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lunes, 6 de marzo de 2023

Diamond Flash (Carlos Vermut, 2011)


Título original: Diamond Flash. Dirección: Carlos Vermut. País: España. Año: 2011. Duración: 123 min. Género: Thriller.

Guión: Carlos Vermut (Texto radiofónico escrito por Raúl Minchinela). Fotografía: Carlos Vermut. Música: Carlos Vermut. Montaje: Carlos Vermut. Sonido: Pablo Hernando y Alberto Carpintero. Productor Asociado: Silvestre López. Producción: Carlos Vermut.

Fecha del estreno: 10 octubre 2012 (Lanzamiento del DVD).

 

Reparto: Ángela Boix (Juana),  Miquel Insua (Diamond Flash),  Klaus (Jaime),  Rocío León (Lola),  Eva Llorach (Violeta),  Victoria Radonic (Enriqueta),  Ángela Villar (Elena),  Petra del Rey (Angustias),  Alba Guerrero (Alba),  Miguel Noguera (Arturo),  Micaela Quesada (Matilde),  Teresa Soria Ruano (Lucía),  María Cuéllar (Elena niña), Inma Isla (Madre de Elena), Ramos López (Asistente social), Santiago Meléndez (Policía), Javier Botet (Hombre chistoso), Adrián López (Camarero), Raúl Minchinela (Locutor).

 

Sinopsis:

Violeta está dispuesta a lo que sea por encontrar a su hija desaparecida. Elena guarda un extraño secreto. Lola quiere saldar cuentas con su pasado. Juana necesita que alguien la quiera sin condiciones ni preguntas, y Enriqueta sólo busca que le hagan reír. Estas cinco mujeres tienen algo en común: todas están relacionadas con Diamond Flash, un misterioso personaje que cambiará sus vidas para siempre.

 

Comentarios: 

Diamond Flash, primer largometraje de Carlos Vermut y película underground donde las haya, es una de las producciones españolas que más me han impresionado últimamente: por su empeño, por su arquitectura, por sus diálogos, entre el naturalismo extremo y la estilización helada; por su humor esquinado y su dolor atroz, por su trabajo actoral y por el poso que deja en la memoria.

Su autor, por lo que sé, es un joven dibujante e historietista madrileño, que se dio a conocer como director en 2009 al ganar el gran premio del Jurado de la 7ª edición del Notodofilmfest con su corto Maquetas. Pasma conocer, por su acabado, que Diamond Flash se rodó con el dispositivo de vídeo de una cámara fotográfica y costó tan solo 20.000 euros. Vermut es el guionista, director, cámara y productor: esos 20.000 euros son el dinero que le pagaron por los derechos de merchandising del diseño de personajes de una serie de animación para Carton Network llamada Jelly Jam. Hizo por internet el casting de su formidable elenco, rastreando en páginas de asociaciones de actores y seleccionando a cinco intérpretes para cada uno de los papeles: de ahí surgieron los nombres, para mí desconocidos, de Ángela Boix, Miquel Insua, Rocío León, Eva Llorach y todos los que intervienen en la película. Presentada en los festivales Abycine 2011 y Sitges del mismo año, obtuvo poco más tarde el premio Rizoma, que garantiza que la película pase a formar parte del catálogo de la distribuidora on-line Filmin y luego se edite en DVD por el sello Cameo. Se proyectó un día en los cine Golem, y de cuando en cuando su autor programa sesiones en Madrid y Barcelona, pero no ha tenido estreno comercial.

Diamond Flash es un alcohol fuerte, que hace pensar en los laberintos de Rivette, en los mundos claustrofóbicos de Paulino Viota (otro rey del underground patrio), en el perfume onírico del Judex de Franju. Se puede hablar poco de su trama porque trata, a mi entender, de lo imprevisible en su domesticidad, esto es, de lo subterráneo cotidiano, de lo que pasa a nuestro lado y no puede contarse. Es imprevisible lo que sucede subterráneamente entre el hermano y la hermana de la primera parte de la historia, y las oscuridades que laten bajo las dos parejas femeninas de la segunda, y lo que se esconde bajo el superhéroe masculino que le da título, del mismo modo que hay un mal que lleva gafas de bibliotecaria y frecuenta los bares polinesios de barriada, y ese mal de encarnación femenina tiene por encima a un super-mal del que sólo conoceremos la voz telefónica y, en imagen digna de Lynch, la mano que pinta de rojo (a bulto, sin perfiles) un angelote de yeso, como si fuera una de esas tías segundas que todos tenemos y que vive lejos, en la Vaguada o Sant Andreu, rodeada de tapetitos de ganchillo. La superioridad numérica de las mujeres en Diamond Flash puede hacer creer, a primera vista, que se trata de una película programáticamente feminista o monotemática: una película que trata sobre la mujer, pongamos por caso, como colectivo doliente y maltratado. El tema del maltrato, que Vermut se toma profundamente en serio, está presente, desde luego, pero no de modo maniqueamente genérico, y si no que se lo pregunten al hermano de la farmacéutica de la primera parte, o a la esposa golpeada que cae en manos de la temible adicta a los bares polinesios.

El mal y la ferocidad, pues, adoptan muy diversas formas y se encarnan de un modo aleatorio, aunque sí parece haber un determinismo en su primera parte: la familia como nido de herencias y patrones de los que es muy difícil escapar, alternando los roles de víctimas y verdugos.

Yo diría que el asunto verdaderamente central de Diamond Flash es el de la capacidad de hacer daño. Peor aún: de la necesidad de hacer daño. Da igual que ese daño se ejerza por venganza, por anhelo de justicia, por dinero o por pura y simple patología: el daño es daño por muchas razones que se le echen. Es quizás el tema axial pero, aclaro, no es el único, y precisamente por eso resulta tan apasionante la película: porque tiene muchas capas y muchos tonos, porque es ambigua, porque no parece hecha para ilustrar o defender un único postulado.

Diamond Flash no es un plato de mi gusto: es una de las películas más negras, turbadoras y desesperanzadas que he visto. Turbadora porque sus niveles de malestar y violencia (física pero sobre todo psicológica) rozan lo insostenible; negra porque otro de sus temas es la amoralidad de ese mal que ni siquiera se plantea la culpa; desesperanzada porque ninguno de sus personajes parece que vaya a alcanzar la entrevisión de un poco de luz, salvo en un encuentro fugaz o una no menos fugaz remembranza infantil. No abundan las buenas personas en el mundo que retrata, lo que no impide que suframos al ver cuando lo pasan mal y acaban peor, y que sintamos eso prueba que Carlos Vermut sabe muy bien lo que se hace como escritor y como director: si sus personajes fueran planos o de cartón piedra, si no provocaran empatía, si no fueran verídicos, a los diez minutos desconectaríamos de la trama por considerarla embarullada, sobrecargada, o inverosímilmente melodramática. Juegan a su favor, y nos retienen en la butaca, las intensidades del relato, la firmeza de su extraña arquitectura, y la alegría secreta pero manifiesta de sus logros: la felicidad que exhalan sus interpretaciones, sus ganas de contar, su puesta en escena, su proyecto mismo. Recuerdo que sentí algo parecido con una subterranísima película argentina reciente, que tampoco ha conocido distribución comercial: Historias extraordinarias, de Mariano Llinás. Tengo muchas ganas de ver qué nos depara Carlos Vermut en un futuro, aunque su futuro ya es presente y se llama Diamond Flash. (Marcos Ordóñez)

Recomendada.




1 comentario:

  1. Mi lista de películas para ver se va incrementando. Después de ver Magical Girl siento mucho interés por el trabajo de Vermut.

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