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viernes, 30 de junio de 2017

Los estrenos en Sevilla de 30-06-2017



7 películas se estrenan el 30 de junio 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Tres producciones son estadounidenses, dos españolas, una francesa y una japonesa. Se queda esta semana sin editar en Sevilla la película polaca “Los últimos años del artista: Afterimage” (Andrzej Wajda, 2016). Afterimage sigue a uno de los artistas de vanguardia polacos más importantes: Wladyslaw Strzeminski. El título de la película hace referencia a las imágenes remanentes, a las ilusiones ópticas que continúan apareciendo bajo los párpados tras haber mirado un objeto que refleja la luz. Sobre los estrenos, sólo dos recomendaciones, una película española basada en hechos reales y una película de animación japonesa.   


Verano 1993. (España, 2017). Dir. Carla Simón.
Carla Simón dirige su primer largometraje, “Verano 1993”, basado en su propia infancia. La conmovedora historia de una niña de seis años que acaba de perder a su madre, es por el momento la película española más galardonada del año, con los premios de Mejor Ópera Prima y el Gran Premio del Jurado Internacional de la Sección Gen. KPlus en el pasado Festival de Cine de Berlín, además de la Biznaga de Oro y el Premio Feroz de la crítica en el Festival de Málaga 2017. Frida (Laia Artigas), una niña de seis años, afronta el primer verano de su vida con su nueva familia adoptiva tras la muerte de su madre. Lejos de su entorno cercano, en pleno campo, la niña deberá adaptarse a su nueva vida. “Verano 1993” es una conmovedora historia magníficamente dirigida por una realizadora novel, Carla Simón, filmada con mucha sensibilidad y ternura, con unas soberbias actuaciones de las dos niñas, Laia Artigas y Paula Robles, y como broche de oro, posee una poderosa y hermosa escena final que describe de forma magistral todo el sentir de Frida. En resumen, una maravillosa película que seguramente después de los créditos finales, nos la llevaremos a casa con cariño guardada en nuestra mente. Recomendada.


En este rincón del mundo. (Japón, 2016). Dir. Sunao Katabuchi.
Las infinitas posibilidades del lenguaje audiovisual, aún inexploradas en muchos aspectos, te pueden dejar boquiabierto cuando se ejercitan en un sentido remoto al esperado. Es la magia cinematográfica, la del instante imperecedero, esa que surge en forma de explosión en tus ojos y en tu interior, trasladándote a un lugar que nunca habías visitado. Una emoción que puede gozarse justo en el momento más dramático de la película de animación japonesa “En este rincón del mundo”, cuando la tragedia, de pronto, lleva la pantalla a negro durante unos segundos con la práctica de un insólito fuera de campo mezclado con una elipsis, seguidos de un recurso de dibujo de trazo elemental. La película, y el espectador, alcanzan entonces la inocencia más pura. Tercer largometraje de Sunao Katabuchi, forjado en la televisión, y primero en estrenarse comercialmente en España, “En este rincón del mundo” está ambientado en los alrededores temporales y espaciales de la Hiroshima tristemente crucial a causa del lanzamiento de la bomba atómica, lo que hace que entronque, en tono y en sentido histórico, tanto con ciertas obras de ficción, caso de “La más bella” y de “Crónica de un ser vivo”, ambas de Akira Kurosawa, como con ineludibles referentes de la animación oriental. La conjunción del formato animado japonés y de la temática de la II Guerra Mundial tiene en la fundamental “La tumba de las luciérnagas” (Isao Takahata, 1988) una cima ineludible. Sin embargo, Katabuchi elude el exultante colorido de Takahata, con formas y personajes perfectamente trazados, con las tradicionales líneas negras de dibujo en los contornos de criaturas y objetos, junto al milimétrico trabajo de los fondos, y practica un tipo de animación más sencilla, más etérea, más pastel, con menos desarrollo en las formas y en los rostros, y sin tanta minuciosidad en los fondos. Es decir, en un territorio cercano a “El cuento de la princesa Kaguya”, también de Takahata, y lejos de los trazos de las cumbres del anime más conocidas por los no necesariamente especialistas en la materia: las películas de Hayao Miyazaki y de Satoshi Kon. Katabuchi utiliza además un tipo de movimiento de cadencia entrecortada, el que huye del realismo para atrapar la simplicidad. Una sistemática a menudo definida como limitada, que sin embargo nada tiene que ver con la baja calidad, pues es desarrollado así como método de narración, como modelo aparte de expresión visual. Quizá demasiado larga en cuanto a metraje, pero con un notable nivel medio, la película, desde luego, quedará en la retina por la valentía de un instante eterno. Recomendada.


