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viernes, 24 de marzo de 2023

David Bowie (1947-2016)

 

Actor y cantante pop británico. Artista camaleónico, mutó varias veces de estilo y recogió múltiples influencias, sobre todo de la psicodelia y el punk, que le hicieron adoptar en los años setenta un provocativo aspecto andrógino, anticipándose a personajes como Boy George. Trabajó junto a artistas de la talla de Mick Jagger, Iggy Pop, John Lennon o Brian Eno, y colaboró con jóvenes artistas, a cuya fama contribuiría notablemente, como es el caso de Lenny Krawitz. Ziggy Stardust (1972) o Let’s dance (1983) son algunos de los discos míticos de su carrera, jalonada siempre por el éxito y la polémica. También fueron frecuentes las incursiones de Bowie en el mundo cinematográfico; su película más celebrada es Feliz Navidad, Mr. Lawrence (1983), de Naghisa Oshima.

 

David Bowie comenzó su carrera cantando y tocando el saxofón en pequeños locales y también en institutos, con músicos aficionados como The Manish Boys, David Jones & The King Bees o Lower Third. A finales de la década de 1960 comenzó a grabar sus primeros sencillos, que luego se integrarían en su primer álbum, David Bowie (1967). Se interesó además por el teatro, llegando a formarse como mimo y actor con Lindsay Kemp, una influencia que se dejaría notar más tarde en sus actuaciones.

 

En 1969 grabó el álbum Man of Words/Man of Music, en el cual se incluía el single “Space Oddity”, que llegaría al puesto cinco de las listas en el Reino Unido. Después de realizar actuaciones en diversos países, entabló amistad con el que se convertiría en su nuevo mánager, Toni De Fries. En 1970 y 1971 publicó los álbumes The Man Who Sold The World y Hunky Dory, en los que ofreció una provocativa imagen andrógina, en consonancia con el glam, la tendencia que dominaba en aquel momento el rock británico.

 

A partir de 1972 empezó el gran ciclo de transformaciones que caracteriza su personalidad camaleónica: en The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars encarna a una estrella bisexual del rock procedente de otro planeta. Esta tendencia a la ambigüedad continuaría en Aladdin Sane (1973), su siguiente trabajo. Ese mismo año Bowie posó junto a la modelo Twiggy en la portada de Pinups, una compilatorio de algunas de las mejores canciones del rock de los 60, y apareció desnudo en la carpeta de su álbum Diamond Dogs (1974).

 


Las canciones de Bowie generaban una atmósfera futurista, obsesiva, donde daba cabida a breves guiños dirigidos al rock estadounidense y desarrollaba profundas y densas secuencias por las que desfilaban personajes orwellianos (el Gran Hermano de la novela 1984, de George Orwell), arquetipos de una modernidad decadente o personajes que parecen surgidos del género gótico. En Gran Bretaña las críticas a este último álbum fueron duras, y Bowie decidió dar un giro a su carrera, adoptando una imagen personal más sobria e introduciendo la música disco y el soul como influencias estilísticas en sus composiciones. Se lanzó a la conquista del mercado estadounidense con Young Americans (1975), álbum que ascendió al primer puesto de las listas de ventas e incluía la canción Fame, escrita con el ex líder de The Beatles, John Lennon. Con el respaldo de Andy Warhol, con el que trabó gran amistad, su popularidad creció rápidamente.

 

En esta segunda mitad de la década de 1970 Bowie continuó experimentando con nuevos sonidos. El elemento electrónico estaba cada vez más presente en su música, a través del uso recurrente de sintetizadores y de la manipulación de su voz en los temas. Esto queda patente en álbumes como Station to Station (1976) y Low (1977), en el que inició su asociación con el músico y productor Brian Eno. Bowie evolucionaba hacia un personaje de aspecto frío y distante, envuelto en largos abrigos de cuero, lo que le valdría el sobrenombre de El Duque Blanco.

 

Heroes (1977) ofrecería estructuras y sonidos aún más densos y complejos. En los años siguientes, y todavía con Eno, Bowie grabó Stage (1978), álbum en vivo resultado de su gira de aquel año, y Lodger (1979), que señalan su vuelta hacia un rock fresco, original y de sencilla comercialización, aunque enriquecido por todas las innovaciones de la etapa anterior. Con Scary Monsters (1980), que seguía esta misma tendencia, terminó otra etapa de su carrera.

 

Bowie emprendió en ese momento su periodo de mayor éxito comercial, pero también el de más críticas adversas por parte de los especialistas, que le achacaban un empobrecimiento musical. En Let's Dance (1983) y Tonight (1984) compaginó temas herméticos con baladas que le facilitarían la colaboración con otros artistas, como Iggy Pop, Queen, Tina Turner y Mick Jagger, líder de los Rolling Stones.

