pantalla.
Sin embargo, por mucho que Ozon acepte como principal referencia el perverso universo de Luis Buñuel ―del ojo de "Un perro andaluz" en su primera secuencia, a la sensual duplicidad de "Ese oscuro objeto del deseo"―, hay mucho más de Brian de Palma ―como siempre en este, vía Hitchcock―, de Roman Polanski ―la quimérica vecina de tintes taxidermistas― y, sobre todo, de David Cronenberg, que del maestro aragonés. Hay demasiado de Inseparables y del director canadiense en "El amante doble": de su cine del cuerpo, de sus anomalías en la anatomía, de sus mutaciones morfológicas que desembocan en la mente y el alma. Incluso aspectos de la trama y secuencias calcadas: la pasión por un par de hermanos gemelos, uno de ellos perverso y dominante; la fantasía erótica siamesa; la pelea en el restaurante con copa de vino al rostro del hermano maligno.
Más allá de la validez del giro final, que es casi lo de menos, hay en "El amante doble" una desquiciante ausencia de autenticidad que, sin embargo, no evita que uno se vaya tragando cada secuencia con el regusto de lo inevitable: es nuestro lado perverso, nuestra vil sombra que no puede dejar de ver el juego prestidigitador de una mujer fascinante. Recomendada (con reservas).
 
Churchill. (USA, 2017). Dir. Jonathan Teplitzky.
La silueta de Winston Churchill se recorta imponente sobre el paisaje, como un colosal monumento a la granítica integridad del alma británica. En diversos momentos de esta película, la lente se ajusta para fijar en impecable nitidez las imágenes desenfocadas que han abierto la secuencia. Son dos motivos estilísticos que subrayan que de lo que se trata aquí es de limpiar (la imagen) y erigir (la estatua): un uso del biopic a la medida del Gran Hombre en mayúsculas, convenientemente colocado sobre el pedestal de la posteridad. Un rótulo final remacha que el primer ministro ha sido el británico más célebre de toda la Historia. Ninguna tentación, pues, de hurgar en claroscuros. Estamos muy lejos, también, del método Larraín, consistente en convertir al biografiado en enigma que tiene que ser desvelado mientras se le aplican capas de ambigüedad y se le cuestiona a cada trazo.
"Churchill" captura la esencia del personaje fijando su atención en un momento particular: las dudas del líder frente a los riesgos de la operación militar aliada que culminaría en el desembarco de Normandía. Una elección que sitúa al personaje en el territorio inestable de la crisis personal: Brian Cox lo encarna como un león enjaulado, una fuerza de la naturaleza enfrentada al abismo de su propia caducidad, que, finalmente, reformulará su aparente derrota en el arte del liderazgo asumiendo su condición de símbolo –la secuencia de la conversación entre Churchill y el rey Jorge VI, encarnado por James Purefoy, es el corazón de una película que, de hecho, parece más movida por las turbinas de un mecanismo infalible (el del biopic para masajear el orgullo nacional) que por algo realmente vivo y falible-.
Este trabajo de Jonathan Teplitzky engrosa las filas de ese cine británico de auto-exaltación para la era Brexit que ha tenido en las recientes Su mejor historia y Dunkerque a sus cabezas de pelotón. De hecho, el personaje de esa secretaria que, en el clímax final, se rebela ante Churchill –y, de paso, le inspira- parece salido directamente de la película de Lone Scherfig y sirve a un claro uso propagandístico: los británicos pueden estar tranquilos, porque su Madre Patria no dejará a nadie atrás. Que Miranda Richardson dé vida a Clementine Churchill en clave de madre de un entrañable e irascible bebé grande demuestra que, donde podría haber algo susceptible de ser problematizado, la película prefiere la simpática funcionalidad del arquetipo. Recomendada (con reservas).
 
La escala (The Stopover). (Francia, 2017). Dir. Delphine Coulin y Muriel Coulin.
Premiada al Mejor Guión en Cannes 2017 en la sección “Una cierta mirada”.
“Hemos pasado de los burkas a los tangas”, exclama un soldado francés, tras su misión en Afganistán, al entrar en el complejo hotelero chipriota donde él y el resto de sus compañeros van a sumergirse en unas jornadas de descomprensión, antes de reingresar en la vida civil. Los soldados contemplan desde un mirador a un grupo de turistas en una terraza, bailando a ritmo de machacona rave, en una imagen que sintetiza la abismal distancia entre la banalidad de retaguardia y quien vuelve del frente con muchos números en el interior de su petate para engendrar un síndrome post-traumático. La imagen encontrará una equivalencia hacia el final de la película, cuando una de las protagonistas cruce la mirada con un puñado de inmigrantes detenidos en un furgón. El grupo de ex combatientes que centra la atención de las hermanas Delphine y Muriel Collin en su segundo largometraje, La escala, ocupa un territorio de exclusión que le impide reconocerse en ninguna de esas dos miradas lanzadas, respectivamente, en la introducción y en el desenlace de la película: lo que vuelve del frente no son otra cosa que espectros heridos, tan ajenos al dolor del refugiado como incapaces de sumirse en el hedonismo idiota del turista del Primer Mundo.
En "La escala", las hermanas Coulin parten de la novela escrita por una de ellas, Delphine, para colocar a ese problemático grupo humano entre paréntesis, sumiéndolo en un acotado limbo vacacional que, en realidad, será el espejismo que camufle una terapia de gestión del trauma a través de la reconstrucción virtual. “Esta realidad es patética”, afirma el personaje interpretado por Soko, mientras contraplanos de clientes de hotel comiendo en el restaurante o manejando sus teléfonos móviles ilustran el choque entre las magulladuras morales de la soldado y el vacío alrededor. Soko y la siempre entregadísima Ariane Labed llevan el peso de una película que esquiva todo aspaviento dramático para abordar la naturaleza tóxica de la violencia y la imposibilidad de un regreso a casa –o un regreso al punto de partida- para quienes se han convertido en peones desechables del nuevo desorden mundial. No Recomendada.
 
La vida inmoral de la pareja ideal. (Mexico, 2016). Dir. Manolo Caro.
Esta comedia mexicana nos presenta a dos jóvenes adolescentes: Lucio y Martina, apasionados e inocentes, que se conocen en los primeros cursos del colegio. Desde el primer momento hay en ellos una conexión única que no comparten con nadie más y se prometen mutuamente comerse el mundo y convertirse en lo que siempre han querido ser. Su ingenuidad no les había advertido de que la vida es más complicada, por lo que tras unos conflictos se acabarán separando. Nada los había preparado para que 25 años después, precisamente por las mismas casualidades del destino se reencuentren de una manera inesperada. ¿Cómo reaccionarán? 'La vida inmoral de la pareja ideal' es una peculiar película escrita y dirigida por Manolo Caro, también director de 'Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando' o 'No sé si cortarme las venas o dejármelas largas'. La historia del flashback se vuelve cada vez más tonta y aburrida según avanza la película. Los Martina y Lucio de ahora tienen más chispa, pero el film falla a la hora de mantener la emoción del inicio. No Recomendada.

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