Lo que caracteriza, según mi opinión, a la película ganadora de este año es precisamente la sencillez de su historia, al basarse casi exclusivamente en la relación entre dos personajes masculinos a través de la palabra, tratada de un modo muy teatral, sin apenas exteriores. Por eso nos maravilla la fuerza interpretativa de Colin Firth un actor al que he visto en bastantes películas ("El diario de Bridget Jones", "Sentido y sensibilidad", "An ordinary man", "Génova") siempre haciendo el mismo papel: el del típico inglés clásico y un poco intelectualoide, en definitiva, soso. Y que ese mismo actor nos haya llegado a emocionar hasta el punto de que no sólo él haya sido premiado sino también el director y la película, es de un mérito increíble. Y lo que me pregunto es quién es el encargado de hacernos transmitir dicha emoción en las versiones dobladas que hacen en países como España o Italia...¿habría entonces que darle el Óscar al actor de doblaje? Yo afortunadamente he podido ver la película en su versión original y he de decir que acabé emocionada con la fuerza que transmite la voz de Colin Firth, el "soso".
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lunes, 28 de febrero de 2011
Los cinéfilos pardillos… ¿también vamos al cielo? (y III)
En esta tercera y última entrega de mi estreno en el blog - no te quejarás, profe -, y dado que ya tenemos más o menos claro lo de ir al cielo – sobre todo alguna colega con su álbum de Hitchcock casi al completo, a la chita callando – vamos a reflexionar sobre las peculiaridades para llegar a ser cinéfilo, desde la condición de pardillo a la calidad de erudito y profesional. Evoco el título de una buena película, “Sentido y sensibilidad”, que funciona para entrar en materia aunque no vaya a referirme a ella, sino a sus enunciados. Dando por hecho que el sentido, en su acepción de juicio o sensatez, y sobre todo el común – ya sabemos que el menos pródigo – es determinante para caminar por la vida sin más batacazos que los precisos e inevitables, vamos a incluirlo como condición sine qua non el ser amante del cine conlleva poseer aceptables criterios – aunque sean subjetivos -, para discernir sobre una forma de arte, entenderla y admirarla. Pero, a mi juicio, es el otro concepto – la sensibilidad – el que ha marcado mi condición de cinéfilo, desde que mis padres me llevaron a la primera sala de cine, entonces cine a secas o en todo caso salón. En mi fase actual de pardillo tirando a enteraíllo, después de haber llovido lo suyo y un poquito más – períodos de sequía incluidos –, me reafirmo en esa cualidad del séptimo arte, cuando las sensaciones de nuestra parte racional resultan invadidas por buenas dosis de emoción o sentimiento presenciando una película que nos llega, también con todo el subjetivismo que vosotros queráis. Yo creo que por ahí nos engancha el cine a la mayoría y con la adicción, alcanzamos la cinefilia. Fin de la parrafada. Ahora, es cuestión de opiniones en qué proporción intervienen las sensaciones y los sentimientos a la hora de valorar la calidad de una obra cinematográfica. Pero esa es otra historia, como decía el tabernero de “Irma la dulce”.
