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domingo, 25 de septiembre de 2011

El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011)


Título original: The tree of life. Dirección: Terrence Malick. País: USA. Año: 2011. Duración: 133 min. Género: Drama.

Guión: Terrence Malick. Música: Alexandre Desplat. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Montaje: Mark Yoshikawa. Vestuario: Jacqueline West. Diseño de producción: Jack Fisk. Producción: Dede Gardner, Sarah Green, Grant Hill, Brad Pitt, William Pohlad.

Palma de Oro a la Mejor Película en el Festival de Cine de Cannes 2011. Nominada al Oscar a la Mejor Película 2011.

Fecha del estreno: 16 Septiembre 2011 (España)

 

Reparto: Brad Pitt (Sr. O’Brien), Sean Penn (Jack), Jessica Chastain (Sra. O’Brien), Fiona Shaw (abuela), Irene Bedard (mensajera), Hunter McCracken (Jack joven), Laramie Eppler (R.L.), Tye Sheridan (Steve).

 

Sinopsis:

Estados Unidos, años 50. Jack es un niño que vive con sus hermanos y sus padres. Mientras que su madre encarna el amor y la ternura, su padre representa la severidad, pues la cree necesaria para enseñarle al niño a enfrentarse a un mundo hostil. Ese proceso de formación se extiende desde la niñez hasta la edad adulta. Es entonces cuando Jack evoca los momentos trascendentes de su infancia y trata de comprender qué influencia tuvieron sobre él y hasta qué punto determinaron su vida.

 

Comentarios: 

"¿Dónde estabas cuando yo fundaba la tierra? (...) ¿Quién fijó sus medidas? (...) ¿Quién tendió sobre ella la cuerda para medir? ¿Sobre qué fueron hundidos sus pilares o quién asentó su piedra angular?", pregunta Dios a Job en el capítulo 38 de su Libro. Unas palabras que resuenan como un martillo pilón en El árbol de la vida, el inspirador, casi inabordable, complejísimo, hermoso, trascendental poema en imágenes que ha compuesto Terrence Malick, el hombre sin rostro, enigma personal y artístico, apenas cinco películas en casi 40 años de carrera, todas extraordinarias, probablemente el director más inescrutable de siempre. ¿Quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos? El origen y el fin. La fuente de la existencia y las puertas de la muerte. ¿Puede una obra de arte englobar no un misterio, sino el Misterio? Quizá sí. El árbol de la vida.

Alejándose completamente de la narrativa convencional, Malick ha pergeñado una película de sensaciones, de texturas, de sonidos, de colores, armada para ser degustada con la mente y el cuerpo, con las tripas, quizá con el alma; una película inmensa no por lo que pasa en ella, sino por lo que te hace sentir a través del lenguaje cinematográfico, de sus encuadres, del movimiento continuo de la steadycam, lentamente, a toda velocidad, nunca quieta, de la combinación de planos, de sus insertos, de sus grandes angulares para producir sensación de sueño, de pesadilla. En su primera media hora Malick une el origen del mundo y el origen de la vida. El espacio, los astros que cantan a coro, la aurora de la mañana, el fondo del océano, el reino de las sombras, el seno materno, las puertas del mar, el cordón umbilical. Todo ello ya está en ese capítulo 38 del Libro de Job. Y, en ese larguísimo prólogo, también comienza a hablarse no de la existencia en general, sino de una vida en particular: la del niño Jack O'Brien (en iniciales: Job), martilleado por el brazo custodio, represor-ejecutor, de su padre, del Padre, del todopoderoso, del Todopoderoso, al que no se discute, al que no se replica, como ese dinosaurio que planta el pie con dureza en la cabeza de su cría en otra de las imágenes de la película.

Más tarde, el núcleo central, alrededor de una hora y media, contiene eso que dicen que marca nuestro futuro: la infancia, la compañía de tus hermanos, de tus amigos, de tus progenitores. Y, como contrapartida, la labor del padre. Malick lo narra intensificando lo ya apuntado en Malas tierras (1973), Días del cielo (1978), La delgada línea roja (1998) y El Nuevo Mundo (2005), con poquísimos diálogos, mucha voz en off y un gran apoyo musical. Mahler, Bach, Couperin, Smetana, Brahms, Respighi, Mozart, Berlioz, incluso Preisner. Casi nada. También Alexandre Desplat, el mejor compositor cinematográfico del momento. Y ahí la vida fluye.

Pero ¿qué es la vida? ¿Acariciar por primera vez el pie de tu bebé o asistir al primer entierro de una persona que no tenía edad para morir? ¿Sufrir la muerte de un hijo, de un hermano, o lanzar a una rana al espacio atada a un pequeño cohete con la ayuda de un petardo? Seguro que todo ello, unido, nos hace personas. "La naturaleza siempre trunca la felicidad", viene a decir uno de los textos, comenzando por la mera existencia de la muerte. Estamos condenados a morir, pero, como el niño protagonista, a veces lo que siente es que se está condenado a vivir.

