Luz que agoniza se estrenó en 1944.
George Cukor, su director, había filmado ya películas tan conocidas como
Mujercitas (1933), e Historias de Filadelfia (1940), y sería el autor en el
futuro de otras no menos célebres, como La costilla de Adán (1949) o My Fair
Lady (1964). George Cukor está considerado como uno de los más grandes
exploradores del alma femenina que ha dado el cine norteamericano. Procedía del
mundo del teatro y sabía arrancar a sus intérpretes, sobre todo a las actrices,
sus más delicados registros. Para Luz que agoniza contó con tres actores
excepcionales: Charles Boyer, en el papel de un seductor turbio y calculador,
que le iba como anillo al dedo; Joseph Cotten, del que supo explotar su lado
más cálido y perspicaz, e Ingrid Bergman, que obtendría el Osar por su
interpretación de Paula, la joven esposa víctima del engaño de un hombre sin
escrúpulos.
Luz que agoniza conmovió al mundo
entero, sobre todo al público femenino. Eran tiempos de cambio. Las mujeres se
empezaban a incorporar masivamente al trabajo, y luchaban por conquistar su
definitiva autonomía laboral y personal. Y esa película habla de los temores y
las incertidumbres que acarreaba esa lucha, sobre todo en el terreno afectivo.
Las mujeres habían conquistado, en gran parte gracias al cine, su sagrado
derecho a enamorarse libremente, y ahora tenían que vérselas con los riesgos
que asumían al seguir las llamadas imprevisibles de su corazón. En realidad
siempre nos enamoramos de un extraño. Es una de las condiciones del amor, que
siempre tiene que ver con lo que desconocemos tanto de nosotros mismos como de
los demás.
Luz que agoniza es, en el fondo, una
variante del cuento de Barba Azul, donde una ingenua muchacha se casa con un
hombre poderoso dotado de un terrible secreto. Es una historia a la que el cine
no ha dejado de volver una y otra vez. Rebeca, Jane Eyre, Sospecha, Secreto
tras la puerta y ,más recientemente, Durmiendo con mi enemigo, son películas
que reflejan esta fijación del imaginario femenino por los riesgos imprevisibles que corren al
entregar su corazón a un extraño. Y, sin embargo, puede que la clave de la
superioridad de las mujeres en el amor sea que no lo puedan evitar. Isak
Dinesen afirmó que una mujer prefiere tener un diez por ciento de un hombre
excepcional, que un cien por cien de un hombre corriente. Y este parece ser el
destino de estos desdichados personajes femeninos, a los que el atractivo de la
excepcionalidad misteriosa de sus parejas les hace rendirse más allá de toda
razón a esa seducción de lo desconocido.
Charles Boyer e Ingrid Bergman |
Pero volvamos a nuestra película.
Paula, su protagonista, se enamora de Gregory, un músico, y se casa con él sin
sospechar que es un asesino obsesionado por unas joyas ocultas en la casa
familiar. Es una película sobre lo impredecible del amor, pero también sobre el
mal, que no es sino la indiferencia al dolor del otro. Luz que agoniza es una obra maestra del
suspense, y del terror psicológico. El calvario que su joven y vulnerable
protagonista tiene que sufrir a causa del amor, tiene un extraño poder de
fascinación sobre todos nosotros, que siempre estamos dispuestos a ver en este sentimiento el último refugio
de lo sagrado en el mundo. George Cukor lo sabe y por eso nos ofrece al
comienzo de la película las escenas inolvidables del lago Como, en que una
Ingrid Bergman en el momento más luminoso de su belleza, se entrega sin
reservas a su amante. La luz de su rostro, Ingrid Bergman tenía esa suprema
cualidad de desprender luz, gravitará sobre el resto de la película, haciendo
más incomprensible la obsesión de aquel por el brillo de las joyas perdidas. En
cierta forma, toda la película gira sobre la luz. La luz que tiembla y agoniza,
signo de la debilidad de la razón, pero también de la pérdida del amor. Walter
Benjamín escribió que la felicidad era poder percibirse a uno mismo y a los
demás sin miedo, y esta es una película sobre lo desgraciados que podemos
llegar a ser a causa del amor. Sartre dijo que el infierno eran los otros, y
sin duda el infierno más temido es el que descubrimos al sorprender la
presencia del mal en el corazón de los seres que amamos.
Pero Luz que agoniza también puede
verse como una metáfora del cine, pues al fin y al cabo esa luz que tiembla,
que parece a punto de apagarse y que vuelve a encenderse, ¿qué otra luz puede
ser sino la que en la pantalla se transforma en imágenes? Esas imágenes están
hechas de ese sutil juego entre la luz y la sombra, y acercarse a ellas es
percibir el temblor de la vida y de nuestros sueños, pero también la amenaza de
la oscuridad. Y puede que sea esta la principal enseñanza que obtenemos al
contemplar el calvario de la joven esposa de este cuento, que la muerte no se
contrapone a la vida, sino que está implícita en ella desde el primer momento.
También que solo el juego del amor y del arte pueden salvarnos, haciendo que
esas joyas que simbolizan el fuego helado de la muerte puedan transformarse en
un detalle encantador cuando forman parte del vestido de una mujer enamorada.
El final de la película, en que se
insinúa la posibilidad de un idilio entre Paula y su protector, no hace sino
ilustrar la típica solidaridad femenina de la clase media en los Estados
Unidos. Las buenas chicas se casan enamoradas, pero cuando dejan de estarlo,
deben recuperar la libertad para amar a otro. Y está bien que sea así.