Antonio
José Navarro y Juan Andrés Pedrero Santos (eds.).
Calamar
Ediciones, Madrid, 2020.
269 páginas.
1950-1963.
Es decir, los años de producción de Brigada criminal, Apartado de correos 1001
y A tiro limpio, tres hitos esenciales en el cine de la criminalidad realizado
en Barcelona y Madrid durante algo más de una década. Precisamente uno de los
textos que conforman este libro, escrito por Francesc Sánchez Barba, versa
sobre las diferencias de estos dos ejes de producción en cuanto a un cine
policíaco autóctono que nunca más ha vivido una edad de oro semejante en cuanto
a temas, estilos, iconografías, producción y recepción.
Uno
de los dos coordinadores, Antonio José Navarro, reflexiona sobre uno de los
temas más importantes asociados al cine policíaco y negro en general, el
ideológico y la contemplación del género como una ecografía precisa de la
sociedad, pero situado aquí en un contexto político muy preciso, el de la
dictadura franquista, preguntándose si el género transmite las ideas
hegemónicas o por el contrario es un elemento de calculada transgresión. El
otro coordinador, Pedrero Santos, le da vueltas al tema de la España noir
durante y bajo el franquismo, tensión y colisión.
Tonio
L. Alarcón profundiza en la relación indispensable entre el cine negro español
y las fuentes escritas: novelas, teatro y, sobre todo, la fértil crónica de
sucesos periodística. El componente violento implícito en la mayoría de los
trabajos de Iquino, Nieves Conde, Julio Salvador, Julio Coll, Rovira-Beleta o
Pérez-Dolz mueve a la reflexión de José Luis Salvador Estébenez, mientras que
Elisa McCausland y Diego Salgado cierran el recorrido observando el papel de
las mujeres, y el de la feminidad y masculinidad, en aquellas películas.
El
conjunto disecciona una época y un género con extrema coherencia entre la
variedad de autores y temas tratados, algo que no siempre se cumple en los
libros de cine hechos a más de dos manos.
“¡Tiene los ojos más
azules que he visto!”, gritó una enardecida señora durante uno de los momentos
de mayor tensión de la obra teatral “Dulce pájaro de juventud”. Se refería a su
intérprete masculino, Paul Newman. Pronto las mujeres de todo el mundo le
darían la razón.
De madre húngara y
católica y de padre judío alemán, durante su juventud recibió una sólida
formación, y no sólo en el área de la interpretación; sus inquietudes
culturales y formativas lo inclinaron por los estudios universitarios, y cursó Economía
en el Kenyon College de Ohio. Con la implicación de su país en la Segunda
Guerra Mundial, sirvió como marino en la Armada y, finalizada la contienda,
estudió Arte Dramático en Yale.
Pasó también por el
Actor's Studio, donde fue uno de los estudiantes más brillantes de su
generación, entre los que se encontraban algunos que luego alcanzarían un
especial renombre, como James Dean o Marlon Brando; Newman figura entre los que
mejor trasladaron a sus interpretaciones el método de la escuela, lo que
contribuyó a popularizarlo y a hacer que la gente y los periódicos se ocupasen
de él, y a que la fama del Actor's Studio rebasase el ámbito de lo
exclusivamente profesional.
Los inicios de Newman
fueron teatrales; logró alcanzar un gran éxito en los escenarios y colocarse en
situación de dar el paso al cine. Tras aparecer en algunos programas de
televisión, intervino en “El cáliz de plata” (1954), de Victor Saville, debut
poco afortunado, pues la película no consiguió ningún tipo de reconocimiento.
Dos años después, sin embargo, se produjo el ascenso de Newman gracias a un
trabajo que lo situó en primera línea de los jóvenes actores de aquel momento.
Robert Wise le dio el papel principal de “Marcado por el odio” (1956) -pensado
en un primer momento para James Dean-, con el que se metió en la piel del
boxeador Rocky Graziano, que llegó a ser un destacado campeón en Estados Unidos
a partir de una infancia dura y carcelaria.
A continuación se
sucedieron una serie de excelentes actuaciones que lo confirmaron como un actor
de muchísima valía. Pueden mencionarse, entre otros, su trabajo en “El zurdo”
(1958), de Arthur Penn, en el que interpretaba a Billy el Niño, el legendario
pistolero del Oeste. La versión de este personaje (muchas veces llevado al
cine) hacía hincapié, en esta ocasión, en los aspectos psicológicos del
bandido, y la crítica estimó que Newman estaba memorable en su trabajo.