Por último, un epílogo de 10 minutos que resume todo: la vida es fe, la vida es creencia. Palabra de Dios, palabra de Malick, el hombre que ha legado una súplica, un lamento, una obra que queda para la historia del cine desde ya. (Javier Ocaña)

Recomendada.



6 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo contigo en todo.
    ¿Esta es la forma de plasmar el amor, frente a la creacción del mundo?
    ¿No hay otras formas de amor que una; mistica, rigida, rancia, politicamente perfecta y "buena familia" americana?

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  2. Creo que el nuevo trabajo de este controvertido director es un paso más a la hora de despojar cada vez más de sus filmes la narrativa convencional como recurso. Y es que si en otros filmes anteriores se hablaba de aliento poético, de plano metafísico y demás en esta estamos directamente ante un poema visual más que delante de un filme.

    ¿Es pedante, pretenciosa, demasiado trascendental, un coñazo insufrible? ¿O estamos ante una reflexión tan bella como humana, conmovedora, original, existencialista, una genialidad? Seguramente tenga cosas de los dos pero eso lo tiene que averiguar uno mismo. A mi personalmente me gusto aunque yo soy muy "malickiano". :-P

    Creo que le sobra metraje y no precisamente la parte del principio que además de parecerme imponente técnicamente me parece una parte indispensable para el conseguido contraste entre lo mayúsculo y lo minúsculo.

    Seguramente sea la propuesta más sugerente, original y arriesgada de la cartelera. El riesgo que uno corre es mínimo si lo comparamos con las sensaciones que puede brindarnos en caso que conectemos.

    Jesús.

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  3. Está bien abandonar la narrativa tradicional si se tiene algo que ofrecer. No creo que sea el caso. Está bien plantear las grandes preguntas sobre la vida humana en el cine y en cualquier arte, pero si se sabe hacer sin recordarle al espectador a cada paso lo "profundo" que es uno. Confieso que a mí nunca me ha gustado Malick. El suyo me parece un cine de "exhibicionismo trascendental": como no sé enfrentar al espectador con los grandes problemas que planteo, voy "de profundo" por medio de alardes de "presunto" autor. Cualquier película de Bresson, de Bergman, de Tarkovsky, de Chaplin, de Erice, de Dreyer o de tantos otros es capaz de mostrar en carne viva el meollo de lo humano sin tener que exhibir dinosaurios en pantalla, videoclips psicodélicos, flora bacteriana o paisajes con fotografía de ensueño. Con todo, creo que en "El árbol de la vida" Malick demuestra que podría ser un buen director si supiera embridar su "genialidad": el drama del padre, la callada tormenta en la que vive la madre, la pérdida de la inocencia del hijo mayor me parecen maravillosamente reflejadas, igual que cuando pienso en "La delgada línea roja" me parece genial la secuencia de los indígenas que atraviesan el frente con total indiferencia a una guerra en la que no les va nada. En "El árbol de la vida" hay demasiada farfolla –Sean Penn subiendo y bajando por esos rascacielos mostrándonos cuán reflexivo está resulta insufrible; no digamos la playita donde se reúne el personal –, y esta farfolla recubre momentos de muy buen cine por los que sí merece la pena ver la película. Yo creo que el 8 que le das, Paco, es excesivo, y lo de la Palma de Oro, una tontería como tantas otras del Festival de Cannes.

    Con respecto a la crítica, en este país estamos acostumbrados desde hace mucho tiempo a ver cómo los medios se alienan por sus prejuicios ideológicos y no por razones cinematográficas. Todo el mundo me entiende.

    Joaquín

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  4. (1 de 3)
    No hay nada mejor que la polémica para que uno se anime a participar. Este tipo de películas es de las que se prestan al todo o nada, al blanco o negro, pero nunca a la indiferencia. Sin embargo, me gustaría tratar de analizar el asunto temático del que hablamos para tal vez así arrojar algo más de luz en su interpretación. Pienso que Malick ha pretendido componer una verdadera tesis filosófico-religiosa a través del cine y ha escogido para ello un tema universal cuyos orígenes podrían remontarse al Antiguo Egipto, y que se ha desarrollado en casi todas las culturas a partir de entonces, aunque teñido con características locales, es decir, el misterio del universo, de la vida y de una posible divinidad que pudiese estar detrás de los dos primeros. A estos tres conceptos universales se une el también eterno asunto de la lucha entre el bien y el mal o, dicho de otro modo, entre el amor, la bondad y el altruismo por un lado – representado por Jessica Chastain, la madre – y el egoísmo y la violencia por otro – encarnados en Brad Pitt. Todo lo demás parece estar supeditado a esta tesis. Desde el momento que entendemos esto nos podemos hacer la pregunta de si es lícito el plantear un tema propio de la filosofía de una manera tan descarnada como es plantándote el universo tal cual en las narices para hacerte ver su misterio, o si por el contrario lo realmente cinematográfico es el “modus operandi” de Ingmar Bergman. Y considero apropiado seleccionar a este director de raigambre existencialista para hacer las comparaciones, aunque sin ni siquiera discutir la superioridad de Bergman sobre Malick, aunque también sobre la mayoría. (Continúa en 2 de 3)

