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martes, 29 de diciembre de 2015

El proceso judicial a través del cine

Un artículo de JOSE MELERO BELLIDO


El cine ha venido aportando a los ciudadanos profanos en la materia unos conocimientos básicos y aproximados acerca del Derecho. Aunque las películas, de todos los tiempos, contienen muchos aspectos jurídicos, las películas de juicio son las que más han contribuido a popularizar los procedimientos y prácticas judiciales. Más en concreto, las películas que desarrollan tramas en la que se producen delitos importantes que van a ser juzgados por tribunales con jurado siguiendo el procedimiento del derecho anglosajón y que se concreta por lo general en películas norteamericanas. En este trabajo hemos puesto la atención en seis films con las mencionadas características.

Destaca en estas películas un rasgo consustancial a la práctica de la justicia democrática: la estricta observancia del procedimiento, o sea, la garantía del cumplimiento de unas normas que constituyen el marco indiscutible del desarrollo de la acción judicial. Valgan dos ejemplos: la “normalidad” de la detención del supuesto culpable, carente de toda coerción, y respetando/garantizando sus derechos como observamos en la detención de la señora Paradine en “El proceso Paradine” o la anulación de un juicio por actuación indebida de un miembro del jurado en “Falso culpable”.

Imágenes de "El caso Paradine"

Con todo, la línea argumental principal es la que sostiene la criminóloga Nicole Rafter: el tema recurrente de todas las películas de juicio  es la dificultad de alcanzar la justicia. Demostrarlo es la tarea propuesta en esta exposición.

Antes que nada, no está de más observar el marco en que trascurre parte de la acción de estas películas como es la sala de vista y también las formalidades propias del funcionamiento de la misma: el estrado del juez- presidente, la zona acotada del jurado, las mesas frente al juez de los abogados y fiscales, el estrado de los testigos, la sala contigua donde aguardan estos, el espacio para el público asistente así como los rituales de respeto para el juez o el jurado.

En la resolución de los casos planteados en las películas son dos las instancias que van a decidir con su intervención la deriva final de los mismo: el jurado y el juez-presidente que, aunque no dicta sentencia, guía todo el procedimiento, encauza y asesora al jurado y por tanto ocupa una posición clave a lo largo del juicio.
 
Fotograma de "Anatomía de un asesinato"

La institución del jurado ha sido y sigue siendo muy debatida entre los juristas. No es este debate el tema que se plantea en este trabajo sino analizar su funcionamiento y dificultades en algunas películas, sin perder de vista la tesis dominante, la dificultad de producir sentencias justas. Son muchas las películas en que vemos al jurado dictando sentencia, como sujeto pasivo de las argumentaciones  de abogado y fiscal, oyendo a los testigos, en el acto de su formación como tribunal, etc. Pero muchas menos las que nos presentan su funcionamiento interno y las dificultades a las que debe enfrentarse. Entre estas destaca sin lugar a dudas “Doce hombres sin piedad”. Si en esta película, la iniciativa de un miembro del jurado logra, no sin tener que superar todo tipo de prejuicios, frivolidades, etc, salvar al acusado por la inexistencia de pruebas contundentes, en cambio en “Matar a un ruiseñor”, aunque el abogado logra demostrar la imposibilidad de que su defendido haya cometido el delito, un jurado racista y lleno de prejuicios dicta sentencia condenatoria.

En las películas seleccionadas, y en otras que se podrían citar (recuérdese por ejemplo al juez encarnado por Spencer Tracy en “Vencedores o vencidos”), podemos observar jueces dotados no sólo de los conocimiento jurídicos que se supone que deben atesorar, sino también de otras cualidades necesarias para poder pilotar el juicio con mesura, equilibrio, humanidad y hasta con sentido del humor. Quizá el juez Weaver de “Anatomía de un asesinato” pueda resumir perfectamente estas cualidades. Pero también hay excepciones como demuestra el juez del “Proceso Paradine”(el Juez Hortfield), celoso de la fama del abogado, acosador de la esposa de este y carente de  “piedad” hacia la persona condenada y por tanto incapacitado para dirigir el caso con las necesarias garantías.
 
