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jueves, 19 de noviembre de 2015

Él me llamó Malala, de Davis Guggenheim



Título original: He named me Malala. Dirección y Guión: David Guggenheim. País: Emiratos Árabes y EE.UU. Año: 2015. Duración: 88 min. Género: Documental. Producción: Walter Parkes y Laurie Macdonald. Fotografía: Erich Roland. Música: Thomas Newman. Supervisor musical: John Houlihan. Supervisión de edición de sonido: Skip Lievsay. Diseño de animación: Jason Carpenter, inspirada en el libro “I am Malala”. Montaje: Greg Finton A.C.E., Brian Johnson y Brad Fuller. Estreno en España: 6 Noviembre 2015.
Intérpretes: Malala Yousafzai, Ziauddin Yousafzai (padre), Toor Pekai Yousafzai (madre), Khushal Yousafzai y Atal Yousafzai (hermanos).

Sinopsis:
Un retrato íntimo de la activista paquistaní Malala Yousafzai. Ganadora del Premio Nobel de la Paz, la persona más joven que ha recibido tan prestigioso galardón, Malala fue señalada como objetivo por los talibanes y sufrió graves heridas por arma de fuego cuando regresaba a su casa, en el Valle de Swat (Pakistán), en el autobús escolar. Este ataque provocó la protesta de quienes la apoyaban en todo el mundo. Sobrevivió milagrosamente y ahora, como cofundadora del Fondo Malala, es una destacada defensora de la educación de las niñas en todo el mundo.

Fotograma de "Él me llamó Malala"

Comentarios:
La imagen de Malala Yousafzai, la joven paquistaní a la que dispararon en la cabeza los talibán en 2012, cuando tenía 15 años, es irreprochable. Y así lo muestra el documental “Él me llamó Malala”, dirigido por Davis Guggenheim, el autor del muy interesante “Una verdad incómoda” (2006). Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Veamos…
Cuenta una vieja leyenda pastún, apunta Celia Carrió, que durante la batalla de Maiwand de 1880, que enfrentó a Afganistán con el ejército inglés, una joven mujer alzó su voz de ánimo hacia las tropas afganas y las condujo a la victoria; por ello, fue disparada y murió en el campo de batalla. Su nombre era Malalai y por este gesto de coraje y rebeldía se convirtió en una heroína popular del folklore afgano.
Doscientos años después Ziauddin Yousafzai, un dedicado profesor del valle de Swat, en Mingora (Pakistán), le daba el nombre de Malala a su hija mayor casi de forma profética, como augurando el futuro que le esperaba a la niña. Malala Yousafzai creció rodeada por la influencia paterna y el nombre que él le puso, siendo durante su adolescencia una incansable defensora del derecho de las mujeres a la educación. En 2012, los talibanes la atacaron en el autobús escolar con un disparo en la cabeza, del que tras mucho pelear sobrevivió. Dos años después ganó el premio Nobel de la Paz y se convirtió, como su homónima, en un símbolo de lucha y valentía.
Ésta es, hasta aquí, la historia conocida de la joven Malala, de 18 años. Hoy en día vive junto a su familia en Birmingham y compagina su activismo con su nueva vida escolar. Es aún una niña que juega con sus hermanos, hace los deberes o se sonroja al hablar de chicos. Intenta normalizar su vida y evita preguntas sobre el atentado que casi le cuesta la vida mientras el mundo entero la toma de ejemplo y alaba su firme determinación y su discurso sobre la importancia de la educación en una sociedad libre.
En 2015 la productora 20th Century Fox y el canal National Geographic consiguen los derechos de distribución del documental “Él me llamó Malala”, del premiado director estadounidense Davis Guggenheim (“Una verdad incómoda”, “Esperando a Superman”). La película se centra en el nuevo mundo de Malala y su familia después del atentado, haciendo un viaje a Afganistán para comprender la situación de las niñas -y de la población en general- bajo la dominación del mullah Fazlullah y los talibanes, hasta llegar a lugares como Kenia, Nigeria o la frontera siria, donde Malala y su padre Ziauddin aún luchan por el respeto a los derechos humanos.

Fotograma de "Él me llamó Malala"

“Él me llamó Malala” consigue adentrarse en una atmósfera desconocida e inimaginable en el mundo occidental. La crudeza de las imágenes del valle de Swat, la tensión y el miedo generados en un lugar demacrado por la crueldad y la tiranía humana, contrastan con el delicado trabajo de ilustración de Jason Carpenter (conocido por su cortometraje “The Renter”), que convierte en una especie de narración fantástica decadente la historia familiar y social de “Él me llamó Malala”. 
Hay quien tilda la película de una fase más dentro de la estrategia comercial que supone la historia de Malala. Puede que aquí se halle su punto más flojo. Tras mensajes de auténtica importancia, de verdadera reflexión sobre la campaña a favor de la educación y contra la amenaza talibán en el mundo islámico, uno no deja de sentir una sensación agridulce cuando el documental llega a su máximo clímax con la concesión del premio Nobel de la Paz a Malala Yousafzai tras una primera “derrota” en el año 2013. Uno se siente un poco decepcionado al ver la verdadera lucha convertida en un cuento sobre superación y éxito tan al estilo norteamericano. El encumbramiento de una única figura y su padecimiento a través de reconocimientos y galardones no consigue sino difuminar el mensaje que dicha figura trata de transmitir al mundo. Malala funciona mejor sin guiones, sin discursos reescritos en la ONU y sin la concesión de un premio que ensombrece el verdadero mérito de sus actos. Si bien el cine es el medio perfecto para dar a conocer su causa al gran público, también es un arma de doble filo, donde el pretendido ‘final feliz’ hollywoodiense resulta forzado y algo insultante cuando casi 66 millones de niñas en el mundo aún no tienen acceso a la educación escolar. ‘Él me llamó Malala’ llega a pecar de infantil si considera que el final de esta batalla no acabada radica en la concesión de un premio. Por ello, que el espectador no se deje engañar por la técnica narrativa: ya comprobará, durante la primera hora del documental, que las heridas aún no han sido cerradas y que hace falta mucho más que esto para hablar de justicia.


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