Y como, con todos los respetos, estamos todavía en mi tercera y última – por el momento – entrada, permitidme personalizar sobre el asunto de la sensibilidad, y después os invito a opinar sobre lo divino y humano en el mundo del cine desde estos aspectos. Como en otras facetas de nuestra existencia recordamos con precisión datos y detalles, cuando hemos tenido alguna vivencia sonada - aún en la infancia -, es curioso cómo evocamos hasta las salas o salones (vulgo cines) dónde vimos tal o cual película que nos impactó, e incluso las circunstancias en que asistimos a su proyección. Supongo que a todos nos pasa. Conservo en mi memoria referencias de algunos ejemplos: una noche de verano con mis padres en el Palacio Central (con refrigeración Baviera), viendo “La quimera de oro” y hartándome de llorar tras el sueño de Charlot; unos expositores publicitarios de cartón en el vestíbulo del Imperial cuando fui a ver “Ben-Hur”, y mi aturdimiento con las escenas de las galeras y el fragor de las carreras de cuadrigas, cual si hubiera actuado de extra en el filme; los cortinajes de damasco rojo del Cervantes, abriéndose lentamente tras los primeros compases de timbales para “Lawrence de Arabia” de la partitura de Jarré; la insistencia a mi madre en comprarme una camisa morada para emular al Bernardo de “West Side Story", al salir del Florida, y así podría llegar a varias decenas de títulos más. Pero la reminiscencia más precisa, en cuanto jugaron los sentimientos a tope, corresponde a “Romeo y Julieta” de Franco Zeffirelli en el cine Villasís; puede que por mi edad cuando se estrenó, jovencito romántico – e iluso, añado ahora -, sufrí un enamoramiento tal de Olivia Hussey que me llevó a birlar una cartelera con su primer plano del expositor, única e inocente experiencia de cinéfilo-chorizo que conservo. Recuerdo que el amigo y compañero de estudios con que fui a ver la película por primera vez, comparó mi expresión a la salida del cine con la de Charlton Heston al bajar del Sinaí tras entrevistarse con el Altísimo en “Los diez mandamientos”. Después de conocer a aquella niña Julieta no era para menos. Son las cosas mágicas que nos da nuestro amado cine para estar en el cielo sin que sea preciso morir, como diría Ana Belén. Claro está que los cinéfilos – pardillos o no – vamos al cielo. Y muchas veces.
domingo, 27 de febrero de 2011
Los cinéfilos pardillos… ¿también vamos al cielo? (II)
Gina Lollobrigida |
Conseguida la venia solicitada para mi primera entrega, gracias a la amabilidad de los administradores del blog, abordo ésta segunda al hilo del final de la anterior cuando aludía a los cinéfilos profesionales, o cinéfilos eruditos que además se curran el tema. Y los que participen, conozcan e incluso padezcan el taller de cine a que muchos de nosotros asistimos, saben a quiénes me refiero, con el nunca bien ponderado maestro Paco Bellido a la cabeza, alma máter y responsable de tan singular seminario. Hasta mi ingreso en sus cursos – voy por mi tercer año académico y no es coña -, no he sido realmente consciente de mi “pardillez” cinematográfica anterior; y digo anterior porque ya empieza uno a sentirse otra cosa cuando habla del séptimo arte con los amigos aún en pañales. Qué gusto comenzar a expresarse con propiedad, referirse a secuencias y hasta a planos secuencias, picados y contrapicados o profundidad de campo, en lugar de aquellos comentarios simples con muchos “cuando” y muchas “y”, algo así como “...y cuando sale la Lollo en combinación y salta y dice…”. Pero claro, en todo en la vida hay que pagar un precio y en nuestro caso – en concreto los que tienen el álbum casi lleno – es ni más ni menos que tener el cielo ganado, el mismo del título de estas entradas. Porque, por ejemplo - en este curso - no sólo se trata de haber visto todas y cada una de las películas de don Alfred Hitchcock, sino de ¡sabérselas de memoria!; y hasta en los detalles más nimios, como el de un primer plano con la ruedecita de una caja fuerte, cromo que me salió el otro día.