 

Su enorme éxito se vio favorecido por sus trabajos para el cine. En 1986 compuso la banda sonora de Dentro del Laberinto, filme dirigido por Jim Henson y producido por George Lucas, donde además interpretaba uno de los papeles protagonistas. Ya atesoraba una extensa trayectoria como actor en otros filmes anteriores, como The Man Who Fell To Earth (1976, de Nicolas Roeg), Gigoló (1979, de David Hemmings), El ansia (1983, de Tony Scott), Feliz Navidad, Mr. Lawrence (1983, de Nagisa Oshima) o Cuando llega la noche (1985, de John Landis).

 


Su siguiente trabajo fue Never Let Me Down (1987). Tras un periodo (1989-91) en el que trabajó con la banda Tin Machine, Bowie retomó su carrera en solitario con Black Tie White Nose (1993). Casado con la modelo Iman, comenzaba una nueva y fructífera etapa musical. Con Outline (1995), Bowie volvió a transformarse (esta vez adoptaría la identidad de un detective en una urbe futurista) y recobró, con sonoridades de su época con Eno, su preeminencia en la vanguardia del rock. Earthling (1997), Hours (1999), Heathen (2002), Reality y Club Bowie (2003) son algunos de sus trabajos posteriores.

 

Una grave operación de corazón le obligó a cancelar su gira europea de 2004, y aunque consiguió recuperarse de la misma, no volvió a actuar en directo. Prosiguió sin embargo su labor musical en los estudios, editando nuevos discos como The Next Day (2013) y Black Star (2016), cuyo lanzamiento precedió en dos días a su muerte. (Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E.)

 

 

Lo sabíamos desde hace mucho, pero no queríamos ni oír hablar de ello. Sabíamos que el día en que la muerte sorprendiera a David Robert Jones no habría elogios suficientes para hacer justicia a su vasto legado, a su papel decisivo a la hora de determinar el rumbo de la música. Bowie se empeñó en vencer al tiempo y durante la mayor parte de su vida lo consiguió: entendió la naturaleza volátil, vertiginosa de la cultura popular y supo reformularse para ser esa constante en nuestras vidas que señalaba la importancia de seguir el impulso creativo hasta las últimas consecuencias, de inventar y reinventar las formas para seguir derramando emoción. De hacerlo, además, sin parecer consciente de que sus fuerzas tenían una fecha de caducidad. Dicho de otro modo: crear hasta el último aliento y regalar al mundo tantas expresiones genuinas como pudieran brotar de sus entrañas.

 

De no ser por la maldita muerte, el genio de Bowie habría seguido fluyendo hacia el infinito como un río sin horizonte. Al menos, su propia finitud sirve para recordarnos la importancia de ese gesto creador detrás de cada canción y de paso nos invita a celebrar al maestro a través de su obra, como veníamos haciendo cuando vivía y como seguiremos haciendo por más que los años pasen. Y aunque la dimensión musical en Bowie ya fuera lo bastante apabullante como para no necesitar de nada más, lo cierto es que la cinematográfica fue una extensión de su poliédrica figura y su condición de mito pop a la que también merece la pena prestar atención. En las siguientes líneas recordamos algunas de esas películas que conformaron un espacio complementario –y siempre interesante− para un artista en permanente transformación.

 

“El hombre que cayó a la Tierra” (“The man who fell to Earth”, Nicolas Roeg, 1976). El primer largometraje en el que apareció David Bowie es también aquel que mejor se alía con la figura que venía configurando su carrera musical. El extraterrestre al que interpretaba en la película de Nicolas Roeg –uno de los dos directores, junto a Donald Cammell, que habían firmado la mítica “Performance” (1970)− remitía inevitablemente a su alter ego Ziggy Stardust. Newton explicitaba en el cine esa idea de Bowie como ser extraordinario y único en su especie, y prolongaba su versión más andrógina y misteriosa. “El hombre que cayó a la Tierra” continúa siendo su más icónica incursión en la pantalla, e inauguraba su trayectoria cinematográfica en paralelo al comienzo de su etapa berlinesa.

 

“Gigoló” (“Schöner gigolo”, armer Gigolo, David Hemmings, 1978). Aún inmerso en esa etapa berlinesa en la que compartiría explosiones creativas con Brian Eno e Iggy Pop, Bowie tuvo la ocasión de trabajar con el director inglés David Hemmings. Lo haría protagonizando una historia en el Berlín de entreguerras en la que era un oficial prusiano obligado a vender su cuerpo en un Cabaret regentado por la mismísima Marlene Dietrich. “Gigoló” también le permitiría compartir rodaje con otra gran diva del cine clásico como Kim Novak, en una producción con evidentes reminiscencias –contextuales, al menos− del éxito de “Cabaret” (Bob Fosse, 1972).