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  5. (2 de 3)
    Ingmar Bergman toca también los temas trascendentes de la existencia pero desde el polo opuesto, es decir, desde planteamientos existencialistas sartrianos. Y para ver esto podemos recordar algunas de sus películas, por ejemplo “Como en un espejo”, en la que la joven huérfana tiene visiones del más allá en las que cree ver a los muertos y a la divinidad, sin embargo, esto no es más que un producto de su locura incurable y diagnosticada. Su marido (Sydow) le dice: “¡Hay no hay nada!, ¡Nada de lo que dices ver existe!” La metáfora cinematográfica no es necesaria explicarla. O en la película “El manantial de la doncella” donde una familia de creyentes confiados en la bondad divina tiene que pasar por el trance de que violen y asesinen a su hija, quedando todas sus plegarias impotentes ante la aparición del mal, elemento que casa mal con las visiones protectoras de la divinidad – recordemos la película “Camino” que también toca este tema -. ¿Podemos decir que “El árbol de la vida” se olvida de esto? Yo diría más bien que no, pues, de hecho, uno de los hijos de los protagonistas muere, y es así como empieza la película, con el sufrimiento de la madre por la muerte de su hijo y sus reflexiones anteriores en las que creía que “el que sigue el camino de la divinidad no puede acabar mal”. Sin embargo le mata a un hijo y este esquema se quiebra. A partir de aquí empieza la película con una vuelta al pasado. Es decir, empieza a reconstruir en el punto donde acaban las otras, como tratando de decir que el absurdo y el mal existen pero a pesar de todo nos queda el misterio. El problema es que con el discurso racional hacer esto es imposible, y por tanto Malick recurre al sentimiento irracional: la imagen desbordante del universo que habla por sí misma, con un lenguaje que escapa a lo humano y que nos produce esa sensación no explicable, pseudomística, que tenemos ante las grandes magnitudes de la naturaleza pero que no podríamos saber el por qué las tenemos. Por tanto es una película que quiere escapar del análisis lógico de la realidad puesto que eso solo nos lleva a la negrura existencialista y la única forma de hacerlo es a través del entendimiento visceral. De este modo la película de Malick pretende ser una gran segunda parte de todas esas películas que plantean el mal como piedra insoslayable a lo trascendente. Yo personalmente soy agnóstico y no me gustan nada esos individuos procedentes del mundo de la ultratumba (Ratzinger, Rouco…) y toda su fanfarria, pero no debemos caer en el error, aunque ellos si lo hagan, de asociarlos a la película. Considero que el tema místico o divino puede tener su estética y no está mal que el cine también lo aborde, aunque sólo sea por el hecho de ser algo tan recurrente y de tanto peso en la historia de la humanidad.
    (Sigue en 3 de 3)

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  6. (3 de 3)
    Respecto a la parte de Sean Penn pienso que los planos de edificios y naturaleza asociados a sus secuencias buscan esto que ya he explicado, escapar del discurso racional y alcanzar al sentimiento en sí mismo, es decir, exponer el interior emocional de la persona a través de la imagen exterior, sin discurso alguno. El problema está en qué se siente ante esta imagen, y el rechazo podría venir del concepto preestablecido que tenemos sobre lo que tiene que ser el cine, de forma que al no encajar en ese esquema, nos caigamos del asiento. Tal vez la solución sería tirar a la papelera durante un tiempo todas nuestras películas de culto e incluso al cine mismo y mirar las imágenes como si volviésemos a la infancia. Es una terapia.
    Ha sido frecuente la crítica negativa hacia la parte documental sobre el universo y los animales que, para muchos, es algo postizo, una especie de parche facilón cogido de documentales ya hechos y sin valor cinematográfico. Como respuesta a estas valoraciones me voy a remontar a principios del siglo XX cuando un artista llamado Marcel Duchamp presentó en una exposición una obra suya - “Fuente” 1917 – y que no era ni más ni menos que un urinario cogido tal cual de algún local. Fue un escándalo pero abrió para el mundo del arte un universo de posibilidades, algo que pasó a llamarse la poética del “objeto encontrado”. Dicho objeto es arte por el simple hecho de que el artista lo selecciona como tal. A partir de este momento las latas de tomate oxidadas extraídas del vertedero o los trozos de vías ferroviarias abandonadas – por poner dos ejemplos – y objetos similares pasaron a engrosar el material de innumerables obras de arte. En el cine tampoco es novedad la introducción de elementos documentales en la propia película, recordemos el caso de “Hiroshima mon amour” (1959), de Alain Resnais, por poner uno de los muchos ejemplos posibles.
    En fin, lo dejo ya. Un saludo, Galo.

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