Título original: Sueño y silencio. Dirección:
Jaime Rosales. País: España, Francia.
Año: 2012. Duración: 110 min. Género: Drama.
Guión: Jaime Rosales. Producción: Fresdeval Films, Les
Productions Balthazar, Wanda Vision. Fotografía:
Óscar Durán, en B/N. Montaje: Nino
Martínez Sosa. Estreno en España: 8
Junio 2012.
Intérpretes: Yolanda Galocha, Oriol Roselló, Jaume Terradas, Laura
Latorre, Alba Ros Montet, Celia Correas, Carmen Gamboa, Eva Galocha.
Sinopsis: Oriol y Yolanda viven en París con sus dos hijas. Él es
arquitecto, ella es profesora. Durante unas vacaciones en el Delta del Ebro, un
accidente transforma sus vidas.
Situarte
ante una película y valorarla siempre supone subjetividad por el hecho en sí de
emitir una opinión. Esto es evidente, así como que esta subjetividad alcanza el
grado máximo cuando se analiza un tema que te sensibiliza especialmente y ves
en la pantalla ecos de experiencias dolorosas en las que has sido tímido
observador. El planteamiento tiene que ser muy burdo para que no te emocione.
Pero, en este caso, Jaime Rosales acierta con sus apuestas.
El núcleo familiar |
Destaca,
en primer lugar, la fotografía en blanco y negro, de grano duro, que imprime
carácter de evocación: otorga la distancia que supone algo realmente vivido o
sentido, pero no inmediato. Sin embargo, se utiliza el color en dos planos y esto llega a
molestar: en caso de que su uso no sea arbitrario (me extrañaría que lo fuera)
no quedan suficientemente claras las motivaciones.
Los
actores no profesionales muestran un dolor contenido de gran realismo. La falta
de diálogos en el guión provoca la naturalidad de las expresiones (“una
tilita”, “esa pachorra”). No hay nada impostado, no hay palabras que suenen
falsas. Al no existir directrices sobre cómo actuar, los intérpretes se salen
del plano, a lo Toulouse-Lautrec: se capta una visión parcial (una sola cámara,
un único punto de vista) de un momento determinado. Conmovedora la abuela que
cuenta sus duelos pasados y presentes con la vana intención de ofrecer consuelo
al interlocutor fuera de campo, y conmovedora
también la secuencia en que Yolanda cuenta en el parque una anécdota a su hija
y no se nos ofrece el contraplano.
Eva Galocha, Yolanda Galocha y Carmen Gamboa |
Por
otro lado, como es frecuente en el cine de Rosales, los planos son muy largos.
Podríamos decir excesivamente largos, ya que a veces no aportan nada nuevo. El
recoger, por ejemplo, el entierro al completo en una interminable y lejana
cámara fija, puede sacarte de la película en vez de favorecer la
identificación.
En
cambio, la secuencia final es de gran belleza: un travelling avant que recorre
el parque, lugar de encuentro de Yolanda con su hija añorada. La cámara recoge
el caminar de los transeúntes, los juegos de las niñas, el agradable e
intranscendente estar, como si se tratara de una tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte. Sólo que Seurat realizó innumerables bocetos y
retoques del original para ofrecernos su visión. Aquí, toma única: una decisión
muy arriesgada.
Tanto
en el prólogo como el epílogo, aparece Miquel Barceló en plena expresión
artística. El paso del tiempo, un habitual en la obra del pintor mallorquín,
conlleva la superposición de experiencias: una realidad deja sus huellas sobre
las que se imprimen otras distintas. Y encima de todo, las cruces.
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