Colossal. (USA, 2016). Dir. Nacho Vigalondo.
La distancia entre una idea aparentemente insensata y una potente imagen poética, capaz de justificarse por sí sola y de sostener toda una ficción, puede ser muy corta, tal y como demuestra “Colossal”, cuarto largometraje de Nacho Vigalondo y, probablemente, su obra más contundente, inapelable y madura hasta la fecha. Una rima improbable se convierte en el precario punto de partida de este trabajo que, entre otras muchas cosas, arroja benéfica luz sobre la trayectoria anterior del director, desvelando una férrea coherencia interna bajo lo que podría parecer una sucesión de arbitrariedades, algunas más afortunadas que otras: los pasos erráticos de una treintañera alcohólica en una pequeña localidad estadounidense encuentran su inesperada, delirante correspondencia con las destructivas apariciones de un monstruo gigante sobre la ciudad de Seúl. Que “Colossal” se levante sobre la fragilidad de esa idea, que convierta en absolutamente irrelevante todo empeño de justificación racional y que, finalmente, acabe construyendo un emotivo, poderoso y humanísimo discurso sobre el poder interior (o la toxicidad moral) de sus desamparados personajes no es ya meritorio, sino una jugada triunfal en toda regla. La imagen que precede a los títulos de crédito –Anne Hathaway asomada al abismo del abandono, mientras sus amigos se organizan a fondo de plano para seguir disfrutando de la empalmada etílica- fija el tono de lo que va a venir a continuación: un equilibrado híbrido donde los tonos, en principio, irreconciliables de la comedia dramática de filiación indie y del kaiju-eiga –el género oriental de películas protagonizadas por monstruos hiperbólicos- se mezclan en inesperada armonía. En el cine de Vigalondo, la memoria de los géneros y los pequeños desvelos humanos se reparten un territorio común e interactúan desde sus dispares escalas: “Extraterrestre” (2011), película donde una invasión alienígena no era necesariamente más importante que los daños colaterales del polvo de una noche, permitía entender a la perfección una estrategia que “Colossal” eleva y sofistica. Películas como “Monstruoso” (2008), de Matt Reeves, y “Monsters” (2010), de Gareth Edwards, intentaron corregir la dificultad del kaigu-eiga para integrar el factor humano desplazando su punto de vista al sujeto a pie de catástrofe. Vigalondo hace algo muy distinto: proponer que lo apocalíptico no es sino la amplificación de lo íntimo y lo subjetivo, logrando que una película donde una catástrofe remota define la línea de bajo encuentre su melodía épica entre supuestos fracasos personales, envenenados regresos a casa y asfixiantes relaciones tóxicas. Recomendada (con reservas).


Un don excepcional. (USA, 2017). Dir. Marc Webb.
No parece buena señal que un espectador se pase buena parte de la proyección de una película pensando en otra. En otra que encarna todo lo que esta no es: un discurso que se plantea problemas, que se pone obstáculos y desafía constantemente ese impulso primario y conservador de agarrarse a los más elementales procesos de identificación, de recibir, en forma más o menos pre-masticada, pistas claras sobre cómo posicionarse ante los conflictos planteados. Viendo “Un don excepcional”, película muy convencional de ese Marc Webb que debutó alterando las convenciones de un género en la ingeniosa “(500) días juntos” (2009), no se puede parar de pensar en “La profesora de parvulario” (2014), gran confirmación del talento provocador y el gusto por la complejidad del israelí Nadav Lapid. En ambas hay niños prodigio y adultos que toman decisiones bien para proteger su inocencia, su frágil humanidad, bien para salvaguardar la llama de su genio en un mundo hostil. Mientras Lapid abría nuevos interrogantes ante cada nuevo gesto de sus personajes, Webb recurre a lo sentimental como salvoconducto. Es cierto que “Un don excepcional”, película con niña superdotada que podría emular el destino trágico de su madre matemática, maneja con cierta prudencia las potencialidades de su material para el burdo golpe de efecto, pero queda en manos del umbral de tolerancia de cada espectador decidir si uno está dispuesto a conformarse con tan poco. Siempre habrá quien prefiera que le sobreexciten el corazón a que le estimulen la cabeza. Recomendada (con reservas).


