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domingo, 7 de febrero de 2016

El hijo de Saúl, de László Nemes



Título original: Saul fia. Dirección: László Nemes. País: Hungría. Año: 2015. Duración: 107 min. Género: Drama. Guión: László Nemes y Clara Royer. Producción: Judit Stalter (ejecutivo) y László Rajk (diseño). Fotografía: Mátyás Erdély. Montaje: Matthieu Taponier. Música: László Melis. Sonido: Tamás Zányi. Estreno en España: 15 enero 2016.
Intérpretes: Géza Röhrig (Saul Ausländer), Levente Molnár (Abraham), Urs Rechn (Oberkapo Biedermann), Sándor Zsótér (Doctor), Todd Charmont (Braun), Christian Harting (SS Voss), Marcin Czarnik (Feigenbaum), Jerzy Walczac (Sonderkommando Rabbi), Björn Freiberg, Uwe Lauer, Attila Fritz, Kamil Dobrowolski.

Sinopsis:
En el año 1944, durante el horror del campo de concentración de Auschwitz, un prisionero judío húngaro llamado Saul, miembro de los 'Sonderkommando' (encargados de quemar los cadáveres de los prisioneros gaseados nada más llegar al campo y limpiar las cámaras de gas), encuentra cierta supervivencia moral tratando de salvar de los hornos crematorios el cuerpo de un niño que toma como su hijo.

Fotograma de "El hijo de Saúl"

Comentarios:
Galardonada en el pasado Festival de Cannes, ésta producción húngara ha conseguido de nuevo para su país la nominación al Oscar a la Mejor película de habla no inglesa. La cinta es un ambicioso largometraje producido con un presupuesto modesto que intenta introducir al espectador en lo más profundo de un campo de concentración nazi. Y lo hace des un lenguaje cinematográfico completamente novedoso, usando múltiples planos-secuencias, prolongados primeros planos y eliminando la profundidad de campo en todo momento. Es el sonido y no lo que vemos lo que hace perturbar al espectador. La ópera prima de este realizador húngaro, nacido en 1977 y alumno del gran Béla Tarr, nos ofrece fresca innovación a un tema quizás algo trillado.
Tratado por arriba y por abajo, del derecho y del revés, con grandilocuencia y con sencillez, con ética y con estética, incluso con esteticismo y sin ética, con justicia, con rigor, con ambigüedades, con poder didáctico, incluso con humor, el Holocausto en el cine, no pocas veces procedente de la literatura, parecía un tema agotado. Parecía. Hasta que llegó el húngaro László Nemes y lo puso patas arriba en el pasado Festival de Cannes. Una vez más. Porque la más terrible de las tragedias del siglo XX es un tema inagotable. Porque la actitud del ser humano resulta inabarcable. En cuestiones de fondo quizá esté todo dicho ya. Quizá. Pero en la forma quedaba aún un resquicio, al menos. Un resquicio brutal basado en una de las posibilidades del cine: el lugar de mostrar, intentar inmiscuir, introducir, involucrar al espectador; no solo mentalmente, sino casi físicamente. Literalmente, provocar a la platea la sensación de estar dentro de un barracón, de una fila de la muerte, de un socavón moral, de una guerra sin cuartel, con el infierno de los demás y con el de uno mismo. Es la extraordinaria El hijo de Saúl, un órdago a la cuestión del travelling como cuestión moral de Godard, un antídoto a la teoría de la abyección de Rivette, un listísimo anzuelo a los tabúes de representación de Lanzmann.
La película de Nemes, según Javier Ocaña, logra el objetivo a través de tres recursos aparentemente sencillos. Primero, un diseño de sonido hiperrealista en el que cada movimiento, cada roce, cada grito, cada disparo, cada respiración, parezca un navajazo en el estómago del que ve la película. Segundo, una cámara agilísima, casi siempre detrás del protagonista, un judío que trabaja en uno de los hornos crematorios de Auschwitz, que se mueva al ritmo de numerosos planos secuencia. Y tercero, una limitadísima profundidad de campo, de apenas un metro en muchos momentos. Solo importa lo que esté delante de las narices del personaje. Un procedimiento que, a la vez, ejerce de recurso formal ético y de metáfora de fondo. Porque la ambigüedad de la actitud de Saúl, poniendo en peligro a los vivos para poder honrar a un muerto, es el otro gran tema de la película. Nemes viene a hablarnos de la imposibilidad de tener una visión global del campo de exterminio en esas condiciones, y eso se transmite.
Las críticas morales desde el sofá de casa son fáciles. Lo terrible es estar ahí y tener que actuar, que tomar decisiones. Y eso es lo que presenta la película, lo que te hace sentir más que ver: el martirio físico y mental de habitar el infierno y querer mantenerte en pie.


1 comentario:

  1. Interesantísimo el comentario que has hecho de la película pero no creo que vaya a verla. Y seguramente ganará un Oscar. Ya con el tráiler he sentido un pellizco y la música me ha parecido como si te estuvieran golpeando.

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