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lunes, 25 de enero de 2016

Joy, de David O. Russell



Título original: Joy. Dirección: David O. Russell. País: EE.UU. Año: 2015. Duración: 124 min. Género: Drama, Comedia. Guión: David O. Russell y Annie Mumolo. Producción: John Davis, Jonathan Gordon y Megan Ellison. Diseño de Producción: Judy Becker. Fotografía: Linus Sandgren. Montaje: Jay Cassidy y Alan Baumgarten. Música: David Campbell y West Dylan Thordson. Supervisión musical: Susan Jacobs. Vestuario: Michael Wilkinson. Estreno en España: 08 enero 2016.
Intérpretes: Jennifer Lawrence (Joy Mangano), Robert De Niro (Rudy), Bradley Cooper (Bradley Cooper), Isabella Rossellini (Trudy), Diane Ladd, Édgar Ramírez (Tony Miranne), Virginia Madsen (Terry), Elisabeth Röhm, Dascha Polanco, Jimmy Jean-Louis, Madison Wolfe, Erica McDermott, Isabella Crovetti-Cramp, Arthur Hiou y Damien Di Paola.

Sinopsis:
Joy Mangano, una humilde trabajadora de Long Island, acabó convirtiéndose en una popular inventora de productos del hogar y también en uno de los rostros más conocidos de la teletienda americana.

Jennifer Lawrence en "Joy"

Comentarios:
David O. Russell ha sido nominado en cinco ocasiones al Oscar (La gran estafa americana, El lado bueno de las cosas, The fighter…), sin embargo, para esta nueva propuesta sólo le ha caído una nominación a su actriz, la joven princesita de Hollywoood, Jennifer Lawrence, que está omnipresente durante todo el metraje de la cinta. Y es que en esta película, salvo a Lawrence, poco gusta al personal.
En esta ocasión llama la atención que O’Russell se haya fijado en la historia real de Joy Mangano, una atribulada madre soltera republicana de Long Island que, dotada desde pequeña de una gran creatividad para los inventos, consiguió convertirse en una exitosa empresaria, patentando utensilios como The Miracle Mop —conocida como la fregona americana—, que encontraron gran recibimiento entre las amas de casa norteamericanas de la década de los noventa y convirtieron a Joy en multimillonaria y rostro reconocible de los espacios de teletienda. Vale que estamos ante uno de esos relatos que ensalzan el sueño americano, ese que habla de la consecución de las metas a través del sacrificio y la determinación, y que tanto suelen calar en la audiencia. Al igual que Erin Brockovich (Steven Soderbergh, 2000) le supuso a Julia Roberts la oportunidad de obtener un papel a medida con el que ganó su único Oscar, dando vida a un personaje similar que, de la nada y sin ningún tipo de preparación académica, consiguió trabajar en un despacho de abogados, Joy solo puede entenderse como un vehículo de lucimiento exclusivamente diseñado para que Lawrence vuelva a deslumbrar, superando incluso el hándicap de la edad, con ese indudable carisma que siempre la eleva por encima del guion más malo. Porque sí, en esta ocasión el libreto parece tener más del universo femenino algo disparatado de la co-guionista Annie Mumolo —La boda de mi mejor amiga (Paul Feig, 2011)— que de la visión corrosiva de O’Russell, aportando muchos elementos ficticios que no hacen más que desvirtuar la auténtica historia de Joy Mangano. Así, la cinta muestra los esfuerzos de su protagonista por sacar adelante a su desastrosa familia —compuesta por unos padres separados, un ex-marido con el que sigue manteniendo una extraordinaria relación que les permite seguir compartiendo techo, varios hijos, una hermana envidiosa de su talento y una abuela que en ningún momento pierde la fe en que su nieta termine siendo alguien importante en la vida—, y su camino, lleno de trabas (falta de oportunidades, robos de ideas, amenazas de desahucio), hasta alcanzar el éxito. 

Fotograma de "Joy"

En su búsqueda de tratar de no ser un biopic al uso, según el crítico José Martín León, se le otorga al relato un enfoque un tanto irreal y artificioso, sobre todo en el primer acto, con una construcción de personajes extravagantes un tanto errónea. Diane Lane, Robert De Niro, Isabella Rossellini y, sobre todo, esa Virginia Madsen sobre la que recae el papel de esa madre confinada en una cama, totalmente enganchada a los culebrones televisivos, tienen que lidiar como pueden con unos roles desdibujados y, en la mayoría de los casos, antipáticos, con los que resulta prácticamente imposible identificarse. Por ello, resultan un apoyo insuficiente al esforzado trabajo de Lawrence, dueña y señora de una película en la que incluso Bradley Cooper es, en última instancia, un convidado de piedra con un papel mucho más secundario de lo previsto. Con todo, en las pocas escenas que la pareja comparten se puede adivinar algo de esa química que llevan demostrando a lo largo de cuatro películas —fueron lo único salvable del fallido drama romántico Serena (Susanne Bier, 2014)—, siendo en esa faceta laboral de la protagonista en donde Joy encuentra sus mayores aciertos, con un despiadado retrato del mundo de las teletiendas, en el que de los pocos segundos que un producto ocupa en pantalla, depende el éxito o el fracaso de la inversión de los ahorros de toda una vida de sus creadores. Del carisma y la capacidad de convicción de la persona elegida para anunciarlo depende que miles de televidentes se lancen a los teléfonos a comprar lo que se les ofrece, en un acto de consumismo compulsivo. Es una lástima que estos momentos ocupen tan poco metraje, ya que contribuyen a aportar leves fogonazos de mala baba dentro de un producto desapasionado y carente de emoción alguna, en el que ni siquiera destacan sobremanera detalles como la ambientación, la puesta en escena, el montaje o la banda sonora, tan habitualmente cuidados en el cine de su autor y que aquí carecen de esa brillantez por la que fue comparado con Scorsese. Por ello, hablar de Joy es hacerlo de su filme más impersonal y flojo hasta la fecha, que tiene la suerte (que, a este paso, no durará para siempre) de tener a una protagonista con la comprobada capacidad para, con su simple presencia, salvar los muebles y, al igual que esa Joy Mangano que interpreta, vender al gran público cualquier empresa que se proponga, por muy descabellada que sea. 


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