Lo malo que tiene pasar de la calidad de cinéfilo pardillo a la de aspirante a erudito, es volverse más dubitativo a la hora de visualizar filmes (vulgo ver películas), a la de revisarlos y no digamos a la de enjuiciarlos o evaluarlos. Sobre todo las grandes superproducciones. Asistimos hoy además a un desarrollo de las técnicas audiovisuales, que en el caso de la cinematografía eleva a la categoría de espectáculo cualquier obra medianamente bien ejecutada. Se recrean de tal manera los ambientes, escenarios y épocas, se utilizan unos medios tan sofisticados para ofrecernos la acción, que reducen a la categoría de cómics lo que antaño nos resultó fascinante. Y así, al revisar algunos de los títulos emblemáticos en nuestra vida, sentimos cierta decepción sólo enjugada por el carácter entrañable que les otorgamos. Sin embargo y por otra parte, algunos conservamos nuestra condición de pardillos al no digerir del todo ese cine al que aludía en la primera entrega, sin acabar de encontrarnos cómodos con esos guiones bastante incoherentes cuando, al estar pendientes de descifrar el hilo argumental de lo que se nos ofrece, dejamos de recrearnos en su estética. He vivido esa experiencia este pasado verano, descubriendo casualmente en una emisión televisiva nocturna al director chino Wong-Kar-Wai con su película “Chungking Express” - ¿a que se nota que ya estoy en el tercer año? – del que me llamó la atención dicha estética, y le seguí la pista hasta conocer sus trabajos más famosos como “My blueberry nights”, “2046” o “Deseando amar”. Quedé encantado con la fotografía de estas películas, sus temas musicales, la interpretación de sus protagonistas, hasta con su lento ritmo narrativo, pero - salvo la primera citada – olvídense de seguirle el hilo a las otras dos, porque entraran en un laberinto sin salida si no han consultado previamente las instrucciones en Internet. Vamos, que ese tío pasa de seguir los guiones y hasta utiliza a los mismos actores para representar personajes distintos – consortes y amantes en la última cinta mencionada -, liando la guita todo lo que puede y consiguiendo un gazpacho con todos sus avíos, difícilmente digerible pero con un estupendo sabor. Es el típico cine con el que mi abuela materna, ya mencionada, terminaba tomándose un optalidón para el dolor de cabeza. A ella le pasaba con las películas como con las comidas, que tenían que ser comestibles, valga la redundancia; y en la gastronomía china ya se sabe, hasta cigarrones en adobo.
sábado, 26 de febrero de 2011
Los cinéfilos pardillos… ¿también vamos al cielo? (I)
Elizabeth Taylor |
Esperemos que sí, para así conocer a Gary Cooper y a los angelitos negros de Machín en resucitado y en directo. Pero de momento - porque no tenemos ninguna prisa en comprobarlo -, yo pido la venia al ilustre administrador de este blog, para poder aportar unas primeras reflexiones en mi calidad de cinéfilo pardillo de toda la vida; y si me permite, aderezadas con unos toques de guasa sana, sabiendo que en Sevilla no es lo mismo estar de guasa que tener guasa. Con eso, además, animo a algunos colegas de la asociación un poquito asustados con el nivel derrochado en las primeras entradas, que desde aquí celebro no obstante. Los de mi generación –nací exactamente en la mitad cronológica del pasado siglo, algo que no pueden decir todos – íbamos mucho al cine, pero el que más y el que menos no pasó de pardillo en su cultura cinematográfica. A saber, uno iba a ver una película de Jonvaine o de Jamestevar, convencido de que el director era el último mono del filme, como atestiguaba su posición en los títulos de crédito (vulgo las letras); yo mismo, que presumía de saber de cine por el sólo hecho de ver muchas películas, estaba al tanto de la existencia de un tal John Ford y de un cual Cecil B. de Mille, pero poco más. En cambio, los actores y actrices (vulgo artistas) eran como de la familia, y estábamos más al tanto de los devaneos de la Liz Taylor que de los de nuestra prima ligera de cascos de La Algaba. Y aunque no llegamos a espantarnos con unas imágenes de un tren llegando a la estación, bien es verdad que nuestro corazón se aceleraba cuando pudimos acceder a las primeras películas para mayores con o sin “reparos” y no digamos a las “gravemente peligrosas”; aún recuerdo mi asistencia cuasi furtiva en un cine de verano - merced a la connivencia de un amigo con el portero -, para presenciar a Rossana Podestá en “Sodoma y Gomorra” de la guisa en la fotito y aún más, con un trapo detrás y otro delante. Pornografía pura y dura, vamos.