Henry Fonda en "Falso culpable"

Jueces y jurados toman decisiones partiendo de cómo valoran lo esencial del proceso judicial: la declaración de los testigos, los indicios y las pruebas aportadas por las partes o la policía. Diversos ejemplos ilustran de todo ello sin perder de vista la tesis central que estamos desarrollando, la dificultad de adoptar una decisión justa en un proceso.

En “Falso culpable” todo el caso reposa en la declaración de unos testigos que “reconocen” a Balestrero como la persona que ha cometido una serie de atracos. Todos ellos declaran sin mala intención, creyendo en lo justo de su testimonio, sólo el azar ha hecho que el protagonista haya sido víctima de su parecido con el verdadero culpable. En este caso, el entuerto ha podido resolverse con bien para la justicia pero nos queda la certidumbre de que no siempre será así.

Aplicar la justicia es aún más complicado cuando el testimonio del testigo no es que sea falso sino producto de una conjura urdida a espaldas del abogado defensor, como ocurre en  “Testigo de cargo”. Bien es cierto que la fertilidad imaginativa de Agatha Christie permite cualquier pirueta, por rocambolesca que parezca, pero no obstante el film deja abierta la certeza de que en la declaración de los testigos no todo es lo que parece, a pesar de estar obligados a decir verdad.

Desde el punto de vista jurídico es muy interesante la polémica que suscita la valoración que debe otorgarse al testimonio de la víctima de un delito o de un supuesto delito. Este es el caso que plantea “Matar a un ruiseñor” en la que Mayella, asustada por el contexto social racista en que vive y por la amenaza de su padre, que es el verdadero culpable de sus daños, convierte su declaración en el único soporte contra el joven negro Tom Robinson generando con ello su desgracia y propiciando una flagrante injusticia.

Fotograma de "12 hombres sin piedad"

Otro problema de los testimonios se origina cuando una declaración se convierte, aunque no haya mala intención, en la base indiciaria de una “supuesta prueba”. Buena parte de “Doce hombres sin piedad” trata sobre cómo el jurado va descubriendo la endeblez de las pruebas derivadas de la declaración de un anciano con ciertos impedimentos físicos o de una señora con una visión defectuosa.

En esos y otros casos por tanto el peligro para la justicia reside en convertir los aparentes indicios en pruebas capaces de llevar a una persona a la muerte o a la cárcel. Es el caso por ejemplo de la nota escrita por Balestrero a instancias de la policía, coincidente con la letra y hasta con el “fallo” cometido por el verdadero culpable en la nota que le había escrito a la cajera de una tienda donde había robado y que la policía posee. En “El Proceso Paradine” la habilidad (y malicia interesada) del abogado defensor de la señora Paradine va llevando al convencimiento de la sala de que el criado Latour es el culpable del crimen porque transforma pruebas circunstanciales en “evidencias”, provocando con ello un desenlace absolutamente dramático. La insistencia del jurado número 8 de “Doce hombre sin piedad” logra deshacer las supuestas pruebas contra el joven acusado logrando que el jurado acabe por comprender la seriedad de su cometido y la rotundidad que deben reunir las pruebas inculpatorias.

Fotograma de "Matar a un ruiseñor"

Para terminar este apartado observemos la declaración inesperada de una testigo (la de la señorita Pilanten “Anatomía de un asesinato”), ejemplo de que abogados y fiscales deben tener siempre muy presente una regla de oro para sus fines: jamás hagas una pregunta a un testigo sin conocer previamente la respuesta porque en ello puede residir la clave de un caso.

