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domingo, 22 de febrero de 2015

La belleza de... Amélie




Título original: Le fabuleux destin d'Amélie Poulain. Dirección: Jean-Pierre Jeunet. Año: 2001. País: Francia. Duración: 120 min. Guion: Guillaume Laurant, Jean-Pierre Jeunet. Producción: Claudie Ossard. Fotografía: Bruno Delbonel. Montaje: Herbé Schneid. Diseño de Producción: Alinne Bonetto. Música: Yann Tiersen.
Intérpretes: Audrey Tatou (Amélie Poulain), Mathieu Kassovitz (Nino Quincampoix), Rufus (Raphaël Poulain), Yolande Moreau (Madeleine), Serge Merlin (Raymond Dufayel), Jamel Debbouze (Lucien), Claude Maurier (Madame Suzanne),  Dominique Pinon (Joseph), Isabel Nanty (Georgette), Urbain Cancelier (Collignon).


En el mundo contemporáneo de los medios de comunicación de masas no convivimos con un modelo estético unificado, sino que estamos inmersos en el “imparable politeísmo de la belleza”. Así concluía Umberto Eco su Historia de la belleza. Admiramos películas diametralmente opuestas y si nos fascina una característica en una, podemos alabar la elección de lo contrario en otra. Es difícil establecer qué nos parece bello en términos generales, aunque podemos tratar de analizar los ingredientes que tiene aquello que nos gusta.

Una película que destaco por su estética es Amélie, película tachada por muchos de sensiblera y que a mí me parece de una gran sensibilidad: difícil mantener el equilibrio. En cualquier caso, una película amable que resulta agradable de ver, con su punto de sorpresa y extravagancia. Intentaré describir en qué aspectos descubro su belleza.

Si hablamos de estética, tenemos que atender a lo visual. Y dentro de lo visual, lo primero que percibimos, el elemento plástico por excelencia, es el color. El director, Jean-Pierre Jeunet, le da una gran importancia expresiva al color en la mayoría de sus trabajos. Si en Delicatessen (1991) abundaban los rojos y naranjas que transmitían calor y opresión, en Amélie prevalecen los colores vivos, luminosos, que aportan optimismo y vitalidad. Es cierto que son algo más apagados para algunos personajes (Dufayel, Collignon) pero el tono de la película está muy unificado por el uso de filtros y un claro predominio de la combinación de rojo y verde: un primario con su complementario.

Además de este primer impacto del color, todo lo que recoge nuestra vista está cuidado hasta el mínimo detalle, de principio a fin. Los créditos son muy originales, especialmente los iniciales, que establecen una correspondencia entre los juegos de la Amélie niña y la función de cada miembro del equipo de la película. Esta idea ya la había utilizado el director en el cortometraje Foutaises (1989). 

Fotograma de los créditos iniciales
Fotograma de los créditos finales

Y todo cuidado, tanto en exteriores como en interiores. Jeunet utilizó diseños del alemán Michael Sowa (parte del rodaje tuvo lugar en Colonia) y se inspiró en la estética del pintor brasileño Juárez Machado. Todo contribuye para que el resultado sea excelente. De hecho, ese año obtuvo el César a mejor decorado. Incluso un cielo minúsculo que aparezca en un pequeño ángulo ha podido ser retocado para redundar en la luminosidad.

Dormitorio de Amélie con diseños de Michael Sowa
Interior con figura (Juárez Machado, 1988)












Y luego, el punto de vista que nos ofrece el director es también muy particular. Usa cámaras con lentes que crean ligeras distorsiones, toma planos atrevidos y movimientos variados: de planos cenitales a contrapicados, travellings con giros, espirales, aceleraciones y ralentizaciones, inscripciones, cromas, transparencias de objetos, efectos digitales muy modernos, pero no gratuitos, siempre al servicio de lo que quiere expresar (como ocurre con la licuación de Amélie). Y también movimientos atrevidos de los actores, que se mueven para terminar acercándose ellos a la cámara y quedar en primerísimo plano, consiguiendo un efecto muy original.

Tiene, por tanto, una gran sofisticación visual y a esto hay que añadirle la percepción de la belleza a través de los otros sentidos. Y es que Amélie es una película tremendamente sensorial. Aunque haya sentidos que no traspasen la pantalla, sí se ensalza el gusto por los pequeños placeres en el desarrollo de la historia.


La banda sonora es de sobresaliente, de Yann Tiersen, con mucha presencia del acordeón, base de la música popular francesa, y cuidados efectos sonoros.

Toda esta complejidad estética está al servicio del fondo y al servicio de un mismo tono emocional. La película está narrada desde la magia o, también podríamos decir, desde la poesía (¿qué es la licuación de Amélie sino una metáfora visual?) Tiene un toque semifantástico, sin llegar a ser un cuento, con anécdotas extraordinarias, como la del pez suicida, y pequeños enigmas cotidianos (como el relacionado con el álbum de recortes y el fotomatón), detalles que parecen novelescos, pero éstos que cito, por ejemplo, los toma Jeunet de la realidad. Lo que cuenta es verídico, es posible, pero la forma de contarlo es lo que da el tono de irrealidad que a mí me resulta tan atractivo. 

















Un tono que también tiene mucho que ver con la imaginación de Amélie. Son numerosas sus ensoñaciones, que ésas sí directamente nos llevan a historias producto de la fantasía de la protagonista y que nos son mostradas  la mayoría en blanco y negro. “Son tiempos difíciles para los soñadores” se dice en determinado momento. 

La película trata especialmente del azar. Es cierto. No en vano Jean-Pierre Jeunet se considera admirador de Paul Auster. Pero no es menos cierto que también trata sobre la voluntad, la que permite tomar una decisión y actuar. Y trata además de otros muchos temas interesantes que son introducidos a través de los numerosos personajes que rodean a Amélie: el perdón a uno mismo y a los muertos, el refugio en la soledad como forma de vida, el poder salvador de las imágenes, el reencuentro con tesoros de la infancia, la frontera entre la timidez y la cobardía, la intervención en las vidas ajenas y el atrapar las oportunidades.

Esta galería de personajes se nos presenta con una voz en off, que a muchos aburre y que a mí, en su justa medida, me agrada, porque aporta una nota introspectiva e intimista. En tercera persona se nos cuenta qué le gusta y qué no le gusta a esa persona, recurso que había sido usado ya en Foutaises. La propia Amélie adulta se nos presenta en la misma clave, robando por unos momentos la voz al narrador, para hablarnos de sus gustos (también gustos cinéfilos). Lo hace en primera persona dirigiéndose directamente a cámara. Así facilita la complicidad con el espectador y nos regala una mirada cautivadora. Os dejo con dicho fragmento para que podáis recrearos en la bella estética de Amélie.


1 comentario:

  1. Isabel; has hecho un trabajo magnífico. Después de leerlo todavía me gusta más la película Gracias.

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