En algún momento, bajo el eufemismo de “Cine de arte y ensayo”, pudimos acceder a una filmografía no ya para mayores, sino para presuntos intelectuales con la suficiente madurez para entenderlo. Y aquí quería yo llegar. Recuerdo que mi enamoramiento de Julie Christie en “Doctor Zhivago” se vio defraudado tras a asistir a “Petulia”, una película de Richard Lester (este dato es de ahora mismo) y de la que les confieso que salí en blanco. En esa línea, los gustos cinematográficos de la mayoría exigían que toda película tuviera sus correspondientes planteamiento, nudo y desenlace, faltaría más. Aún hoy utilizo una frase de mi abuela materna cuando, sin lugar a dicho desenlace, aparecen las letras al final de la película del tirón y sin avisar, y que rezaba literalmente: “Me he quedao como la madre del Caena”. Confiesen ustedes que les ha pasado más de una vez. Hoy día, ya sabemos que eso son “finales abiertos” o algo parecido, y que al que Dios se las dé, San Pedro se las bendiga, para interpretar cada uno los desenlaces como les vengan en gana, que para algo ya estamos en democracia. Pero aún así, la cosa tenía un cierto matiz de estafa al espectador, al que se negaba su derecho a conocer – tras la compra de la entrada - si el asesino recibía su merecido o si el muchacho llegaba a casarse con la hija del terrateniente. Hoy por fortuna, con el Internet, además de permitirnos lujos como entrar en estas páginas, podemos enterarnos de las películas después de haberlas visto y exclamar nuestro “aahhh” correspondiente al saber más o menos de qué iba la cosa, como a mí me pasó – pardillo que es uno – con “Mulholland Drive” de David Lynch. Pero vamos, que no creo que yo fuera el único. Ya nos contaréis en algún comentario y ya seguiremos tratando estos temas, con permiso de los cinéfilos profesionales.
viernes, 25 de febrero de 2011
El Mar, los inicios de Agustí de Villaronga
Para esta mi primera entrada he elegido una película que vi hace poco aprovechando todo lo que se ha hablado recientemente de su director, Agustí Villaronga, a raíz de su éxito en los Goya. Debo confesar que nunca había visto una película suya, pero tras ver "El Mar" (2000), me he quedado con la boca abierta. Nunca me hubiera imaginado que una película con tanta crudeza (el director no se corta a la hora de mostrar escenas desagradables) y oscuridad pudiera también ser tan cuidada, sensible y detallista. A pesar de que tiene como trasfondo la guerra civil, realmente el escenario de la película podría ser cualquiera porque lo que le interesa al director es mostrarnos de la manera más honesta y cruda posible el sufrimiento de los personajes. ¿Qué pensáis vosotros?
lunes, 21 de febrero de 2011
Primos (Daniel Sánchez Arévalo, 2011)
Título original: Primos. Dirección: Daniel Sánchez Arévalo. País: España. Año: 2011. Duración: 97 min. Género: Comedia.
Guión: Daniel Sánchez Arévalo. Fotografía: Juan Carlos Gómez. Música: Julio de la Rosa. Montaje: David Pinillos. Dirección artística: Curru Garabal y Satur Idarreta. Vestuario: Fernando García. Producción: Fernando Bovaira y José Antonio Félez.
Nominada a Mejor Película en los Premios Forqué 2011. Dos nominaciones a los Goya 2011 (Actor de Reparto y Actor Revelación)
Estreno en España: 4 Febrero 2011
Reparto: Quim Gutiérrez (Diego), Raúl Arévalo (Julián), Adrián Lastra (Miguel), Inma Cuesta (Martina), Antonio de la Torre (Bachi), Clara Lago (Clara), Nuria Gago (Yolanda), Alicia Rubio (Toña), Marcos Ruiz (Dani).
Sinopsis:
A Diego le ha dejado su novia plantado en el altar. Sus primos, Julián y José Miguel, deciden llevárselo a las fiestas del pueblo donde veraneaban de pequeños. Un fin de semana de juerga para olvidar y, sobre todo, intentar recuperar a su amor de adolescencia, Martina. A grandes males, grandes borracheras. Un plan infalible, ¿no?
