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martes, 17 de marzo de 2015

Puro vicio (Paul Thomas Anderson, 2014)

Título original: Inherent vice. Dirección: Paul Thomas Anderson. País: USA. Año: 2014. Duración: 149 min. Género: Drama, Thriller.  

Guión: Paul Thomas Anderson (basado en la novela de Thomas Pynchon). Fotografía: Robert Elswit. Música: Jonny Greenwood. Producción: Paul Thomas Anderson, Daniel Lupi, JoAnne Sellar.

Nominada al Oscar 2014 al Mejor Guión adaptado y Mejor Vestuario. Nominada al Globo de Oro 2014 al Mejor Actor (Comedia/Musical) (Joaquin Phoenix). Mejor Banda Sonora 2014 de la Asociación de Críticos de Los Angeles.

Fecha del estreno: 13 Marzo 2015 (España)

 

Reparto: Joaquin Phoenix (Larry ‘Doc’ Sportello), Josh Brolin (lugarteniente Christian F. ‘Bigfoot’ Bjornsen), Owen Wilson (Coy Harlingen), Katherine Waterston (Shasta Fay Hepworth), Reese Witherspoon (Penny Kimball), Benicio del Toro (Sauncho Smilax), Jena Malone (Hope Harlingen), Maya Rudolph (Petunia Leeway), Martin Short (Rudy Blatnoyd), Joanna Newsom (Sortilège), Sasha Pieterse (Japonica Fenway), Eric Roberts (Michael Z. Wolfmann), Hong Chau (Jade), Serena Scott Thomas (Sloane Wolfmann), Jefferson Mays (Dr. Threeply), Michael Kenneth Williams (Tariq Khalil), Yvette Yates (Luz).

 

Sinopsis:

California, año 1970. A Doc Sportello, un peculiar detective privado de Los Ángeles, le pide ayuda su exmujer, una seductora "femme fatale" debido a la desaparición de su amante, un magnate inmobiliario que pretendía devolverle a la sociedad todo lo que había expoliado. Sportello se ve envuelto así en una oscura trama, propia del cine negro.

 

Comentarios:

Hay películas que se escapan a la posibilidad lejana de una definición. Resulta imposible retenerlas en unas líneas (o en 20 tratados completos de metafísica fílmica, llamémoslo así) porque no tratan de nada más que de sí mismas, de su propia posibilidad, del tiempo que las hace no ya posibles sino necesarias. Es cine sin excusas, sin trampas argumentales, sin más pretensión que la de existir, pero, cuidado, existir por dentro de cada una de las retinas que tocan. Y así hasta transformarlas completamente. El matiz, aunque ligeramente hermético, cuenta.

'Puro vicio', el último deslumbrante monumento cinematográfico de Paul Thomas Anderson, es una de ellas. Acaba la película y uno, como espectador más o menos perezoso que acude a pasar la tarde, se siente agredido. Duele que el universo propuesto por el director de repente se evapore. Molesta que la oscuridad de la sala dé paso de forma casi autoritaria a la terca pastosidad de lo real. Digamos que pocas veces se adquiere conciencia tan clara de lo que el síndrome de Estocolmo pueda llegar a significar. 'Puro vicio', para entendernos, no es una película para ser vista, sino para vivir en ella; no es tanto una historia como una obsesión.

Sobre el papel, la adaptación de la novela de Thomas Pynchon 'Vicio propio' (traducción infinitamente más sensata del original 'Inherent vice' que el torpe título que ha recibido la cinta en español) se detiene en contar de forma minuciosa los accidentes de un mundo que no existe. Y no porque ahora, en este preciso instante del siglo XXI, haya desaparecido. No, el universo en el que el detective a su pesar Doc Sportello se empeña en vivir dejó de tener sentido ya en 1970, el año preciso en el que se ambienta la película.

Para entonces, todas las utopías de los 60, y con las ellas la estúpida pretensión de una vida más o menos digna, más o menos soportable, ya han ardido; ya no son más que humo en tratados de historia. Éstos últimos dicen que fue un año antes y por culpa del fragor demente de 'Hekter Skelter' cuando desapareció todo. Los asesinatos de Charles Manson, tal vez, devolvieron al sueño de toda una generación la consistencia fría de la panza de un pez muerto. Las pesadillas comparten el tacto untuoso de la gelatina y el olor de las escamas.