GRU 3: Mi villano favorito. (USA, 2017). Dir. Kyle Balda, Pierre Coffin y Eric Guillon.
Es sin duda meritorio que la saga Gru -también su 'spin-off' 'Los Minions' (2015)- haya logrado hacer tanto dinero en taquilla pese a no ser particularmente graciosa o inventiva. Lo mismo puede decirse de su nueva entrega. Menos una película que una colección de cortos superpuestos, en lugar de gags o escenas de acción que resulten memorables se limita a recurrir al 'slapstick' más obvio y los chistes de pedos y mucho grito y mucho frenetismo e inevitables dosis de sensiblería. Su mera existencia parece asumir que a estas alturas el público empatizará por inercia con lo que sucede en pantalla a pesar de que ninguno de sus autores se esforzó lo más mínimo para que así fuera. No Recomendada.


Despido procedente. (España, 2017). Dir. Lucas Figueroa.
El argentino afincado en España Lucas Figueroa dio hace casi una década con esa entelequia tan buscada como poco vista, e incluso indemostrable a posteriori, llamada fórmula del éxito: una presumible fusión entre temática, estilo y tono, que confluía en una pequeña pieza titulada “Porque hay cosas que nunca se olvidan”, asentada en el fútbol, y aún más en la nostalgia de la infancia, que, acompañada de un engranaje formal de gran vistosidad cercana a la grandilocuencia, fue inscrita hasta en el Libro Guinness de los récords: casi 300 premios en certámenes nacionales e internacionales de cortometrajes. Sin embargo, el cine nunca fue cuestión de números y, en los años siguientes, Figueroa no acabó de despegar en el largometraje. Tardó cinco años en poder debutar, y lo hizo con “Viral”, una vulgar película de terror de bajo presupuesto, con más pinta de operación comercial publicitaria de una famosa empresa especializada en venta de cultura y tecnología que de verdadero producto de fuste creativo. Y han debido pasar otros tres para llegar a la coproducción entre España y Argentina “Despido procedente”, comedia de acción con ilustre reparto, que aspira a retratar el estado de histeria social provocado por los desmanes de las grandes compañías y la crisis económica y laboral, de la que solo sale indemne su reparto, con viejos zorros como Imanol Arias y Darío Grandinetti, capaces de aterrizar de pie en una película que nace resquebrajada por su desastroso guion. Poco o nada se comprende de la trama empresarial que mueve a los personajes, una especie de mcguffin al que Figueroa, también escritor, dedica demasiado tiempo y esfuerzo, giros y revueltas, con los que ni siquiera logra hacerse entender. De modo que, si acaso, hay que quedarse con el relato de hostigamiento del alto ejecutivo al que le ha salido un grano en el culo en forma de acosador social, como un cabo del miedo con derivaciones cómicas. Sin embargo, con gags que no pasan del chascarrillo entre argentinos y gallegos, dos convencionales tramas sentimentales, y una perenne banda sonora de Federico Jusid, excelente músico, aquí desatado, sin dejar a la película una mínima rendija de silencio, “Despido procedente” es un continuo subidón sin tempo cómico ni altura social. Una obra que puede señalar a Figueroa como un técnico pero nunca como un narrador. No Recomendada.

Aurora (Jamais contente). (Francia, 2016). Dir. Emilie Deleuze. 
La adolescencia son esos años en los que tu abuela te dice que estás en una edad muy difícil. Aurora tiene el espíritu rebelde subido y el colegio le da igual. Su vida se desliza hacia el sumidero de la edad adulta, apenas protegido por un maestro sensible. El cine francés es rico en hermosas películas sobre la educación, pero Emilie Deleuze no logra colocar este aceptable título en la excelencia académica que inauguró -hasta donde alcanza la memoria- «Los cuatrocientos golpes», de Truffaut. Léna Magnien, prometedora actriz, carece del carisma necesario para involucrarnos de verdad en su viaje interior. Menos perdonable es que el guión, a partir de la novela de Marie Desplechin, se conforme con una foto fija de la muchacha sobre un marco insulso. No Recomendada.

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