Páginas

martes, 11 de julio de 2017

Alguien voló sobre el nido del cuco

"Por lo menos lo he intentado"


La primera toma promete un idilio: una cadena de colinas suavemente ondulante, iluminada por los primeros rayos del sol naciente, se refleja en la superficie del agua, mientras se oye una música apacible. La película termina con una utopía: el jefe indio Bromden (Will Sampson), un gigantesco paciente de la institución psiquiátrica en régimen de internado emplazado en medio de este paisaje, rompe la ventana del baño y huye hacia la libertad como si flotara.



Entre estas imágenes, el director Milos Forman desarrolla una parábola sobre la impotencia y la presión de la adaptación del individuo en el contexto de un sistema represivo en forma de drama tragicómico sobre la vida, la muerte y la supervivencia puramente vegetativa en el manicomio. La casa de ventanas enrejadas registra un nuevo ingreso: Randle P. McMurphy (Jack Nicholson), un criminal condenado por violencia y estupro es internado para su observación; está bajo sospecha de fingir estar loco sólo para librarse del duro trabajo de un campamento penitenciario. Pronto queda claro que McMurphy es la única persona del lugar que todavía tiene suficiente fantasía e iniciativa para contrarrestar un poco el aburrimiento paralizante que predomina allí. Sin embargo, por ello entra en conflicto con la primera enfermera, Mildred Ratched (Louise Fletcher), que se ha propuesto organizar los días de forma tan vacía e insulsa como sea posible. McMurphy empieza a socavar su autoridad, bien en pequeñas cosas como el hecho de cuestionar el desarrollo siempre idéntico del día, bien con verdaderas malas pasadas (una escapada de la clínica que termina con una divertida excursión de pesca). Mientras que los pacientes experimentan, gracias a las actividades de McMurphy, un aumento de su autoestima, en la reacción de la enfermera Ratched y su negativa a no tolerar nada que no sea la rutina, se revela el carácter totalitario de su estricto régimen siempre atrincherado tras una conducta pseudodemocrática.


Interpretar la película como una crítica de la moderna psiquiatría supondría un malentendido. Es evidente que Milos Forman apunta más alto: se trata de una alegoría del poder y la sociedad. Una de las escenas clave de “Alguien voló sobre el nido del cuco” es el momento en que se hace evidente que la mayoría de los pacientes está en la clínica por propia decisión y que, por tanto, éstos se someten voluntariamente a la tiranía y a las humillaciones cotidianas. Contrasta con ello una escena en la que McMurphy, quien está encarcelado, fracasa en su intento de arrancar una tubería del cuarto de baño, tras lo cual comenta, nada resignado: “Por lo menos lo he intentado”. De hecho, el carterista McMurphy nunca se hace cargo de la seriedad de su situación, y se imagina que está en un juego hasta que ya es demasiado tarde para salir de él. En una ocasión, hacia el final de la historia, tiene la oportunidad de escapar: la ventana ya está abierta. La cámara enfoca largo rato el rostro de McMurphy hasta que se dibuja una sonrisa en sus labios: se queda y el “juego” continúa.



Pero lo cierto es que la broma no va a seguir por mucho tiempo, ya que el personal de la clínica responde con una violencia física y psíquica cada vez mayores a la creciente toma de conciencia de sí mismos y la consecuente rebeldía de los pacientes. Al final, McMurphy es sometido a una lobotomía y se convierte en un idiota que sonría apaciblemente. El jefe indio decide asesinar a su amigo y terminar por su cuenta lo que había comenzado.


Milos Forman, que había conseguido su fama de principal exponente de la “Nueva Ola” checa en los años sesenta, gracias a sarcásticos retratos de la vida cotidiana, orientó su adaptación de la novela de Ken Kesey (en la que la historia se cuenta desde el punto de vista del indio), sobre una suave sátira en favor del entretenimiento. La puesta en escena es más bien poco espectacular al fin y al cabo, “Alguien voló sobre el nido del cuco” funciona como cine de actores, en el que el absolutamente dionisíaco Nicholson tiene su contrapeso en la hipócrita amabilidad de Louise Fletcher y el estoicismo de Will Sampson. Sin embargo, el jefe indio Bromden es quien experimenta la mayor transformación: de ser un hombre que ha escogido el camino de la introversión y lo soporta todo en su supuesta condición de sordomudo pasa a convertirse en un rebelde activo en el que pervivirá el espíritu de su amigo muerto.



Milos Forman retoma la tradición de exigir la libertad individual: siguiendo una ética que libera a las personas en lugar de sujetarlas a un sistema mediante exigencias. El modelo contrario y oculto de la película es un mundo en el que un tipo estrafalario no ha ingresado en la clínica psiquiátrica, un mundo en el que a nadie se le imponen roles ni reglas de juego y en el que no se considera peligroso a quien no se puede contar ni entre los locos ni entre los normales.


El “nido del cuco” que describe Forman es nuestro nido, es el mundo en el que vivimos, pobres locos, sometidos a la severa autoridad burocrática de unos, a las presiones económicas de otros; aquí la promesa de bienestar, allí estelas de libertad, pero siempre obligados a tragarse las píldoras amargas de miss Ratched.

Sobre Jack Nicholson diré que con su aspecto taimado, astuto y voluptuoso, su mímica y gestualidad agresiva y sus famosas muecas maliciosas, sigue siendo, hoy en día, el actor ideal para personajes cuya existencia no se ve determinada por el intelecto, sino por su instinto animal. En sus papeles más conocidos interpretó a rebeldes -Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), locos -El resplandor (1980)-, asesinos estúpidos -El honor de los Prizzi (1985)-, tenaces detectives privados –Chinatown (1974)- y, como apoteosis de sus creaciones, el malvado y siempre sonriente payaso asesino Joker en Batman (1988) de Tim Burton. El punto de inflexión en su carrera le llegó con su papel de abogado permanentemente alcoholizado en Easy Rider-Buscando mi destino (1969), el drama de Dennis Hopper sobre la pérdida del “sueño americano”, película de culto de toda una generación, que supuso para Nicholson una candidatura a los oscars. Desde entonces ha ganado ya tres oscars y ha dirigido varias películas.

Y ya para terminar os comento que este film cuenta con el privilegio de ser una de las tres películas ganadoras en los premios Oscar de las cinco estatuillas principales de la Academia: Oscar a la mejor película, Oscar al mejor director, Oscar al mejor actor, Oscar a la mejor actriz y Oscar al mejor guión adaptado. Esta hazaña sólo la igualaron las películas Sucedió una noche (1934) y El silencio de los corderos (1991), pero ésta que os reseño es la única de las tres en ganar esos cinco premios en los Globos de Oro de 1975. Os la recomiendo ver.



                                                                                                                         Virginia Rivas



No hay comentarios:

Publicar un comentario