Pues bien, es en este paisaje en el que nuestro héroe interpretado por Joaquin Phoenix hasta el último aliento recibe la visita de una antigua amante. Shasta, así se llama el personaje de Katherine Waterston, busca al que ahora ocupa sus noches: un magnate, de repente, desaparecido. Lo que sigue es el recorrido laberíntico de una historia que, deudora de trampas 'chandlerianas' como 'El sueño eterno' o 'El largo adiós', navega entre el 'thriller', la parodia, la desesperación y el drama. ¿Alguien dijo la versión ultrafumeta de 'El gran Lebowski'? La idea no es otra que componer el mapa detallado de un mundo que se escapa.

 

 

Si se mira con un poco de perspectiva, buena parte de la filmografía de Paul Thomas Anderson se mueve dentro de esta misma necesidad de encontrar en su California natal las claves del vacío de todo esto. Los cuerpos de 'Boogie nights' sueñan con la profundidad de la carne en un paraíso porno finalmente imposible; las vidas en colisión de 'Magnolia' viven enredadas en una profecía que, de golpe, se descubre con el mismo olor a azufre del peor Apocalipsis; los potentados en 'Pozos de ambición' confunden el petróleo con la sangre e imaginan un imperio rigurosamente ateo e inútil; y en 'The master' una nueva religión quiere florecer sobre la voz torturada de los soldados que regresan del infierno, pero en su propio programa ya apunta la tristeza inane del empeño. En todas ellas, el espacio mítico en el que se desarrollan las historias es a la vez el paisaje y el propio argumento. No se trata de describir todas las formas posibles de fracasar, que también, como de retratar a la perfección la propia necesidad del vacío. Es así. Somos así.

Pero más allá de la fría y hasta divertida constatación de lo fatal, el cine de Anderson pelea por asignarse a sí mismo la brutal tarea de la salvación. En su propio proceso, en su posibilidad, en la capacidad de la ficción para dar sentido a lo real es donde se dirime la batalla. Y por eso, decíamos al principio, el único argumento de su cine en general y de 'Puro vicio' en particular es el propio cine.

En todo lo que dura la película, veremos a Sportello dar tumbos, como un borracho dentro de su propia pesadilla, detrás de la sombra de una sombra, detrás del misterio de su propio enigma. Habrá otro desaparecido (un Owen Wilson que interpreta a un ex heroinómano además de saxofonista), quizá la imagen opuesta del anterior. El primero es el rico que ha especulado hasta arruinarlo todo; el segundo, el pobre que ha sufrido por las consecuencias del otro. Nos daremos de bruces con un policía (genial e irrefutable Josh Broslin) corrupto hasta más allá de la sensatez que a la vez oficia de actor en un drama televisivo de policía y de reclamo en anuncios, también en la televisión. Visitaremos a otro magnate con sus propios problemas: una hija ha caído en las garras de un dentista corrupto (jamás antes Martin Short ha accedido a una parodia tan descarnada de sí mismo). Y hasta asistiremos a una Última Cena a base de pizzas aderezadas con hongos. Y así.

 

 

Pero todo esto, en su irresistible confusión de cine negro 'fumado' al sol abrasador de California, no es más que el principio, el viaje de Sportello es mucho más al fondo, al principio de todo. Al final queda la necesidad de un tiempo trágico y patético; voraz y tierno; brutal y, finalmente, irresistible: el nuestro, el de todos.

Decía Nietzsche, siempre tan categórico en su megalomanía, que la grandeza del ser humano consiste no sólo en soportar lo necesario sino en amarlo. "No querer que nada sea distinto ni en el pasado ni en el futuro ni por toda la eternidad", añadía. Lo llamó 'Amor fati' (o amor del destino). Los personajes de 'Puro vicio' son, si se quiere, tan 'nietzschianos' que dan en tontos. Aceptan lo que les toca no como un castigo del destino sino como la expresión necesaria de que lo que son. Y lo aman, y así se lo hacen saber a un espectador al que no le queda otra que dejarse llevar como un amante convencido de la necesidad de su fracaso.

Cuando Katherine Waterston, para siempre Shasta, confiese desnuda la angustia de su propio drama ante un Sportello 'fumado' y herido, ya no habrá remedio. Estamos delante de una de las escenas más intensas, profundas y dolorosas que ha visto el cine reciente.

No acudan al cine a ver 'Puro vicio' para ver una película. Es algo más, es un espacio liberado en el que quedarse, para siempre, a vivir. Acepten, con Nietzsche, su destino de espectadores. Como escribe el propio Pynchon justo al final: "Como que la niebla se disipase, y que, por esta vez, sin saber cómo, hubiera allí otra cosa". No sean tontos, no salgan del cine. Fuera hace demasiado frío. (Luis Martínez)

Recomendada.




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