Ese mismo año volvió a
obtener otro gran éxito al encarnar al joven marido de “La gata sobre el tejado
de zinc” (1958), de Richard Brooks, una adaptación de la obra de Tennessee
Williams en la que las frustraciones y angustias del personaje y su relación
matrimonial y familiar ofrecieron un excelente espacio para que Newman ofreciera
un despliegue de toda su capacidad dramática a muy alto nivel. Volvió a acertar
de nuevo con su interpretación en “La ciudad frente a mí” (1959), de Vincent
Sherman, esta vez como joven estudiante que se abría paso en el mundo de la
abogacía y que mantenía diferentes relaciones amorosas. Fue una de las cintas
que comenzaron a darle mayor popularidad fuera de Estados Unidos.
A comienzos de los
sesenta colaboró en dos películas que, por diferentes causas, tuvieron una
excelente acogida. Una fue “Éxodo” (1960), de Otto Preminger, versión
cinematográfica de la voluminosa novela que el especialista en best-sellers
Leon Uris escribió sobre la formación del estado de Israel. Concebida como una
película de gran espectáculo, Preminger consiguió introducir algunos momentos
de excelente cine. Newman encarnó a Ari Ben Canaan, el agente judío que
transportaba a los emigrantes hasta Israel y participaba allí en la lucha
contra ingleses y árabes.
La cinta, por la
importante producción que le rodeaba, venía a indicar que Paul Newman había
alcanzado el estatus de gran estrella, aunque nunca habría estado muy de
acuerdo con tal etiqueta, dado que siempre mostraba reticencias con la
consideración excesivamente comercial que los grandes estudios daban a sus
productos. Sin embargo, su militancia en posturas políticas de corte radical,
dentro del concepto que en Estados Unidos se da a esta palabra, no impidió que
Newman se integrase, cuando hizo falta, en las celebraciones y entregas de
premios de la Academia sin ningún problema.
Su otro importante
trabajo de inicios de la década fue “El buscavidas” (1961), de Robert Rossen,
un film duro y sin concesiones sobre la vida de un jugador profesional de
billar que lucha por abrirse paso en un mundo lleno de trampas, en medio de
organizaciones mafiosas y violentas. Cuando el actor estuvo plenamente situado,
sus siguientes trabajos estuvieron por debajo de lo que se podía esperar de él.
Algunos de sus fracasos no sólo le competían como actor, sino también como
productor. Tal vez por ello comenzó su actividad como director, que empezó a
finales de los sesenta y llegó hasta 1987.
En esta faceta realizó
cinco películas, algunas de las cuales mostraban el deseo de hacer un cine
"diferente", donde las ideas y la tipología de los personajes
dominaban sobre la acción y la anécdota. En alguna de ellas el protagonismo
femenino correspondía a su esposa Joanne Woodward. En este sentido se deben
mencionar “Rachel, Rachel” (1968) y “El efecto de los rayos gamma sobre las
margaritas” (1972). Aunque sus trabajos como director solían ser acogidos
respetuosamente, distaban de la imagen que transmitía en la pantalla y de la
idea -a veces incorrecta- que el público se había formado de él. Por lo tanto
no podía hablarse de que fueran un éxito, lo que no le impidió seguir como
director en nuevas ocasiones.
A lo largo de los sesenta
y en su faceta de actor, trabajó con directores como Alfred Hitchcock (Cortina
rasgada, 1966), y obtuvo un importante éxito con “Dos hombres y un destino”
(1969), de George Roy Hill, en la que participó como compañero de reparto
Robert Redford, cuyo trabajo obtuvo una gran acogida. Con George Roy Hill y
Robert Redford volvería a trabajar en 1973 con la exitosa “El golpe”. En los
años ochenta su actividad se redujo, entre otras causas, porque dejó de lado
los papeles de hombre joven y buscó interpretaciones más acordes con los años
que tenía. Eran obras en las que se mostraba como alguien más reflexivo,
escéptico de la vida y con un comportamiento irónico, que no ocultaba unas
buenas dosis de cinismo en el mejor sentido de esta palabra.