Comentarios:
Hay películas que no son sólo eso, hay películas que se quedan en tu memoria por una serie de circunstancias paralelas y que además siempre son el comodín en tus días malos. Todos esto lo englobo yo en una, y esa es Primos, de Daniel Sánchez Arévalo.
Primos para mi significó mucho. Era una película a la que esperaba desde hace tiempo, era el nuevo trabajo de Daniel y además contaba con un reparto de lujo. Quim Gutiérrez, Raúl Arévalo, Inma Cuesta, Clara Lago, Antonio de la Torre y Nuria Gago eran sus protagonistas. A ese elenco luego habría que sumarle los grandes descubrimientos que fueron Adrián Lastra y Alicia Rubio.
Todo lo que movió el preestreno de Primos fue especial, pude ir a un encuentro con Antonio de la Torre y Daniel Sánchez Arévalo y conversar con ellos sobre la película y además, en la Premiere tuve la gran suerte de conocer a Nuria Gago. Así que antes de ver la película, yo ya sabía que Primos iba a ser especial. Y llegó el momento, las luces se apagaron y la película comenzó… Un conjunto de sensaciones se habían establecido en mi cuerpo y allí se quedaron cuando las luces volvieron a encenderse… Alegría, risas, llantos, tristeza... eran muchos los sentimientos que habían pasado por mi cuerpo en tan sólo 95 minutos, pero cada uno de ellos estaban justificados y eran necesarios.
Son muchas las cosas que me gustan de esta película, pero quizás lo que más es que Primos no se queda sólo en ser una simple comedia, no está hecha para hacer reír únicamente, no, Primos es mucho más que eso. Primos cuenta con unos personajes maravillosamente bien construidos que provoca que o bien te acabes enganchando a ellos y quieras ser sus amigos, o bien que te sientas identificado con alguno. La soledad de sardinuca, la coraza de Martina o los miedos de José Miguel son sólo algunos de los sentimientos más palpables que todos hemos tenido alguna vez.
Daniel Sánchez Arévalo sabe llegarte al corazón con sólo una frase, y además, dependiendo del momento en que veas la película, puede ser una frase u otra la que te marque. Porque todos nos hemos sentido alguna vez como el Bachi, esa soledad obligada o buscada, o por qué no, el enamoramiento de Diego, el no saber decidirte, el no saber qué decisión es la correcta, y es que hay veces que queremos de una forma, pero no sabemos si es la correcta.
Primos habla sobre eso, sobre el amor y el desamor, sobre la lucha interna con uno mismo, sobre la propia estupidez y sobre buscar lo que uno realmente quiere, porque todos hemos estado perdidos en alguna ocasión, todos nos hemos sentido solos más de una vez, pero sobre todo, porque todos queremos que nos quieran y queremos querer, y el problema es que siempre, el miedo nos paraliza a hacer algunas de esas cosas. Por eso Primos es una de mis películas favoritas y es la que siempre recomiendo a todo el mundo, porque ya sea para simplemente para pasar un buen rato o para aprender a conocerse a uno mismo, Primos es la película ideal, que cuenta con un elenco perfecto, unos actores maravillosos apoyados por un guión muy bien construido, unas localizaciones con las que todos nos sentimos identificados y una fotografía preciosa. Así que por todo ello, Primos siempre va a permanecer en mi memoria. Muchas Gracias a Daniel Sánchez Arévalo, a todo el elenco de actores y a todo el equipo por regalarnos esta película! (Sara Bandrés)
Recomendada.
viernes, 18 de febrero de 2011
Valor de ley (Joel Coen y Ethan Coen, 2010)
Título original: True grit. Dirección: Joel Coen y Ethan Coen. País: USA. Año: 2010. Duración: 108 min. Género: Western.
