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martes, 9 de octubre de 2012

Recordando... American Beauty



Título original: American Beauty. Dirección: Sam Mendes. País: Estados Unidos. Año: 1999. Duración: 122 min. Género: Drama. Guión: Alan Ball. Producción: Bruce Cohen, Dan Jinks. Fotografía: Conrad L. Hall. Montaje: Tariq Anwar, Christopher Greenbury. Música: Thomas Newman.

Intérpretes: Kevin Spacey (Lester Burnham), Annette Bening (Carolyn Burnham), Thora Birch (Jane Burnham), Wes Bentley (Ricky Fitts), Mena Suvari (Angela Hayes), Chris Cooper (Coronel Frank Fitts).

Sinopsis: Lester Burnham, un cuarentón en crisis, cansado de su trabajo y de su mujer, despierta de su letargo cuando conoce a la atractiva amiga de su hija, a la que intentará impresionar a toda costa.

Recordando American Beauty, que no descubriendo. Porque, a pesar de tener sólo trece años, es ya un clásico con todo derecho. Obtuvo cinco premios Óscar (a mejor película, director, actor, guión original, fotografía) y vio cómo pasaba de largo el galardón en tres categorías: a mejor actriz (Anette Benning está sensacional, pero tuvo mala suerte al ser el año de Hilary Swank con Boys don´t cry), a mejor banda sonora (tendré que escuchar la de la ganadora El violín rojo) y a mejor montaje (Matrix arrasó en los apartados técnicos, como no podía ser de otra manera).

La película puede tener varias lecturas. La más evidente es la que trata sobre la búsqueda de la belleza de unos personajes insatisfechos atrapados en vidas estereotipadas y que anhelan la felicidad. El culto a la imagen, el éxito profesional, el liderazgo social, la rígida disciplina, el sexo como autoafirmación... todo son trampas a las que los distintos personajes se ven arrastrados en sus deseos de perfección. La imagen que tienen de sí mismos no tiene nada que ver con la que proyectan en los demás ni tampoco coincide con lo que realmente son.

Mena Suvari

El título nos lleva a engaño si queremos hacer la traducción fácil, porque lo cierto es que American Beauty hace referencia a una variedad de rosa cultivada: símbolo de perfección y de belleza, sí, aunque es una belleza creada, manipulada, no natural. Un falso ideal. Esas rosas salpican la vida de los Burnham y, sobre todo, los sueños de Lester. Sin embargo, no aparecen cuando Ricky le enseña a Jane su grabación más preciada ni cuando Lester descubre la belleza en “ese océano de tiempo” al final de su vida (de hecho, unos segundos antes contempla la foto de su familia tapando un jarrón con rosas).

Los seis personajes principales y las buenas interpretaciones de los actores me atrapan, empatizo con ellos y sus miserias y entiendo cómo han llegado a ser lo que son. Hasta el detestable homófobo que es Frank Fitts despierta mi compasión cuando lo veo como una víctima más, como un hombre perdido.

Chris Cooper interpretando al Coronel Frank Fitts

La banda sonora, de la que destaco los temas Dead Already y American Beauty, envuelve y emociona sin necesidad de recurrir a una gran maquinaria orquestal. Thomas Newman se quedó sin su Óscar en esta ocasión y en las otros ocho en que ha sido nominado por la mejor banda sonora. Tendrá que insistir para alcanzar los porcentajes del padre, Alfred Newman, que ganó nueve veces el Óscar de las cuarenta y cinco en que fue candidato.

Sería demasiado extenso detallar las secuencias que me han dejado más huella. Destacan obviamente las que abren y cierran la película, las ensoñaciones de Lester y la que más sucintamente resume el espíritu de la película: la percepción de la belleza en el simple vaivén de una bolsa a merced del viento que precede a una tormenta. Pero sí voy a subrayar dos planos en concreto que captan mi atención. El primero sería el de la cena de los Burnham: plano general de un interior elegante con tonos discretos en el que únicamente destaca el ramo de rosas y en el que, además, escuchamos la música que “hay que escuchar”. La perfección sólo en apariencia.

Annette Bening, Thora Birch y Kevin Spacey

El segundo momento que quiero citar es cuando Rick graba en su videocámara la ventana de Jane, Angela se contonea en primer plano pero él acciona el zoom y se queda con el detalle: la sonrisa de Jane reflejada en el espejo. Atrapa la belleza.

Fuera de todo análisis, el cine es emoción y American Beauty crea en mí un estado de ánimo positivo que conecta con la voz en off del final de la película: “cuesta seguir enfadado cuando hay tanta belleza en el mundo".

1 comentario:

  1. Enorme película, coincido con Isabel en que es un clásico del cine de todos los tiempos y que su genialidad se verá acrecentada con la perspectiva del paso de los años. Sobre el desasosegador título de la película, creo que va más en la línea de hacer referencia al título de la conferencia de John D. Rockefeller a un grupo de escolares. Este hombre, paradigma del más desaforado capitalismo y paladín del “darwinismo social”, reflexionaba en su disertación sobre la «American Beauty» (Belleza americana):

    “El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto... La bella rosa estadounidense sólo puede lograr el máximo de su esplendor y perfume que nos encantan, si sacrificamos a los capullos que crecen en su alrededor. Esto no es una tendencia maligna en los negocios. Es más bien sólo la elaboración de una ley de la naturaleza y de una ley de Dios”.

    La crítica descarnada y descarada de Sam Mendes a ese blasfemo y hueco “american way of life” creo que es la razón del título de su obra maestra.
    Por otra parte, da que pensar cuán “apenados” deben estar, en sus despachos de Wall Street, los sucesores de John D. Rockefeller pensando en el enorme sacrificio que supone la destrucción de los capullos griegos, portugueses, españoles… para que la espléndida rosa americana continúe luciendo así de rozagante y hermosa.
    Sobre la banda sonora qué decir, años después, la melodía de "American dream" de Jakatta, aún sigue resonando en mi teléfono móvil, mientras que siempre nos quedará el libérrimo recurso de dejar volar nuestra imaginación y admirar a Mena Suvari bailando en la cancha de basket sólo para nosotros o sonriéndonos desde un lecho de bellas rosas americanas, al tiempo que los creyentes pueden rezar para que a sus hijos no les dé nunca una conferencia en el cole un émulo de John D. Rockefeller.

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