 

“El ansia” (“The hunger”, Tony Scott, 1983). Antes de que a Tony Scott se le considerara un director más comercial y menos interesante que su hermano Ridley, y mucho antes de que esta afirmación empezara a ser puesta en duda, la ópera prima del menor de los Scott era el relato de una vampiresa (Catherine Deneuve) saciándose con la sangre de sus amantes. David Bowie era su compañero vampiro en esta aventura en el género de terror que a finales de la década de los 90 inspiraría una serie de televisión, en la que el cantante fue anfitrión en su segunda temporada.

 

“Feliz Navidad, Mr. Lawrence” (“Merry Christmas, Mr. Lawrence”, Nagisa Ôshima, 1983). Diez años después de “El imperio de los sentidos” (“Ai no korîda”, Nagisa Ôshima, 1976), su director se embarcó en esta suerte de “El puente sobre el río Kwai” (“The bridge on the River Kwai”, David Lean, 1957) menos épica, más emocional y de tintes homoeróticos. En ella, Bowie interpretaba a Jack Celliers, un soldado británico capturado y recluido en un campo de prisioneros japonés durante la II Guerra Mundial, en el que lucha por sobrevivir. Para ello, encuentra una inesperada complicidad en el otro bando: un sargento japonés interpretado por un incipiente Takeshi Kitano.

 


“Dentro del laberinto” (“Labyrinth”, Jim Henson, 1986). De todas las incursiones cinematográficas de Bowie, esta es la que invoca con más frecuencia la nostalgia y su recuerdo −perturbador− irrumpiendo en la infancia. La de Jim Henson era una película tan luminosa como oscura, jovial pero con un poso aterrador que ya había ensayado junto a Frank Oz en “Cristal oscuro” (“The dark crystal”, 1982). A ello contribuía en buena medida un Bowie de aparatoso vestuario interpretando a Jareth, rey de los duendes y guardián del laberinto en el que se perdía Jennifer Connelly en busca de su hermano pequeño.

 


“La última tentación de Cristo” (“The last temptation of Christ”, Martin Scorsese, 1988). En medio de la ruidosa y desproporcionada polémica que rodeó a la película de Martin Scorsese, pasaron a ser secundarios el hecho de que el director hubiera firmado una excelente obra nacida de su sincera fe religiosa, o que entre sus sorprendentes elecciones de casting se encontrara un breve David Bowie interpretando nada menos que a Poncio Pilatos.

 

“Twin Peaks: fuego camina conmigo” (“Twin Peaks: fire walk with me”, David Lynch, 1992). Cuatro años después, otro gran autor como David Lynch también requería de los servicios del cantante para esta película que suponía la prolongación de la serie que había creado junto a Mark Frost y que empezaría a cambiar el destino de las narraciones seriadas en televisión. En “Twin Peaks: fuego camina conmigo” Bowie era un agente desaparecido que reaparece repentinamente para desconcertar a Cooper (Kyle MacLachLan) con el relato de un extraño encuentro con Bob. La dimensión más perturbadora de Bowie encajando como anillo al dedo en los universos oníricos y terroríficos de Lynch.

 

“Basquiat” (Julian Schnabel, 1996). Bowie contribuyó a alimentar la leyenda de The Factory pasando por el recinto neoyorquino de Andy Warhol. No es ningún secreto que el artista pop fue fuente de inspiración para el cantante, quien le dedicó una canción con su nombre en el “Hunky Dory”. No es de extrañar, pues, que en este biopic de Julian Schnabel en torno a la figura de Jean-Michel Basquiat, Bowie se enfundara peluca blanca y acabara interpretando a Warhol a modo de particular homenaje.

 

“Zoolander” (Ben Stiller, 2001). Esta chiflada bofetada contra la cultura de la vanidad y la apariencia encontraba su clímax en esta batalla de modelos en la pasarela entre Hansel (Owen Wilson) y Derek Zoolander (Ben Stiller). Ben Stiller reunió una impresionante nómina de cameos, pero supo ubicar muy bien a David Bowie: maestro de ceremonias en ese hilarante intercambio de miradas y poses.

 

“El truco final” (“The prestige”, Christopher Nolan, 2006). Quizá más sorprendente aún sea el lugar que le dio Christopher Nolan en su duelo entre magos. En “El truco final” era el inventor Nikola Tesla, cuyo peso mayúsculo en el avance de la ciencia se vio diluido en la historiografía en favor de otros nombres. Que Bowie lo interpretase en su último gran papel en el cine bien podría ser considerado un bello gesto de la parte de un genio de prestigio intachable hacia otro casi anónimo. (Jordi Revert)

 


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