Guión: Joel Coen y Ethan Coen (basado en la novela de Charles Portis). Fotografía: Roger Deakins. Música: Carter Burwell. Montaje: Roderick Jaynes. Diseño de producción: Jess Gonchor. Vestuario: Mary Zophres. Producción: Scott Rudin, Ethan Coen y Joel Coen (Paramount Pictures, Skydance Productions, Scott Rudin Productions, Mike Zoss Productions, Amblin Entertainment).
10 nominaciones a los Oscar 2010 (incluida Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actor). Mejor Fotografía en los Premios BAFTA 2010.
Estreno en España: 11 Febrero 2011
Reparto: Jeff Bridges (Rooster Cogburn), Matt Damon (LaBoeuf), Josh Brolin (Tom Chaney), Barry Pepper (Lucky Ned), Hailee Steinfeld (Mattie Ross).
Sinopsis:
Después del asesinato de su padre, Mattie Ross, una chica de catorce años firmemente decidida a hacer justicia, contrata los servicios del veterano agente del Gobierno Rooster Cogburn, borracho y excelente pistolero. Así ambos se ponen en camino y entran en territorio indio para dar caza a Tom Chaney en compañía de LaBoeuf, un ránger de Texas que busca al fugitivo por el asesinato de un senador...
Comentarios:
Solo los genios saben hacer lo mismo pero de otra manera, y la frase sirve igual para la tortilla de patatas de Ferran Adrià como para el «Valor de ley» de los Coen, que toma la novela de Charles Portis y calca la película que hizo hace medio siglo Henry Hathaway de un modo completamente distinto. Y parece como si no hubiera más pregunta que esta: pero, ¿cuál es mejor? Pues, ninguna es mejor. La historia es la misma: una niña contrata a un sheriff tuerto, bruto y borrachín para que encuentre al tipo que mató miserablemente a su padre; los personajes y los diálogos son gemelos; el punto de vista, la estructura, la tesis y la emoción son clavados y equivalentes, ¿cómo es posible, entonces, que los Coen consigan algo nuevo, con personalidad, a la altura o superior al clásico que le precede, que aporte magia, crueldad, amargura, sentido del humor, acidez, melancolía y hasta picardía a la película de Hathaway?
El arranque de cada una de ellas es también su sello: Hathaway comenzaba la historia en la casa familiar, ambiente primaveral, optimista, los personajes, la chiquilla, para después recrear el vil asesinato del padre. Los Coen prefieren ir al grano y arrancan con el cadáver del padre y el relato en off de la niña adornado en un tono de perverso cuento infantil. Una se cubre de una piel familiar, cercana, humana, diurna, cálida y la otra se recubre de negrura, comicidad, fantasía, nocturnidad, también humanidad. ¿Cuál prefiere usted?... ¿John Wayne o Jeff Bridges?... Son y dicen lo mismo, tienen el mismo parche en el ojo y en el cerebro (aunque uno, Wayne, cumple su promesa de enterrar a los muertos, mientras que el otro, Bridges, se pasa su promesa por el forro): son el mismo pero consiguen ser absolutamente distintos y provocar iguales emociones y parecida épica, y se acercan con el mismo sigilo hasta el corazón de la niña (Hailee Steinfeld).
El gran trabajo de los Coen consiste en cambiarle el clima al trayecto, en arriesgarse al apagar la luz, en trastocar el género (una pradera en la que podría aparecer en cualquier momento Robert Mitchum tarareando una nana y con la palabra odio tatuada en los nudillos), en alternar un prodigioso y abierto plano general con una cámara que se acerca demasiado a sus horribles personajes y que es capaz de verlos casi como bichos y aplastarlos contra la inmensidad de los paisajes. Y el mayor riesgo de todos: darle matarile a la mejor escena final de Hathaway en el cementerio, cambiándosela por un puñado de tiempo, y que, sorprendentemente, ambos momentos dejen el mismo rastro de soledad o tristeza. (Oti Rodríguez Marchante)
Recomendada.