Finalmente, es necesario referirse al papel indispensable que juegan los abogados, sean fiscales o defensores, en cualquier proceso. Son ellos los que encarnan el enfrentamiento de las partes en el juicio, un enfrentamiento del que se espera que salga la luz y que constituye la garantía que debe presidir todo el procedimiento bajo la atenta mirada del juez. No está de más recordar que defensores y fiscales son piezas necesarias, con roles que les enfrentan, pero cuya finalidad es coincidente: el hallazgo de la verdad.

El buen abogado no es sólo un buen conocedor de las leyes o el poseedor de notables cualidades para la esgrima dialéctica, sino aquel que fundamenta su acción en nobles principios morales y en la confianza en la justicia y en sus procedimientos, por mucho que en ocasiones esta confianza se vea traicionada por una flagrante injusticia. Es lo que observamos en el proceder de Atticus Finch en “Matar a un ruiseñor” tanto en las ideas que inculca en sus propios hijos como las que manifiesta en la defensa del caso.

A veces el abogado debe defender a individuos de los que duda sobre su culpabilidad y desde luego sobre su catadura moral. Es lo que ocurre en “Anatomía de un asesinato” en la que Paul Biegler, siempre debatiéndose entre lo verosímil y lo veraz del caso (el verdadero meollo de la película), fundamenta su defensa en lo que él llama la “percha legal”, o sea, el cumplimiento de la norma y de los procedimientos en que se basa el derecho procesal.
 
Fotograma de "Testigo de cargo"


El buen abogado, como ya se ha indicado, tiene un gran respeto por la justicia de la que se siente servidor. Por ello abomina del engaño, de los caminos torcidos y cuando obtiene el triunfo a costa de sus principios, sin saberlo, no puede sino sentirse traicionado y decepcionado como nos lo enseña Sir Wilfrid en “Testigo de cargo”.

“El Proceso Paradine”, por el contrario, muestra la otra cara de la moneda: un abogado defensor que, enamorado de la acusada, introduce en el caso un factor sentimental que nubla su entendimiento y causa una terrible injusticia que lleva al suicidio de un inocente y a la vulnerabilidad de su defendida. Y todo ello porque no ha sido capaz de mantenerse fiel a unos principios morales que, en este caso, no le impedían enamorarse, pero sí ocuparse de la defensa en esas circunstancias.

La falta de medios económicos de los acusados supone la entrada en escena del abogado de oficio, una figura que representa la salvaguarda del derecho a la defensa en un Estado de Derecho. Los prejuicios sobre  su competencia son evidentes como se percibe en “Doce hombres sin piedad” y sus aspectos negativos repercuten en la justicia. No puede olvidarse sin embargo que Atticus Finch  actúa como tal y constituye un ejemplo innegable de una más que digna dedicación y buen hacer profesional, aunque no logre obtener una sentencia favorable para su defendido.

Con las películas seleccionadas se ha querido sostener la tesis principal, la dificultad de alcanzar la justicia entre otras cosas porque ésta no es sino un producto imperfecto de cuantas instancias humanas las rodean. Pero hay que entender  también que, a pesar de ello, es necesario mantener la confianza en la misma, en las instituciones y personas que la encarnan, siempre claro está en el contexto de una sociedad democrática. Y algo de esto es lo que expresa McCarthy, el abogado que ayuda a Paul Biegler en “Anatomía de un asesinato” en su reflexión sobre el jurado, a la espera de que este se pronuncie sobre el caso:


“Doce personas en una habitación. Con diferentes mentalidades, diferentes corazones y doce procedencias diferentes. Doce pares de ojos y oídos, doce personas distintas. Y a estas doce personas se les pide que juzguen a otro ser humano, tan diferente a ellas como ellas lo son entre sí. Y al emitir su criterio deben volverse una sola mente, unánime. Uno de los milagros de nuestra desorganizada humanidad es que lo consigan, y que la mayoría de las veces lo hagan bien. ¡Dios Bendiga a los jurados”



1 comentario:

  1. Un monográfico magnífico. Un tema muy interesante. Gracias Pepe. Ana

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