Fueron los años en que
aparecía en títulos desiguales, pero a veces importantes, como “Ausencia de
malicia” (1981), de Sidney Pollack, “Veredicto final” (1982), de Sidney Lumet o
“El color del dinero” (1986), con Martin Scorsese en la dirección, película que
se concibe como una segunda parte de “El buscavidas”, en la que Newman
interpreta a un veterano jugador de billar que va guiando los pasos de una
promesa, papel que interpretó Tom Cruise. Este trabajo fue especialmente
importante, pues con él consiguió el Oscar de la Academia, para el que había
sido propuesto hasta seis veces. En 1994 recibiría otro Oscar honorífico por el
conjunto de su carrera y por ser uno de los actores con más títulos a sus
espaldas.
Sus últimos trabajos lo
mostraban como una vieja gloria para la que el tiempo no había pasado en balde,
pero seguía conservando la prestancia y la consideración de uno de los actores
más importantes de la segunda mitad del siglo XX. De gran atractivo, Newman
supo ir más allá de ser una simple "cara bonita" para demostrar
profesionalidad, interés y preocupación por la forma de interpretar y analizar
los entresijos de sus personajes; siempre estimó que el cine es más que puro
entretenimiento.
Sus actuaciones casi
siempre tuvieron el tinte del compromiso, y aunque la diversidad fuese algo
lógico en alguien de actividad tan extensa como él, siempre brilló en tipos
conflictivos, incómodos en una sociedad que no les gusta aunque no tengan más
remedio que vivir en ella y adaptarse a un entorno que consideran muy discutible.
Fue, sin duda, uno de los precursores del concepto de anti-estrella y así lo
demostró en 2002, cuando, a punto de cumplir los 78 años, regresó a los
escenarios de Broadway, después de casi cuatro décadas de ausencia, con una
nueva adaptación del clásico de Thornton Wilder, “Our Town”.
Gran aficionado a los
automóviles, participó en carreras profesionales. Creó diversos tipos de
negocios en los que, con la cobertura de su popularidad, procuraba en ocasiones
que parte de las ganancias revirtiesen sobre colectivos necesitados; también
desempeñó cargos en las Naciones Unidas, aunque por poco tiempo. Su vida
sentimental fue discreta para lo que es habitual en Hollywood: su matrimonio
con la actriz Joanne Woodward constituía un ejemplo de estabilidad.
Con medio siglo de
carrera a sus espaldas y 57 películas en su filmografía, Newman anunció en 2003
su retirada. Sin duda, su dilatada trayectoria lo ha convertido en una de las
leyendas del cine de Estados Unidos, en el mismo estilo que los actores más
famosos de épocas anteriores. Inteligente y de un excepcional atractivo físico,
durante muchos años su sólo nombre bastó para llevar gente al cine. Algunos de
sus trabajos se encuentran entre los más importantes del medio realizados a
partir de los años cincuenta.
Filmografía esencial.
·2002: Camino a la perdición.
·1999: Dónde esté el dinero; Message in a Bottle.
·1998: Twilight.
·1994: El gran salto; Nobody's Fool.
·1990: Mr. & Mrs. Bridge; Fat
Man and Little Boy.
·1989: El escándalo Blaze.
·1986: El color del dinero.
·1984: Harry e hijo.
·1982: Veredicto final.
·1981: Ausencia de malicia; Fort Apache The Bronx.
·1980: El día del fin del mundo.
·1979: Quinteto.
·1977: El Castañazo.
·1976: Buffalo Bill y los indios; La última locura.
·1962: Cuando se tienen veinte años; Dulce pájaro
de juventud.
·1961: Un día volveré; El buscavidas.
·1960: Éxodo; Desde la terraza.
·1959: La ciudad frente a mí.
·1958: Un marido en apuros; La gata sobre el
tejado de zinc; El zurdo; El largo y cálido verano.
·1957: Mujeres culpables; Para ella un solo hombre.
·1956: Traidor a su patria; Marcado por el odio.
·1954: El cáliz de plata.
Os
dejamos con la famosa secuencia de Paul Newman comiendo huevos en “La leyenda
del indomable” (Stuart Rosenberg, 1967). Newman brilló con la interpretación de
Luke, un prisionero de la penitenciaría de Florida. Echémosle un vistazo una
vez más…